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Viernes, 6 de enero de 2006
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REPASO DE CARLOS BELLOSO POR SUS FREAKS TELEVISIVOS

“Para mí, los papeles sin texto fueron los mejores”

No le gusta el abuso del “freak” que se vio en el 2005 y encabeza una cruzada para retratar la marginalidad más allá del cliché. Carlos Belloso, desde hoy el malvado de Las aventuras del doctor Miniatura, recorre sus “fenómenos” y concluye: “No somos tan distintos”.

Por Julián Gorodischer
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Belloso como el doctor Mandelman.

Disfruta de cada contorsión del rostro: es una especialidad tan legítima como la del galán que recita o la nínfula que muestra las tetas. La de Carlos Belloso es componer al freak (enloquecido, discapacitado o violento) como si cada interpretación lo remontara a un pasado remoto. Como todo en la vida –piensa–, su propensión al freak se explica en un episodio inicial, cuando el niño Carlos nacía en habitación compartida con otro niño, también Carlos, sólo que débil, “enroscado”, enfermito de polio. “Mi vieja le dio la teta y se convirtió en hermano de leche mío. Yo nací sano –recuerda–, tomaba leche. Pero su madre era tan flaca, y el chico estaba en tan mal estado, que mi vieja lo alimentaba, y se creó un vínculo hasta los quince años. Yo lo veía como un espejo deforme, enroscado en una silla de mimbre y, con cada freak, lo exorcizo.”

Ahora queda todo más claro, justo hoy que estrena nuevo malvado en Las aventuras del doctor Miniatura (Telefé, a las 20.30), donde compondrá a un símil Marilyn Manson, ojo izquierdo entrecerrado, ánimo de hacérsela difícil al héroe que viaja (en tono didáctico, con trama dirigida a los chicos) por el interior del cuerpo humano. Como tantas veces, su Doctor Maldelman es abiertamente malo, un villano explícito que lo contacta con el expresionismo, su tono más frecuentado. Dice Belloso que la TV les pide a todos lo mismo: gritos, euforia, la cuerda tensada por temor al vacío (¡el silencio!) y que últimamente él mismo está tratando de correrse a una zona de interioridad expuesta, menos sacado que su Willy de Tumberos o su Vasquito de Campeones. Lo hizo en el último episodio de Mujeres asesinas (en la piel del policía voyeur, amante reemplazado por María Leal) y aparecieron nuevos colores. Es un buen punto de partida para lo que se le propone: un recorrido por sus villanos y freaks opuestos al repertorio de victimizados por Susana o Tinelli. Ni niños cantores ni devoradores de bichos en una feria de variedades. Los freaks de Belloso son, apenas, la expresión de su sensibilidad, la manifestación de un gusto. El que estrena esta noche, por ejemplo, apela al modelo clásico del clown. “Pensé en el malo clownesco, en el arquetipo de la commedia dell’arte para que cuando haga una maldad, ésta se me vuelva en contra. Quise hacer una parodia del villano clásico, poniéndole galera, mezcla de Doctor Jekyll y Marilyn Manson, con un ojo cerrado, con fisonomía rara: es realmente un muñequito.”

–Repasando sus freaks, ¿cómo eran en el comienzo?

–Dentro del mismo tono hay varios tonos contenidos. El Willy de Tumberos (que se acaba de reponer los miércoles a las 23, en América) estaba inspirado en Ricardo III: cuanto más poder tiene, más sangre quiere, y al final termina siendo un cobarde que cambia su reino por un caballo. No fue mi primera aproximación a la marginalidad; antes estuvo El Vasquito, más tirando a la comedia. Siempre voy por el camino que más me atre: el personaje es un pretexto.

–Los últimos fueron más sutiles, en Ambicioneso en Mujeres asesinas...

–El de Ambiciones (2005, Telefé) empezó como diseñador de modas y terminó como RRPP; era un drogón, todo el tiempo fumado en una nube de marihuana y tomando pastillas mezcladas con alcohol. Era el más freak de los que me tocaron, pero en situación identificable en el mundo de la moda y la noche, como una mezcla entre Alan Faena y Gaby Alvarez: son freaks esas dos cosas juntas. El policía que me tocó en Mujeres asesinas fue un deseo de estar en una sintonía más baja, no todo el tiempo arriba. Era un tono contenido, con la interioridad expuesta...

Su teoría es que en la tele absolutamente todos son freaks, desde los niños cantores de Tinelli alentados por sus madres hasta los recitadores de texto de cualquier novela: la TV les pide llegar al límite. ¿Menos al galán y a la heroína, más contenidos, confiados en la apariencia? Nada de eso: ¡a todos! “Hasta a Carlín Calvo –asegura Belloso–, al que llaman para hacer un tipo para afuera, o a Laport. También Gabriel Corrado en Hombres de honor siempre estaba disparando, como atacado. La TV les exige una zona límite, una cosa subida. Y marcar la diferencia es conocer más la interioridad de un personaje, no quedarse en la superficie.” ¿Es acaso Carlos Belloso una forma alternativa de pensar al fenómeno, en el año en que la tele se enamoró del nadador junto a pirañas (encima fallido, en Susana Giménez), del incendiario de su propio pelo (en Showmatch)? Su posición es: cualquiera sea la directiva, no caerá en pintoresquismos; no se dejará tentar por la caricatura exterior, como un relámpago de rareza que sólo está allí para impresionar. ¿Pero la cumple?

“No hago pintoresquismo. O si lo hago, surge cuando no me cabe hacer otra cosa que eso –dice–, como si dos más dos dieran el personaje.” Le pasó con el Vasquito de Campeones, cuando transgredió su propia norma para convertirse en un derivado atenuado de la debilidad mental, pero muy simpático. Para Belloso, la caricatura es una nota distinta para no convertirse en uno más, un color diferente “para ayudar a la obra: el guión es el que determina qué color tengo que usar para no caer en el encasillamiento”. La pelea, en cualquier caso, es contra el neutro televisivo, no la medianía sino el grito (la exterioridad). Si todos están a determinada altura, su resistencia actual (después de ser el más loco de todos) es empezar a bajar, a atenuarse. “La televisión –sigue– está en una cuerda muy tensa, arriba, con temor a que se caiga todo en un pozo. Si no hay diálogo, el actor cree que tiene un personaje desgraciado. Y para mí los que no tienen texto son los mejores. Mi sordomudo de Culpables (Canal 13, 2003) me permitía inventar una forma especial del habla, y se creó algo que gustaba... algo distinto.”

–¿La discapacidad lo inspira?

–En Botines (Canal 13, 2005) hice a un tipo sin brazos, y eso me sirvió para desarrollar otras cosas. Yo admiro a Lon Chaney, del cine mudo yanqui de los años ’20, especialista en hombres lobo, jorobados, en el hombre sin piernas, sin brazos. Se enroscaba las piernas, se las ataba con un pedazo de cuero, y de verdad no estaban las piernas. Es la fascinación por la actuación creíble.

–¿Cuándo aparece el límite o el conflicto ante sus retratos?

–Yo hice La Niña Santa, donde era un doctor con una ligera perversión, no tan manifiesta, y el freak se volvía más sutil, más disfrazado... Era un grano en una normalidad, y el guión me ayudó a ir por ese lado. El conflicto siempre se dirime en el libro.

Allá lejos, ya en el grupo Los Melli dejaba asomar a su criatura hipergestual, contorsionada, una que estaba en los antípodas del cuerpo erguido, del gesto neutro. Lo raro fue hacerla ingresar a la TV antes de que la excentricidad se pusiera de moda, cuando el Vasquito irrumpió en la tira costumbrista con la fuerza de la deformidad. Nunca tan literal esa forma alterada entre los galancitos (Mariano Martínez y otros), nunca tan revulsiva como en Tumberos, cuando su Willy violaba al viejo de Max Berliner o sodomizaba a la travesti Mariana Aria en tiempos en que todo eso era una franca incorrección. El arco de las cejas, la risotada, la yugular marcadísima acompañaban. Pero no todo da lo mismo: si lo suyo es la coherencia de una estética, lo que hubo en el 2005 le da vergüenza ajena.

–La tele es una gran vidriera –dice Belloso–, pero no me gusta el tema de hacer trabajar a los chicos. Yo no lo miro. Los chicos que trabajan en TV para mí son freaks; no es natural hacerle decir una letra a un chico. Los Noya (niños que actúan en Doctor Miniatura), sin embargo, tienen familiares en la tele, y son una familia de circo, cosa que no veo tan mal. Me disgusta cuando el niño está presionado, cuando el padre llora emocionado de gloria frente al nene que está cantando mal: pasa algo raro.

En Sos mi vida (la tira de Natalia Oreiro) será un luchador de catch, tal vez el colmo del freakismo, esa zona en la que se entremezcla la ficción del personaje y la identidad real, donde el vestuario será digno de una feria circense, y el trazo es grueso, decolorado, como si estuviera allí sólo para garantizar el impacto. “En la novela me daré cuenta de que la ropa ajustada calienta a las mujeres. Cuando me calce el traje de Comandante Rayo, descubriré un mundo. Me gusta ese universo de caídas y voladas, ese no diferenciar la identidad real de la del personaje, y que los chicos lo crean como una verdad.” Carlos Belloso, acostumbrado a enfatizar, ¿sintió alguna vez que el freak se lo devoraría? ¿Queda su propia vida marcada por el estigma del anormal?

–Hago personajes para decir hasta acá. Y yo me mantengo al margen. Antes de descubrir la actuación, los freaks me devoraban, se apoderaban de mí de una forma radical; de adolescente, mi temperamento iba hacia un lugar como si fuera yo, me impedía ser de otra manera. Un día, hace tiempo, me los saqué de encima.

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