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Jueves, 21 de junio de 2012
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Tras ocho temporadas exitosas, termina Dr. House

Gregory entrega el bastón

Sin entrar en detalles, sólo se dirá que “Everybody Dies” es un final a la altura de una serie que ya dejó una marca en la cultura popular del comienzo de siglo. El episodio incluye un desfile de personajes históricos... con una ausencia de peso.

Por Eduardo Fabregat
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Aunque el personaje fue creado por David Shore, Hugh Laurie fue fundamental para fraguar a House.

Ciento setenta y siete episodios y muchos más diagnósticos. Ocho años que tranquilamente podrían haber cerrado en seis, pero al cabo el balance de las últimas dos temporadas no es tan negativo. Ocurre que todas las anteriores habían sido demasiado buenas: sin dudas, House es una serie que ya dejó una marca en la cultura popular del comienzo de siglo. Por eso la trascendencia televisiva de lo que sucederá hoy a las 22, cuando Universal Channel ponga en la pantalla paga argentina (tras un maratón que arranca a las 17) el grand finale de la serie protagonizada por Hugh Laurie. Un episodio que cierra el recorrido iniciado en 2004 por “Everybody Lies” con el moño de un juego de palabras: “Everybody Dies”, anuncia el epílogo, y de hecho...

(Atención, lector: si bien en estas líneas se pone especial cuidado en no revelar información esencial del capítulo final de House –eso conocido como spoilear–, se deslizarán cosas que quizás usted no quiera saber. Si es de los que prefieren no tener absolutamente ninguna noción de lo que sucederá en su serie favorita, suspenda la lectura. Ya tiene la información necesaria: esta noche termina House.)

Como sucedió con la anterior, la octava temporada de la serie creada por David Shore tendrá poca incidencia en la galería de momentos favoritos de los seguidores más fieles. El nivel se mantuvo, los nuevos personajes rindieron lo suyo, pero la magia del programa mostró signos de agotamiento. Para colmo de males, este año final tuvo una ausencia pesadísima: sin Cuddy, el sistema de tensiones del Princeton-Plainsboro se modificó sin remedio y el reparto de fuerzas quedó más desequilibrado. Sólo la amenaza de revocación de su libertad condicional impidió que House se comiera crudo a Foreman en su flamante rol de decano. Los tanteos de la primera parte del año se encarrilaron definitivamente en “Nobody’s Fault”, el episodio 11, que marcó un giro estético y movió las cosas en el equipo de tal manera que la serie engranó y fue hacia arriba.

Así, el tramo final de la serie empezó a hilar golpes de guión tremendos. Chase estuvo al borde de la muerte; House estuvo al borde de una revelación con Dominika, su esposa por conveniencia, pero los guionistas prefirieron destrozarle el corazón... los mismos guionistas que fueron mentados una y otra vez (con todos sus familiares) por los fans del Dr. Wilson desde el episodio 18. Pero no todo tuvo un signo trágico: incluso con sus particularidades, esta temporada dejó un episodio que ranquea alto en el top ten histórico de grandes episodios: “We Need the Eggs”, con la historia del hombre que vive con una muñeca inflable y algunos diálogos para colgar con marquito. Aun con una fachada más frágil, House tuvo episodios de pura y gloriosa maldad, como el engaño a Wilson con un supuesto hijo de quince años (y ese final de “¿Podés decir eso mismo con acento australiano?”) o el sabotaje a los inodoros del hospital que termina de desencadenar la trama final.

Y entonces, ¿qué se puede decir de este final sin arruinarle la sorpresa al televidente? Por empezar, algo que ya es largamente sabido: que habrá un imperdible desfile de viejos personajes, algunos de ellos en el más allá (Amber, Kutner) y otros, como Cameron y Trece, con un interesante peso específico en el esquema de relaciones de House. Brilla por su ausencia, claro, aquella que el público más deseaba ver otra vez: Lisa Cuddy, que desapareció con la séptima temporada cuando la actriz Lisa Edelstein no aceptó una rebaja de salario. “Yo quería tenerla de vuelta, pero no pudimos realizarlo”, fue lo único que ¿explicó? Shore sobre la ausencia de Cuddy antes de la emisión del final en Estados Unidos, el 21 de mayo pasado. Pero las alucinadas interacciones de House con caras conocidas en el contexto de un galpón en llamas dejarán con ganas a todos de que se vea al personaje que (más allá de Wilson) mejor supo entender al médico del bastón y el mal talante.

Es, al cabo, la única deuda que deja un episodio final que, con toda la presión que eso supone, sale airoso del desafío. Sí, habrá que suspender por momentos la incredulidad, pero eso forma parte del compromiso del espectador. No, es imposible que todos queden conformes con la resolución, pero lo bueno del finale es que tiene dos resoluciones, y es todo lo que se dirá. Pero sobre todo, el capítulo en el que habrá que resignarse a la idea de ya no volver a ver al fascinante personaje que construyeron Shore y el enorme Hugh tiene una carga poética que lo impregna todo y le da encanto a la despedida. Difícilmente produzca el efecto quiero-romper-todo que generó el desvaído final de Lost entre sus espectadores. El cierre de House está a la altura de una serie irrepetible: esta noche, el doc quiebra el bastón y entrega los pedazos, y está bien. Con toda su mala onda, su irremediable nihilismo y su inesperada humanidad, el Dr. Gregory House nos ha dado ocho años de enorme disfrute en nuestro consumo televisivo. Y esas cosas suelen ser saludables.

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