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Lunes, 26 de diciembre de 2011
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Marcelo Camaño, las reacciones a El pacto y el año de la ficción

“Lo político no va delante o atrás, está siempre presente”

El autor defiende a la serie que más olas levantó en las ficciones financiadas por el Incaa y reclama que el juicio pase por lo artístico: “La crítica tiene que estar en la calidad de los programas. ¿Son buenos? ¿Son malos? He escuchado de todo.”

Por Emanuel Respighi
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“Los que trabajamos en TV tenemos que entretener, pero no podemos perder de vista la cantidad de público a la que llega lo nuestro.”

Probablemente haya sido la ficción televisiva más comentada y polémica de 2011. Desde que se conoció que su trama ficcionalizaba el plan empresarial, político y mediático que se orquestó alrededor de la venta y compra de las acciones de Papel Prensa, El pacto (que desde hoy irá todos los días de la semana a las 23, por América, hasta terminar el viernes) pasó a estar en boca de todos. Al fin y al cabo, no es común que la TV argentina lleve a la pantalla chica una ficción inspirada en un hecho real, de connotación política actual y cuya causa judicial aún está abierta. El posterior y nunca aclarado alejamiento de Mike Amigorena del proyecto, la denuncia de “presiones” de parte de los productores de la serie y la postergación de su estreno convirtieron a El pacto en un botín mediático en el que se confundió lo político con lo artístico. Tras esa sucesión de particularidades que rodearon a la ficción, ninguna mirada pudo abstraerse del componente político que el programa producido por Tostaki y Oruga Films tiene en su intencionalidad de echar luz sobre la complicidad cívico-empresarial durante la dictadura.

Con la templanza que permite la distancia, y promediando el de-sarrollo de la ficción protagonizada por Cecilia Roth y Federico Luppi, Página/12 entrevistó a Marcelo Camaño, el guionista de El pacto, sobre el detrás de escena de un programa que montó sobre la estructura de uno de los momentos más oscuros del pasado reciente un relato de ficción que toca intereses de todo tipo. “El escándalo nunca sirve para mejorar ni la calidad ni la percepción de un programa”, define Camaño, de entrada. El autor, de vasta experiencia en el arte de combinar ficción y realidad en ciclos como Montecristo, Vidas robadas y Televisión X la Identidad, confiesa que la experiencia de El pacto puso al programa y a él en lugares que nunca antes había transitado. Ni había imaginado alguna vez que podía llegar a estar.

“El escándalo –analiza Camaño– lo que hace es volver sospechosa cualquier posibilidad genuina de origen. Me encontré explicando cosas insospechadas en otros proyectos. Y teniendo que defender mi fuente de trabajo como si fuera un delincuente. Fue horrible. A mí no me interesa el alrededor del programa, sino lo que genera el programa. Emociona o no. Interesa o no. La recepción que tenemos nosotros desde las redes sociales y desde el mundillo periodístico es altamente satisfactoria. El canal también está satisfecho. Por supuesto que hoy hay cosas que cambiaría o que narraría de otra manera. Pero eso me pasó cada vez que terminé una ficción, siempre existe la complicidad con uno mismo de decir ‘acá por qué no habremos hecho tal cosa’. Pero es natural.”

–Que la serie se base en un hecho real de connotaciones políticas actuales, ¿le funcionó como una limitación nueva a la que no estaba acostumbrado, en función de la causa judicial abierta? ¿Cómo fue escribir esta historia para alguien acostumbrado a escribir historias ancladas en lo social, pero no de repercusión contemporánea?

–La trama de El pacto llega hasta la causa judicial. No vamos más allá. Presentamos los hechos y armamos una ficción, con reales connotaciones actuales, claro que sí, porque seguimos las vivencias de muchos personajes reales que sacamos de las diferentes fuentes. La limitación está planteada al ir y venir en el tiempo, desde la actualidad hasta el ’76 y ’77 básicamente, momento en que se produjeron los hechos más dolorosos. Yo siento que la repercusión contemporánea está porque se habla de este tema con una actualidad pavorosa, y creo que porque aquel sistema de connivencia de algunos medios con la dictadura sigue vigente, cuesta desarmarlo, desatarlo. Es la primera vez que siento que parte de la industria se siente irritada con una ficción. Ese tipo de reacciones desmedidas no es algo que comprenda del todo.

–Lo que ocurre es que Papel Prensa toca intereses muy fuertes, tanto política como mediáticamente, de hace más de 30 años pero también de hoy. ¿En qué bibliografía se basó?

–Desde que yo estudié Comunicación que vengo leyendo sobre este caso. Entonces usé desde Decíamos Ayer, de Eduardo Blaustein y Martín Zubieta, hasta Cien veces me quisieron matar, de Héctor Ricardo García, pasando por El genocidio económico argentino de Carlos García Martínez y El crimen de Graiver de Juan Gasparini. Hay un libro muy recomendable, Relaciones incestuosas, los grandes medios y las privatizaciones, de Alfonsín a Menem, de Luis Gasulla, que es esclarecedor. También los libros de Graciela Mochkofsky, las memorias del Fiscal Molinas, del General Lanusse, el libro de Abrasha Rotemberg –padre de Cecilia Roth, nuestra protagonista–, Historia confidencial del diario La Opinión. También 1976, de Vicente Muleiro; El dictador, de María Seoane y Vicente Muleiro, y tantos otros... Incluso, Los cerrojos a la prensa, de Julio Ramos. Bibliografía sobra, y los mismos datos y hechos se cruzan en todos ellos.

–¿No cree que la complejidad de la historia en la que se basa la serie termina por restarle fluidez al relato?

–Si se lee o se ve poca fluidez en el relato puede ser una falla nuestra, aunque yo no lo siento así, más que en el caso real. Ha habido que resumir mucho porque es tanta la cantidad de gente que participó del caso real que serían necesarias dos miniseries más. Nosotros tuvimos un presupuesto al que le hemos extraído hasta la última gota con el fin de poder utilizar cantidad de personajes y de locaciones. Esto puede ser que atente contra una atención exigente del relato. En el pasado son muchos los personajes intervinientes, y en el presente intentamos reflejar una discusión de este tiempo, con personajes muy del día a día, como los que interpretan básicamente los jóvenes. Sí es cierto que es una trama exigente, y lo decidimos así, corriendo riesgos.

–El pacto es mucho más que una ficción. La trama tiene un mensaje que se quiere transmitir sobre la complicidad cívico-empresarial-mediática con la dictadura. ¿No cree que esa búsqueda hace que, en ocasiones, en la ficción se anteponga lo político sobre lo artístico?

–Es una falsa premisa pensar que lo político va adelante o atrás... está siempre presente, aun no teniendo una trama con temas políticos. Lo importante era armar una trama entretenida y con los ganchos típicos de este tipo de programas, que por otra parte no se estaban haciendo por los costos que tienen. Según los productores habituales, los que nos suelen contratar, dicen que no recuperan los costos al encarar un unitario o una miniserie, por eso los canales apenas si manejaban una sola posibilidad para un unitario, como El Puntero en El Trece y El hombre de tu vida en Telefe. Tienen equilibrios distintos a una tira diaria, pero lo que no cambia es el interés que tiene que tener el relato. Nosotros nos preocupamos en hacer queribles a los personajes, incluso a los villanos, como suele ser mi costumbre.

–Como autor, ¿considera que hasta la telenovela que parece más ingenua conlleva un acto político?

–Por supuesto que sí. Televisa ha hecho de la novela rosa una industria absolutamente política. No hablar de temas más sensibles y desgarradores es política. No aportar desde las tramas al interés social es político. Fingir vivir en una ficción sin buscar los orígenes de la maldad, del error, de la mentira, es política. Generalizar grandes abusos sin desmenuzar sus matrices es política. Hablar de venganza en vez de hablar de justicia es política. Los que hacemos televisión primero tenemos que entretener, pero no podemos perder de vista la cantidad de público a la que llegan nuestros trabajos. Por lo tanto, todo lo que podamos aportar para mejorar la calidad de vida del otro, hay que hacerlo. O intentarlo. La ficción tiene que identificar y reflejar el momento que se vive.

–Desde algunos sectores criticaron que muchas de las series surgidas de los concursos del Incaa tenían un mensaje social muy directo, como si eso fuera algo peyorativo y no viniera a equilibrar los relatos y lenguajes de la ficción privada. ¿Qué piensa de esa “crítica”, que en definitiva lo que señala es que se abrió la posibilidad a que nuevas voces discursivas se sumen a la TV?

–Creo que la crítica tiene que estar en la calidad de los programas. ¿Son buenos? ¿Son malos? He escuchado de todo. Yo mismo tengo mis favoritos y otros que los creo espantosos. Pero son opiniones. Y que, por supuesto, a los productores les cierren los números y puedan volver a competir. Siento que esto viene a equilibrar y debe ser bienvenido. Lo que se puede criticar es si éstas productoras son realmente “la otra voz”. Las productoras de El Pacto lo son, la productora de Proyecto Aluvión lo es, Gastón Portal, que hace ficción por primera vez, lo es... Este tema yo no lo podía hacer con un productor privado porque no le interesa, lo mismo que un policial de época o una serie más compleja desde la trama. Y está bien que no lo quieran hacer. Ahora, que nos dejen hacerlo a nosotros con otras posibilidades sin ofenderse tanto o ponerse tan nerviosos. Hay público para todos y hay torta publicitaria para todos. Los números de lo que se ha vendido en publicidad este año son elocuentes. Es colosal. Hubo mucho cacareo, pero en el fondo podemos convivir tranquilamente.

–¿Cuáles fueron las limitaciones y las virtudes que tuvo que a la hora de pensar y escribir un proyecto surgido de un concurso, con un presupuesto estatal, en relación a experiencias anteriores tradicionales?

–La peor limitación es lo que nos genera con nuestro derecho de autor, porque tenemos que cederle nuestro trabajo al Estado. Una cosa es hacer una entrega simbólica y otra cosa es que el Estado reproduzca lo que ocurre con los privados. Es precisamente el Estado quien debe colaborarnos en cambiar ese concepto para que podamos llevar el reclamo a la TV privada sin generar inquietud ni irritabilidad. Porque el negocio tiene que seguir siendo lógico para todos, no puede ser que nosotros generemos contenidos y tengamos que ceder a perpetuidad nuestros derechos. No es legal. Y en esa búsqueda estamos solos porque Argentores nos ha dejado de lado, arreglando como podemos con los productores en soledad. Somos muchos los que queremos rever cuestiones más armónicas para todas las partes. Cuando digo “somos muchos” hablo de autores y de productores, los unos no existimos sin los otros. No estamos enfrentados a los productores, pero necesitamos que escuchen algún tipo de acercamiento para que todos trabajemos en paz.

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