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Sábado, 17 de septiembre de 2011
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Sebastián Wainraich conducirá La Biblia y el calefón

“El humor permite generar una empatía única con el público”

Desde mañana, el conductor y comediante tendrá que afrontar el mayor desafío de su carrera: ser el anfitrión de la nueva versión del histórico programa que creó Jorge Guinzburg. “No voy a caer en la pose de que estoy tranquilo”, admite.

Por Emanuel Respighi
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“La camiseta de Jorge Guinzburg es muy pesada. El es uno de mis referentes”, asegura Wainraich.

La realidad se aparece según los ojos que la miran. La historia que carga cada ciudadano construye una realidad tan subjetiva como personas existan. En la cabeza de Sebastián Wainraich, el mundo que lo rodea siempre tiende a tomar matices graciosos, y el humor suele colarse inexorablemente, sin pedir permiso. Es justamente ese “defecto” natural el que lo convirtió en uno de los comediantes que más y mejor desarrolló los vaivenes de la vida cotidiana en los últimos años. Al menos así lo demuestra en la radio, donde diariamente conduce junto a Julieta Pink Metro y medio (de 18 a 21, por Metro, 95.1), y también lo corrobora en cada una de las versiones de Cómico, el espectáculo que acaba de estrenar su quinta temporada (de jueves a sábado en el Paseo La Plaza, Corrientes 1660). Wainraich es, entonces, un todo terreno terrenal que, sin embargo, comenzará mañana el que tal vez sea uno de los desafíos más importantes de su carrera: ser el anfitrión de la nueva versión de La Biblia y el calefón (a las 22.30, por El Trece), el histórico programa de humor creado y conducido por el recordado Jorge Guinzburg.

El pelado no sólo comparte con Guinzburg el envase pequeño que lo contiene, el hecho de ser conductor de radio y TV y cierta atracción por la actuación en comedia. Ahora también tendrá el honor (“el orgullo”, agrega él) de sentarse en el mismo sillón desde donde el petiso más grande de la TV argentina hizo reír a millones de compatriotas a lo largo de las distintas temporadas del programa en América y El Trece. El ciclo, que regresa a la pantalla producido por Andrea Stivel, la viuda y productora personal de Guinzburg, retornará manteniendo su clásica estructura, en la que cuatro invitados rotativos dialogarán “de todo, un poco” con Wainraich, siempre en un clima distendido y alegre. El mismo ciclo de entrevistas en el que Guinzburg potenciaba en un mismo espacio sus dones de humorista, periodista y conductor, con incomparable maestría. ¿Puede La Biblia y el calefón mantener la atracción sin la presencia de su creador y conductor histórico? ¿Es un formato apto para un anfitrión distinto a esa personalidad única del periodismo y la cultura nacionales como lo fue Guinzburg? Esos interrogantes comenzarán a develarse el domingo cuando, con toda esa mochila sobre sus espaldas, Wainraich intente mantener la esencia de un programa de entrevistas que lleva el sello indeleble de quien muriera el 12 de marzo de 2008.

Por todo esto se torna inevitable arrancar por el recuerdo de Guinzburg de parte de quien tomará su lugar en el programa. “Jorge tenía una rapidez mental incomparable que, sumado al don de saber escuchar, para poder repreguntar, lo hicieron único”, lo recuerda Wainraich en la entrevista con Página/12. “En ese aspecto, La Biblia... era un espacio muy fértil, muy representativo de su personalidad. Hacer un programa con cuatro invitados y charlar sobre diversos temas hoy puede parecer un formato más, pero en su momento fue muy novedoso. Y si hoy esa estructura televisiva es más común es porque sin dudas existió un ciclo exitoso como La Biblia... Pocos como Guinzburg manejaron rigurosidad periodística con ese humor incisivo y picaresco que tenía. Es uno de mis referentes, sin dudas”, subraya el conductor, que confiesa haber sido “un espectador entusiasta” del programa. Como para hacerle el debut más sencillo, el primer programa de la nueva etapa de La Biblia... contará con la presencia de Adrián Suar, Ricardo Darín, Natalia Oreiro y Diego Torres, cuatro “remadores” para la jerga televisiva.

–¿Cómo tomó la propuesta de reemplazar a Guinzburg en La Biblia...?

–Lo primero que quiero señalar es que no voy a reemplazar a Jorge, básicamente porque él es insustituible. Cuando, a comienzos de año, Suar me lo propuso, la idea me encantó casi tanto como lo que me asustó. Las ganas de hacer un programa como La Biblia y el calefón son más fuertes que la angustia, la incertidumbre y el temor que desde ese momento tengo y que por estos días se potenciaron. No voy a caer en la pose de que estoy tranquilo. No va a ser un trabajo más. La responsabilidad de ponerme al frente del programa creado por Jorge es tan maravillosa como enorme. La camiseta de Guinzburg es muy pesada. Y yo, como admirador, la siento. Me llena de orgullo y satisfacción poder estar en un lugar que él creó y popularizó, pero no voy a negar la inquietud profesional, personal y emotiva que me genera. Lo que me deja tranquilo es que Andrea (Stivel) me confesó que Jorge siempre quiso que sus formatos lo trascendieran.

–¿Qué cree que debe aportarle su conducción a un formato como el de La Biblia...?

–Es un programa en el que el conductor debe estar muy atento a cada una de las respuestas de los invitados, para repreguntar, para generar debate o para tirar un remate. Mi rol debería limitarse a hacer que los invitados se sientan cómodos y a potenciar sus aristas más divertidas o interesantes. Para eso necesito conocer la vida entera de los invitados, tanto sus trabajos como sus declaraciones públicas o las diversas situaciones que atravesaron. Lo que tengo claro es que por meter un chiste no debo alterar la naturalidad de la charla. O sea: ninguna salida mía debe quebrar el fluir de la química que se genere entre los invitados. Hay algunas cosas guionadas, pero mi idea es que la mayor parte de lo escrito o pensado previamente quede afuera.

Cómico de calle

Admirador de Jerry Seinfeld y Woody Allen, Wainraich señala que su materia prima a la hora de hacer humor es su propia cotidianidad y la de la gente que lo rodea. En ese sentido confiesa que necesita tener sus “tiempos de soledad”, que en definitiva es cuando se le disparan todo tipo de situaciones que luego lleva al escenario, micrófono o pantalla. Ejemplifica: “El otro día estaba en un bar con mi hija y en una mesa cercana había un tipo que se estaba levantando a una mina. Yo veía y escuchaba que le ponía mucha garra. ¡En un momento hasta me dieron ganas de levantarme y aplaudirlo! La cuestión es que durante el tiempo que estuvieron en el bar, no pude concentrarme en otra cosa que en esa charla-levante. No podía sacarles la atención de encima. Y no me fui hasta saber cómo terminaba la historia, que tuvo final feliz porque se fueron juntos”, cuenta. Y ese poder de observación, casi obsesivo, por momentos intruso, se pone de manifiesto en la charla con Página/12, en la que Wainraich mirará una y otra vez a la nena que toma un té junto a su madre y se ríe a carcajadas. “¿En qué estamos?”, retomará la charla, una y otra vez, ante la distracción creativa que lo hipnotiza.

A la hora de definirse, este hincha fanático de Atlanta no cree encajar perfectamente en ninguna categoría. Sin embargo, tiene claro que está lejos de ser un humorista hecho y derecho. “Me siento más comediante que humorista. Humorista me suena a contador de chistes, y yo no cuento chistes. No sé hacerlo ni me gusta. Lo que tengo claro es que en mi cabeza cualquier cosa dispara siempre hacia el humor. Pero además de comediante me siento conductor”, reflexiona, sin demasiadas precisiones.

–¿Cuánto hay de autobiográfico en su humor? ¿Se puede hacer humor con cualquier cosa?

–Para hacer humor sobre algo, y mucho más si es autobiográfico, hay que tener cierta perspectiva. La clase media, en general, es medio esquizofrénica. Pero no lo digo desde un punto de vista ideológico, sino más bien por cierta relación con la culpa que tenemos. Lo digo porque provengo de una familia de clase media. Siempre todo tiene que surgir de una situación muy sufrida: para la clase media no hay felicidad sin sufrimiento. Y probablemente ese sufrir por algo sea real, porque es condición del ser humano, pero siempre tendemos a exagerarlo. Como representante de esa clase media y comediante, me baso en lo que me ocurre, pero exagerado al máximo.

–¿O sea que en el humor encontró la manera de canalizar y sobreponerse a la condición sufrida de clase?

–Creo que hago humor porque soy muy introvertido. Las raíces condicionan el humor que uno hace. Suelo convalidar esa idea de que el que hace comedia en algún momento de su vida pagó por eso. Que la tuvo que sufrir. Tampoco es que la pasé tan mal, pero me costó encontrar mi lugar en el mundo. Y el humor me terminó por poner en un camino en el que me siento cómodo y en el que puedo canalizar buena parte de mis dudas cotidianas.

–¿Cómo es su manera de trabajar con relación al humor?

–No soy de tener una rutina de trabajo ni de sentarme a escribir guiones o situaciones. Salvo cuando escribo cuentos o estructuro algún monólogo, que igualmente mientras lo escribo lo interpreto frente a un espejo, porque en acción siempre surge texto nuevo. Más bien, las situaciones se me van ocurriendo en cualquier lugar y las voy puliendo en mi cabeza. Soy de los que piensan que para hacer humor hay que tirar todo lo que a uno se le ocurra. No hay que guardarse nada, por más que pueda parecer una pelotudez lo que está diciendo. Lo que sirve a la hora de crear es utilizar todo el tiempo la herramienta aclaratoria, como para abrir el paraguas: “Tal vez voy a decir una boludez, pero podría funcionar tal cosa”... Son mecanismos de defensa que a uno le dan cierta impunidad a la hora de pensar situaciones o salidas que pueden ser graciosas... o no.

–En cada uno de sus trabajos profesionales, la amistad con sus compañeros parece jugar un papel fundamental. ¿Cuánto cree que incide la relación entre los compañeros fuera del escenario?

–La relación que uno conforma con sus compañeros de trabajo tiene mayor incidencia a la hora de hacer humor que si lo que se tiene que representar es un drama. No sé algo científico, debo decirlo, pero creo que el drama basta con interpretaciones que se ajusten al guión, al texto, al personaje. Una buena actuación hace creíble un sentimiento. En cambio, la comedia necesita de buena onda para que el ritmo y el plano gracioso aparezca sin forzarlo.

–¿Alguna vez pensó en hacer alguna obra dramática?

–No podría, hoy, hacer una obra de texto o drama. Siento que todo lo que hago, siempre, tiende hacia el humor. Tampoco sé si me interesa hacer drama. No pretendo –ni me da el piné, además– ser un Alcón. Me gusta hacer reír. Aunque el comediante siempre es menospreciado. Lo bueno es que el humor permite generar una empatía única con el público, mucho más estrecha que el actor dramático. Pero esto, como casi todo lo que digo, tampoco es científico. Son sólo presunciones mías.

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