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Sábado, 17 de mayo de 2008
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Lo que perdimos en el camino, de Susanne Bier

El dolor, puesto a prueba

Con el tono que caracteriza sus films, la realizadora danesa resiste la tentación del culebrón trágico-romántico, en una historia estructurada a partir de una tragedia. Cada personaje debe lidiar con la mochila que le tocó en la vida.

Por Horacio Bernades
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Halle Berry, a cara lavada, es la protagonista del film.

Desde Corazones abiertos (2002), la realizadora danesa Susanne Bier viene desarrollando un discurso cinematográfico en el que las pérdidas imprevistas y brutales, así como las distintas formas del duelo y la recuperación, retornan una y otra vez, como ecos u obsesiones. De hecho, Things we Lost in the Fire, su película más reciente y la primera que filma en Estados Unidos, podría verse como una variación de Hermanos (2004), donde, tras enviudar, una mujer se enfrentaba a la posibilidad de que el cuñado viniera a ocupar el lugar del marido. Estrenada en Estados Unidos en octubre pasado, el sello AVH lanza por estos días el opus 11 de la señora Bier en formato DVD, con el título Lo que perdimos en el camino.

Casada y con dos hijos pequeños, en el momento en que la película comienza, Audrey (Halle Berry, intentando desprenderse, a toda costa y a cara lavada, de su no tan lejana condición de bomba sexual) acaba de perder a su marido Brian (David Duchovny), en un arrebato trágico que recuerda el accidente vial de Corazones abiertos o la caída de un avión en Hermanos. Tal vez por suceder en Estados Unidos, esa muerte ha sido ahora por mano ajena, cuando Brian intentó intervenir en una violenta disputa matrimonial callejera. Audrey manda avisarle al mejor amigo de Brian, Jerry, que no puede superar su adicción a la heroína (Benicio del Toro, entre el carisma y el exceso de gesticulación). Intentando sobreponerse a su propio rechazo y como forma de contener al otro logrando contención para sí misma, Audrey invita a Jerry a vivir en su casa, con ella y los chicos. De ahí en más será cuestión de ver cómo cada uno puede lidiar con sus propias mochilas: la pérdida del amor de su vida, por parte de ella, la adicción de él, y la tentación, por parte de los chicos, de tener un padre sustituto más temprano que tarde.

Trabajando por primera vez sobre un guión ajeno y con sobrias guitarras provistas por Gustavo Santaolalla, Bier resiste la tentación del culebrón trágico-romántico, con mayor disciplina que en la anterior Después del casamiento (2006). En lugar de la desaforada proliferación de subtramas sobredramatizadas que hundía aquélla, Bier decide acompañar aquí el duelo de sus personajes, concentrándose en la interioridad de cada uno, narrando con tempo pausado y permitiéndoles más silencios que efusiones catárticas. En ocasiones la cámara se acerca a los protagonistas, en primerísimos primeros planos a toda pantalla (la versión que presenta AVH respeta el formato widescreen del original). Bier tampoco cede, por suerte –aunque no deja de coquetear con ello–, a la salida fácil de una nueva love story entre ambos protagonistas. En consonancia con ello, la realizadora danesa adopta un estilo visual más severo y reconcentrado que en sus películas anteriores, permitiéndose apenas unos escasos y casi imperceptibles balanceos de cámara.

Eso no quiere decir, claro, que Lo que perdimos en el camino esté totalmente libre de subrayados metafórico-trascendentalistas, como el de asociar al ser humano con la fluorescencia. O de ciertos tópicos dramáticos a esta altura sobradamente trillados, como el de la recuperación del adicto, con ese ciclo fatal que va del grupo de ayuda a la recaída, de allí al centro de rehabilitación y luego el síndrome de abstinencia y la sanación. Tampoco falta algún sonoro mantra de autoayuda. Aun con esas limitaciones, Lo que perdimos en el camino está bien por encima de la media de ese género tan transitado como degradado al que podría llamarse “drama de pérdida”. Algunos de cuyos más notorios exponentes son las vistosas 21 gramos, Vidas cruzadas, Babel y Secretos íntimos. Aquí, al menos, el dolor y la muerte no son castigos que la humanidad viene a recibir por sus pecados, como en todas aquéllas, sino simplemente una circunstancia trágica, que a veces sucede y pone a la gente a prueba.

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