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Viernes, 31 de agosto de 2012
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BUEN ARRANQUE DE TIEMPOS COMPULSIVOS, LA NUEVA FICCION DE POL-KA

La neurosis y el alma humana

En el ciclo que lleva el sello de Javier Daulte y Daniel Barone, la sesión de terapia es la excusa para contar la historia de un grupo de pacientes y de los profesionales que los atienden, todos incapaces de aliviar sus tormentos por sí mismos.

Por Emanuel Respighi
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De la Serna y Peterson encarnan a dos de los pacientes en Tiempos compulsivos.

Locos y cuerdos, enfermos y sanos, medicados y automedicados, solos y acompañados, felices y tristes, vulnerables y fuertes: estados (opuestos) del ser humano cuyas fronteras en la sociedad moderna se trazan con una fragilidad tan volátil que muchas veces vuelve imposible su percepción. Hijo genuino de la época, Tiempos compulsivos parece haber captado la esencia de la manera en que se (sobre)vive en las grandes urbes en pleno siglo XXI: nadie está exento de alguna neurosis, consciente o no de padecerla. El nuevo unitario de Pol-ka, que se emite por El Trece todos los miércoles a las 22.30, vuelve tras los pasos de una temática que llegó para quedarse en la TV argentina: la terapia. Sin embargo, a diferencia del reciente En terapia que emitió la TV Pública, aquí la sesión no es el eje de la trama, ni siquiera el espacio contenedor: más bien resulta ser la excusa para contar la historia de un grupo de pacientes con ciertas patologías mentales y de los profesionales que los atienden. Unos y otros, todos seres incapaces de aliviar sus tormentos por sí mismos.

En una clara intención de enredarse aún más con la realidad, Tiempos compulsivos no posee una narración lineal. Como una manera de captar el tono de época, confuso y acelerado, la estructura dramática de la ficción intercala con sabiduría conceptual las acciones de los personajes. De la misma manera que la vida real no es lineal ni responde a la estructura narrativa tradicional, Tiempos... logra imponer un relato que salta de un personaje a otro, de una situación a otra, captando el aire caótico de estos tiempos. Y lo hace sin que esa búsqueda confunda a los televidentes.

En clave de drama, con algunos toques de comedia, la trama de Tiempos... avanza a partir de un grupo de pacientes y profesionales que se encuentran casi a diario en la Fundación Renacer, un espacio terapéutico que atiende a pacientes ambulatorios. El doctor Ricardo Buso (Fernán Mirás) es el profesional que tiene a su cargo a un particular grupo de personas que padecen distintos tipos de compulsiones: Gerardo (Guillermo Arengo) sufre su adicción al trabajo y a la conectividad tecnológica; Inés (Carla Peterson) tiene una compulsión a la acumulación, además de una obsesión por el orden y la limpieza, en el marco de una personalidad con trastornos alimentarios; Sofía (Pilar Gamboa) se autoflagela física y psíquicamente para opacar dolores silenciados, probablemente más profundos; Teresa (Gloria Carrá) padece de Trastorno de Identidad Disociada, cuyas múltiples personalidades emergen en cualquier momento; y Esteban (Rodrigo de la Serna) es el paciente que posee el cuadro más complejo: es un psicópata mitómano (dice estar casado y tener dos hijas cuando, en realidad, sigue viviendo con su madre), pero posee una lucidez arrasadora, que lo vuelve manipulador y peligroso para el resto de sus compañeros.

Sin la pretensión de señalar y limitar a los que sufren de alguna patología a los pacientes, Tiempos... plantea desde su primer episodio que nadie escapa a males y sufrimientos. Así, con esa idea de desestigmatizar al “loco” e interpelar la comodidad del televidente, la ficción amplía su objeto de análisis a los mismos profesionales –supuestamente sanos– encargados de aliviar el mal de los pacientes. El doctor Buso, como su asistente Ezequiel (Juan Minujín) y la nueva doctora que se suma al trabajo multidisciplinario (Paola Krum), pronto muestran que sus padecimientos pueden llegar a ser igual de severos que los de sus pacientes. La diferencia, claro, es que sus cuadros no están diagnosticados. Lejos de limitarse a una relación profesional, enredándose unos y otros al calor de la calle, todos los personajes de Tiempos... exponen sus angustias y fobias, retroalimentando sus traumas. Y sus irrefrenables deseos de aliviar sus penas.

Desde el capítulo debut, esta ficción de Pol-ka contó con el sello indeleble de Javier Daulte y Daniel Barone, guionista y director de Tiempos..., respectivamente, que ya mostraron sus credenciales como dupla creativa en su anterior ciclo, Para vestir santos. Volviendo a trabajar sobre la fragilidad de hombres y mujeres, en este nuevo proyecto el “cerebro” y el “ojo” del programa demuestran su sensibilidad para abordar el alma humana sin estigmatizar ni caer en la sensiblería efectista. Desde lo narrativo, así como en Para vestir santos la dupla se animó a incluir los musicales, interviniendo en la trama, en Tiempos... el aspecto rupturista está dado por la inserción de “espacios neutros”, en donde los personajes hablan de frente a cámara sobre un mismo fondo. Es un recurso interesante, pensado como una suerte de manifestación del inconsciente de cada uno de los personajes, que toma por asalto la trama y permite conocer más profundamente a los protagonistas.

Aunque la temática de Tiempos... hace recordar inevitablemente a Vulnerables (1999), una de las obras más logradas de Pol-ka, la flamante ficción sólo comulga con aquella la terapia colectiva y la dirección de Barone. Es que mientras que en la ficción que protagonizaron Jorge Marrale, Inés Estévez y Alfredo Casero, entre otros, el nudo dramático principal de cada capítulo pasaba por la sesión terapéutica, de larga duración, en el debut de Tiempos... la misma apenas si se esbozó, centrando su trama en el afuera, en las vidas de los pacientes y profesionales. Incluso, en el primer capítulo, el nudo dramático surgió desde afuera de los pacientes (la trompada que recibió el doctor Buso de un desconocido y su crisis matrimonial), quienes reaccionaron a partir de un problema de uno de sus médicos. En Vulnerables, en cambio, siempre la acción dramática tenía su origen en la sesión, a partir de cierto problema planteado por alguno de los pacientes.

Más allá de la calidad de los aspectos técnicos y narrativos, Tiempos... cuenta, además, con un elenco a medida de la propuesta. Desde la composición de ese perturbador psicópata que logra plasmar De la Serna (en un papel opuesto al que hizo en El puntero, pero no por eso menos sólido) hasta la capacidad de Carrá para asimilar diferentes personalidades, pasando por la exquisita interpretación de una madre contenedora de Marilú Marini, la trama del ciclo parece tener garantizada la verosimilitud que necesitan transmitir sus personajes para atrapar al público. Habrá que ver si lo que en otro tiempo era aval de audiencia –una buena historia, sólidas interpretaciones, personajes profundos y una producción de calidad– le alcanza a Tiempos... para ganarse un lugar en las referencias de los televidentes, en un momento en el que la comedia blanca reina en la TV. En el capítulo debut, la ficción promedió 14,8 puntos según Ibope, ubicándose como el quinto programa más visto del miércoles. Una cifra de audiencia para no despreciar en estos también compulsivos tiempos televisivos.

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