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Sábado, 21 de abril de 2012
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MERCEDES MORAN, EL HOMBRE DE TU VIDA Y LOS CAMINOS DE LA FICCION

“En la TV se suele confundir una idea con una ocurrencia”

Al revisar su carrera queda claro que hay un registro en el que Morán se mueve con comodidad y que no significa repetición: aun encarnando mujeres bien diferentes, hay algo en la actriz que genera una fuerte corriente de empatía con el espectador.

Por Emanuel Respighi
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“Lo que yo recibo del público, y que se relaciona con la obsesión de mi trabajo, es que soy verdadera.”

Aun cuando el oficio que ejercen les permite jugar a ser tantas personas como personajes interpreten, cada actor y actriz posee un ADN único que atraviesa todas sus composiciones. Algunos lo llaman “estilo”, otros “registro”, lo cierto es que por formación, naturaleza o elección cada intérprete tiene un sello profesional indeleble. El de Mercedes Morán, sin dudas, es el de la composición de personajes cotidianos, que por su cercanía con los televidentes provoca una inmediata empatía o identificación. Basta con nombrar a la Roxy de Gasoleros, Inés en Socias, Chechu en Culpables o la mismísima Helena en La niña santa para comprobar la enorme capacidad que tiene para componer personajes desprovistos de toda artificialidad. El mismo naturalismo que transmite Gloria, el personaje que interpreta en El hombre de tu vida, la notable miniserie que mañana a las 22 comienza su segunda temporada por Telefe. “Lo que yo recibo del público, y que se relaciona con la obsesión de mi trabajo, es que soy muy verdadera, que, en definitiva, es el tono que me interesa trabajar”, puntualiza la actriz a Página/12.

De larga trayectoria en cine, teatro y TV, Morán confiesa haber encontrado en El hombre... un espacio ideal para canalizar sus intereses profesionales y personales. No sólo porque la ficción lleva grabada a fuego la mano de Juan José Campanella (creador, coproductor, coautor y codirector), alguien que ya demostró largamente su fina sensibilidad para historias cotidianas con personajes cotidianos, en un registro al que Morán se ajusta con facilidad. La satisfacción de la actriz, también, tiene que ver con la posibilidad de ser partícipe de un programa en el que la calidad fue acompañada masivamente por los televidentes. Un combo en el que, claro, son partícipes necesarios Guillermo Francella y Luis Brandoni (ver aparte).

“Me parece que ciclos como éste sientan antecedentes interesantes en una industria en la que la calidad no siempre es el objetivo”, analiza ella. “Que haya sido acompañado por el rating es una bendición para todos. Para los que la hacemos, para los televidentes que necesitan de buenos contenidos y para los productores, que descubren que la calidad no está reñida con el éxito o el rating, que es lo que en definitiva marca la vida de un programa. Es reconfortante para los que nos sentimos más a gusto en este tipo de proyectos que nos acompañe no sólo los premios y la crítica, sino también la audiencia”, subraya Morán. A pleno con los ensayos de Buena gente, la obra de teatro que estrenará en mayo (ver aparte), la actriz cree que El hombre... no hubiera sido lo que es sin Campanella. “Es un director que demostró ser cultor de un género que nos representa y que remite al neorrealismo italiano de Ettore Scola. Campanella cree en ese cine. Para los actores es la posibilidad fantástica de ejercer el trabajo de una manera muy alegre, por la mística que él le imprime a los equipos y porque crea historias que lucen a los actores”, enumera la actriz, que había trabajado con el director en Culpables (autor) y Luna de Avellaneda.

–¿Por qué Campanella hace lucir a los actores?

–Cuando dirige confía en el juego de la actuación. Suele haber un malentendido en eso de que los actores nos sentimos más libres improvisando que recreando. Creo que la posibilidad de libertad la da un muy buen guión. Cuando un personaje es muy literario, está escrito en términos de carácter, personalidad y acción, su interpretación es muy sencilla. Un buen guión te protege, no te ata y encierra. Al contrario: el guión te da la red que el actor necesita para crear. Los guiones de Juan son muy elaborados, muy pensados. Los actores soñamos con grandes guiones. Para mí, improvisar en el buen sentido es llevar el carácter de un personaje a distintas situaciones y ver cómo funciona en cada una. Cuando un guión está bien escrito, uno sabe perfectamente cómo funciona su personaje en cualquier circunstancia, porque ha entendido el carácter, y a partir de ahí es que crea.

–Pero esa asimilación del personaje no depende sólo del guión sino también de la capacidad del actor. Es un juego de dos.

–Sí, pero de todas maneras es más probable que ocurra que un buen actor no esté muy bien en un mal libreto, que un actor con pocas herramientas pueda estar muy bien en un buen guión. Por ejemplo, Woody Allen trabaja con actores consagrados y también con otros, que sin embargo siempre comprenden el carácter de sus personajes. Y eso, creo yo, es por pura y exclusiva responsabilidad de Allen. Eso mismo sucede en El hombre... Es un programa que tiene una idea, que fue concebida, planificada y desarrollada con la dedicación necesaria para no echarla a perder. Porque hay algo que pasa mucho en la TV argentina: se suele confundir una idea con una ocurrencia. Una ocurrencia no da para nada más que un ratito. Una idea se multiplica, se alimenta, crece y se puede contar en el tiempo. Y a eso se le sumó la excelencia de la dirección, que hizo que equipos que están acostumbrados a resolver las urgencias del canal pudieran trabajar de otra manera. En El hombre... hubo más tiempo para elaborar, para pensar, para rehacer, para corregir. Y estaban los actores adecuados a los personajes y a lo que se quería contar: Guillermo (Francella) es un actor muy popular y carismático, y Luis (Brandoni) tiene una trayectoria como pocos.

–La idea de El hombre... parece sencilla y poco usual en la “coral” ficción local: cuatro personajes alrededor de una historia. No es “el programa de Francella”, como podría haber sido por su popularidad. ¿Cree que esa economía de protagonistas vuelve diferente al ciclo?

–Contar una historia ayuda a que el programa perdure en la memoria colectiva. Si los programas se dejan a la buena del histrionismo de un actor, puede ser muy gracioso y brillante, pero no imprime en la gente. Este programa imprimió porque hay fundamentalmente una historia. Acá no se trabaja únicamente para que Guillermo remate una situación, sino que cada integrante del elenco es un engranaje de un cuento bien narrado. Con un actor tan carismático como Guillermo, podría haber sino otro programa.

–De hecho, su personaje no es el de un mujeriego, sino el de un viudo que no sabe cómo rearmar su vida. En ese aspecto, ¿coincide que el programa, aun en clave de humor, tenga como eje fundamental a la soledad? Todos los personajes tienen alguna carencia que disfrazan con mayor o menor eficacia.

–La soledad es uno de los temas, probablemente el principal, que aborda la ficción. En general, el universo de Juan tiene que ver con personajes losers, que luchan para no perder la dignidad, porque el resto lo han perdido casi todo. Son personajes que hacen que uno se sienta muy identificado, porque no son los héroes convencionales, todopoderosos. Sobre todo en el caso de las mujeres. A mí me divierte trabajar personajes oscuros en su moralidad, anti-heroínas. Me divierte más interpretar personajes intervenidos por la humanidad que los simplemente “buenos”. Adoro la imperfección de los personajes, porque logran empatía con el público, ya que todos somos imperfectos.

–Gloria es una mujer inescrupulosa desde la agencia que comanda, pero de necesidades afectivas insatisfechas.

–Hay dos tipos de identificación que atrapan al género humano. Uno es el que se expresa en el “yo quiero ser como alguien”; el otro está presente en “yo soy ése o ésa”, en los casos en el que se tiene la valentía de asumirse. Con este personaje, lo que me pasa, es que cuando las mujeres me saludan por la calle me suelen decir que Gloria es igual a su cuñada, suegra, amiga o hermana. Nunca nadie me dijo que era un personaje igual a ella. Y eso me causa gracia porque me parece que todos tenemos partes imperfectas y oscuras, las cuales trabajamos y administramos como podemos. A mí, como persona, me hace bien hacer este tipo de seres imperfectos. Yo no juzgo a los personajes, sino que trato de comprenderlos, entender por qué hacen lo que hacen. Tengo una mirada piadosa a la hora de componerlos e interpretarlos, lo que a mí me termina por mejorarme como persona.

–En Gasoleros, Culpables o Socias ha logrado componer personajes que daban la sensación de tener un pasado, un logro actoral que muchos señalan que es de difícil concreción en la industria televisiva. ¿Cómo evalúa a la TV como medio para el actor?

–La televisión, cada tanto, le aporta muchas cosas a mi instrumento como actriz. Soy una persona muy mental, muy rosquera, y la TV me ayuda a vencer a esa parte que tengo, obligándome a tirarme a la pileta, mandarme. Aun en esta tele que hago, que tiene otros tiempos, no hay un proceso de ensayos como en el teatro o el cine. La tele es un gran ejercicio actoral. De todas maneras, yo tomo a la TV con pinzas. Hay algo de la masividad y la popularidad que te da la TV que si se consume en sobredosis hace mal. O al menos eso es lo que me sucede a mí. Por eso yo entre ciclo y ciclo suelo parar dos años por lo menos. Y en esa búsqueda tengo siempre el objetivo de componer personajes diferentes, no acepto ofrecimientos de personajes similares a los que ya hice, aun cuando me hayan dado grandes satisfacciones. Ese riesgo lo corren más los actores o actrices que tienen personalidades más fuertes, en donde la impronta hace que hagan más de ellos. Yo no soy la típica actriz que te va a animar una fiesta. Yo soy más bien neutra, tengo perfil bajo, soy tímida y me divierte ser todas las otras personas que pueda. Pero no lo hago por estrategia sino porque me sale naturalmente ser así. Mi perfil favoreció que pueda hacer distintos personajes.

–A lo largo de su trayectoria ha trabajado con directores consagrados y con debutantes, con historias populares y con otras más pequeñas. Es muy difícil describirla, pero el aspecto común de sus interpretaciones es que todas llevan cierto sello cotidiano, que facilita la empatía inmediata con el público. ¿Eso es producto de una búsqueda o es su registro actoral?

–Así como no me gusta hacer personajes convencionales, tampoco me interesa transformarme en una “estrella”. A riesgo de ser aburrida o no tener encanto, apuesto más a la verdad, porque a mí, como espectadora, es lo que me atrapa de una actuación. Aspiro a ser verosímil. Algunos lo llaman costumbrismo, otros naturalismo, pero no creo que sea ninguna de las dos cosas. Es una manera de actuar que a mí me interesa y que significa no actuar. En la actuación hay varios caminos a tomar: hay un “como si”, y hay un “estar siendo”. A mí me divierte más el “estar siendo”, el ser otra, más que el “ser como”.

–¿Pero no le interesaría experimentar por fuera de ese registro?

–Todo lo que me despierte la imaginación me resulta atractivo. Lo que trato es de cambiar. La ciénaga, que fue la ópera prima de Lucrecia Martel, la hice inmediatamente después de Gasoleros, y fueron propuestas de relatos diametralmente opuestos. Me nutro con el consagrado como con el pibe que recién empieza.

–¿Y es de las que creen que la actuación requiere de un estudio permanente?

–La actuación requiere de una obsesión por la observación. Estoy convencida de que al ser uno su propio instrumento, tenemos que enriquecernos como personas. Creo que si uno se va al carajo como persona, seguramente se va al carajo como actriz. Uno no puede perder la actitud reflexiva sobre qué es lo que pasa, quién es uno, cómo vive. Yo soy una persona muy curiosa, me gusta entender lo que me pasa. Y los personajes se construyen a través de los vínculos, porque básicamente los seres humanos somos los vínculos. Yo soy lo que soy como madre, como abuela, como pareja, como actriz, como hija y como ciudadana. Siempre es preferible intentar entender que negar. No tomar a la profesión como un trabajo sino como una oportunidad de crecimiento para explorar en vidas ajenas es indispensable para desarrollarse también como persona. Y viceversa.

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