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Viernes, 27 de agosto de 2010
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BOTINERAS TUVO UN DIGNO FINAL, CON CAPITULO DOBLE

De la frivolidad al policial

La serie nació como retrato leve del mundo del fútbol y sus chicas, pero el epílogo tuvo todos los condimentos de la trama de crímenes que fue adoptando. Los malos fueron debidamente castigados, pero no se cedió a la tentación del final rosa.

Por Emanuel Respighi
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Nino (Gonzalo Valenzuela), uno de los máximos villanos de la serie, terminó tras las rejas.

Con altas dosis de acción, una buena cuota de emotividad, alguna que otra sorpresa, interesantes diálogos y un final abierto que no fue ni lo feliz con lo que la fórmula televisiva suele culminar sus ficciones, ni lo tremendamente triste y sangriento que se esperaba en función de la cantidad de muertos que el programa se cargó, Botineras terminó su complejo periplo por la TV argentina en la noche del miércoles. El programa de Underground, Endemol y Telefe Contenidos, originalmente pensado como una comedia superficial y oportunista sobre la relación entre los futbolistas y las botineras, concluyó con un capítulo doble en el que profundizó el registro policial dramático con el que la tira logró estabilizarse, luego de un comienzo en el que la historia no trascendía a la anécdota. Un buen desenlace para un programa que cuando parecía condenado a la deriva supo torcer el rumbo en el momento justo y terminó conformando, cambio de autores mediante, una trama decorosa.

Poco y nada quedó de aquellos primeros meses en los que Botineras intentó capitalizar el “tema del momento” en los programas de chimentos construyendo una ficción ad hoc. En el estratégico capítulo doble final, diagramado así para que se emita el único día de la semana en el que Showmatch no sale al aire, no hubo ni las fiestas alocadas ni las insinuantes mujeres en poca ropa de entonces. Tampoco escenas de sexo. Acorde con la trama policial con la que pudo sobrevivir a la arbitrariedad del rating, el último capítulo escrito de la historia corregida sobre la marcha por Guillermo Salmerón cerró sellando algunas líneas narrativas, pero dejando otras con destino incierto, para que los televidentes las imaginen como mejor les plazca. Insinuando vidas futuras más que lacrándolas. Una decisión que no defraudó a nadie.

Si bien se llegó al epílogo con varias historias abiertas, las que acaparaban mayor interés eran las de saber cómo iba a terminar el enfrentamiento entre Chiqui (Nicolás Cabré) y su ex representante Tato (Damián De Santo) y la manera en que Nino (Gonzalo Valenzuela) y la oficial Laura (Romina Gaetani) dirimirían sus diferencias. Contiendas que, en ambos casos, habían dejado de ser profesionales para pasar a ser personales. Sin embargo, pese a lo que se preveía, ninguna de esas dos relaciones terminaron con algún protagonista cinco pies bajo tierra. Eso sí: el sabor de la venganza, sin caer en el facilismo de la “justicia por mano propia”, se hizo presente para Chiqui y Laura.

La historia de Chiqui y Tato se resolvió a favor del primero, ya que el futbolista desbarató la planificada fuga de su ex “hermano de la vida” y le cantó las cuarenta cara a cara, además de confesarle que sabía que él era el asesino de su padre. Aunque Tato trató de negar las acusaciones, finalmente admitió que había rozado “sin querer” al auto del padre de Chiqui, provocando el accidente. Pese a la traición, el crack decidió no entregarlo a la policía para pegarle en donde más le duele: le sacó todo el dinero que le había robado y guardado en un ataúd y lo dejó huir sin un centavo. “Tu futuro estaba en un cajón. Y como me arrancaste mi pasado, yo ahora me llevo tu futuro. Tu futuro está muerto”, le sentenció Chiqui a Tato, al que meses después se lo mostró intentando volver a sus andanzas en un potrero de los suburbios de Paraguay.

En el otro lado, Laura logró atrapar a Nino, pero sin caer en la tentación de asesinarlo –como tantas veces amenazó–, luego de un tiroteo y un choque en el que la edición hizo creer hasta el final que la oficial había muerto. Mientras Laura fue ascendida a comisario por la detención del “malvado”, Nino terminó preso en el penal de Ezeiza, condenado a cadena perpetua. El revés que la Justicia le asestó a la pretensión del abogado a que se lo declarara insano fue adelantado por la misma Laura, en un jugoso diálogo rejas por medio (cualquier similitud con el diálogo previo al empujón desde la terraza que Elliot Ness le propinó a Frank Nitti en Los Intocables... no es pura coincidencia). Por su parte, a Marga (Isabel Macedo) también le tocó dar cuenta a una condena por los homicidios de Giselle (Florencia Peña) y Mirta (Graciela Pal) tras las rejas, donde dio a luz a su hija.

Aunque se esperaba que con sentido del oportunismo la historia entre El Flaco Riveiro (Cristian Sancho) y Lalo (Ezequiel Castaño) terminara en matrimonio, la pareja homosexual se declaró su amor eterno pero sin alianza de por medio. Esa legalidad vincular quedó para Anguila (Tomás Fonzi) y Celeste (Leonora Balcarce), en cuyo casamiento el Chiqui y Laura se cruzan con la promesa de que al regreso del futbolista de España se encuentren para ir a “tomar un café o algo”.

Trayendo a la pantalla local un nuevo recurso televisivo que no tardará en extenderse hacia otros programas (se iba a la tanda comercial mostrando “escenas del próximo bloque”), el final de Botineras contó con una estructuración narrativa de historias en desarrollo intercaladas que funcionó como “gancho” eficaz para incrementar el interés de los televidentes (ver recuadro). El único aspecto discutible del epílogo fue el abuso de malas palabras con el que contó. Si bien es cierto que se relataban momentos de suma tensión, no dejó de incomodar que en las casi dos horas de emisión no hubieran casi vocablos gruesos que los personajes no hayan gritado. Sin caer en moralinas absurdas, la sucesión de dichos vulgares y sumamente explícitos del final de Botineras no sólo les restó efecto, sino que pareció un exabrupto innecesario.

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