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Miércoles, 16 de mayo de 2007
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EL DEBUT DE “EL CAPO”

Ni “Los Soprano” ni Don Corleone

El arranque de la nueva ficción de Telefé navegó en una indefinición de estilo que conspiró contra el interés del espectador, fluctuando entre el drama con toques de humor y la comedia dramática propiamente dicha.

Por Emanuel Respighi
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Miguel Angel Rodríguez es Omar Yariff, quien debe convertirse en capo mafia contra su voluntad.

La nueva apuesta de ficción de Telefé para el prime time –en realidad la única ante una pantalla tediosamente granhermanizada–, El capo, no decepciona al televidente. Sin embargo, esta afirmación que a priori podría leerse como un elogio no se carga de sentido sin señalar que el programa tampoco da motivos para ilusionarse con lo que vendrá a medida que avance la historia. Es que el primer capítulo del ciclo dejó una sensación insípida, casi de indiferencia en el televidente, ante una trama que careció de tensión dramática, aun cuando su materia prima sea el vasto mundo de la mafia. Incluso, más allá de la necesidad de mostrar el cuadro de relaciones que tiene todo episodio inaugural, El capo (lunes a jueves a las 22) pareciera tratarse de una ficción de género indefinido, fluctuando sin rumbo preciso entre el drama con toques de humor y la comedia dramática propiamente dicha.

¿Cómo es posible que un programa que se vale, homenajea o directamente toma sin pagar derechos de autor escenas y recursos de las más reconocidas películas y series de TV sobre la “cosa nostra” no logre transmitir el clima mafioso de ninguna de las producciones que sirven como inspiración? Es que si la pretensión era emular a Los Soprano, la apuesta careció de diálogos sutiles y de consistencia en la composición de personajes. Si, en realidad, el horizonte era El Padrino, habrá que decir que caracterizar a los personajes con finos bigotes sobre el labio superior, utilizar los fideos con salsa como base de toda “dieta mafiosa”, nombrar a Sicilia como lugar de añoranza y adornar los diálogos con palabras como “capisce” o “famiglia” no basta para generar clima de clan mafioso. Y si la búsqueda estaba más cercana a la saga de Analízame, sólo hay que agregar que no hubo un solo gag durante la hora de emisión. A su favor puede decirse, entonces, que El capo no se parece a ninguna de las producciones más conocidas sobre mafia que se hicieron hasta el momento.

Lo único seguro es que El capo se diferencia claramente del grotesco costumbrista que se había impuesto en los últimos años, inaugurado por Los Roldán. Sin embargo, en esa pretensión de distanciarse el programa cae en la misma trampa que sus antecesoras: el trazo grueso. Aunque en este caso puesto al servicio ya no del humor, sino de la (escasa) textura de una trama que no esconde la respuesta de ninguno de los interrogantes que dejó el primer envío, con los consabidos y ya delineados amores cruzados e internas entre los tres clanes familiares que se reparten, pero también se disputan, el control de una serie de negocios non sanctos.

Protagonizada por Miguel Angel Rodríguez, Hugo Arana y Roberto Carnaghi, El capo cuenta la vida de Omar Yariff (Rodríguez), un vendedor de alfombras que a la muerte de su padre, de quien intuía que andaba en negocios ilegales, hereda –contra su voluntad– la dirección mafiosa de un clan del delito que comparte una familia de origen sirio (la suya), otra judía y una tercera italiana. Obligado forzosamente a asumir la tarea de manejar lo mejor posible el negocio, aun siendo un neófito, ante las presiones de Don Chicho Mastrogiuseppe (Arana) y Moisés Svarsky (Carnaghi), el tercer capomafia en discordia y el que pugna por tomar el liderazgo sea como sea. En el medio, la historia también le abrirá la puerta al amor, en un triángulo que involucra al mismo Yariff, a su esposa (Silvia Kutika) y a Sofía (Gianella Neyra), hija de Don Chicho. A la vez que un hijo de Yariff (Mariano Torre) y la otra hija de Don Chicho (Luisana Lopilato) comenzarán una relación signada por la venganza y la lucha de poder que se da entre sus respectivas familias.

Si bien alejada de Los Roldán y Montecristo, la historia escrita por Adriana Lorenzón y Marcelo Caamaño hereda una característica de cada uno de sus anteriores trabajos televisivos. Del primero, el choque de culturas que sufre el protagonista, contra su voluntad, de un día para otro (pasar de ser el presidente de una multinacional en Los Roldán a ser el jefe de la mafia en El capo), que servirá para analizar la existencia del personaje central entre “el bien y el mal”. Del segundo, en tanto, la combinación de los elementos ficcionales con cierto anclaje en la realidad argentina (la expropiación de bebés durante la dictadura en Montecristo, la connivencia de quienes deben hacer cumplir la ley con el delito en El capo). Legados que se hacen visibles en una trama cuya única expectativa pareciera recaer en el desarrollo que tendrán los hermanos Svarsky, los personajes judíos diametralmente opuestos –uno mafioso, el otro rabino– encarnados por un multifacético Carnaghi.

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