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Sábado, 1 de noviembre de 2008
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Procedimiento estándard, documental dirigido por Errol Morris

La cotidianidad de la tortura

En lo que por momentos parece una sesión de exorcismo colectivo, los propios soldados estadounidenses confiesan su culpa y su complicidad directa o indirecta con torturas y crímenes de guerra cometidos en la prisión de Abu Ghraib.

Por Horacio Bernades
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Lynndie England, uno de los siete sometidos a juicio militar.

En abril de 2004, una foto recorrió el mundo. En ella, una mujer soldado del Ejército de Estados Unidos, vestida con uniforme militar, arrastraba a un hombre desnudo y atado con una correa, como si fuera un perro. Se trataba de un prisionero iraquí, y la foto había sido tomada en la cárcel de máxima seguridad de Abu Ghraib, ubicada en Bagdad y ocupada por personal militar estadounidense. Detrás de esa foto vino un montón más, detallando una impresionante cantidad de abusos y torturas, cometidos por fuerzas del ejército ocupante. Poco más tarde, siete soldados y oficiales estadounidenses, participantes en aquellos hechos, fueron sometidos a corte marcial, condenados a prisión y relevados del servicio. Después ya no se volvió a hablar del asunto. Al menos hasta febrero de este año, cuando un documental sobre el caso y sus protagonistas se presentó en la competencia oficial del Festival de Berlín. Su nombre: Standard Operating Procedure. Estrenado poco más tarde en las principales capitales, en Argentina el sello LK-Tel acaba de editarlo ahora en DVD, con el título Procedimiento estándar.

“Procedimiento estándar” es una expresión de la jerga militar, que designa toda práctica aceptable en relación con el enemigo, diferenciándola así de los crímenes de guerra. Uno de los momentos más impresionantes del documental dirigido por Errol Morris (uno de los número uno de la especialidad, de quien unos años atrás LK-Tel había editado la igualmente conmocionante Niebla de guerra) tiene lugar sobre el final, cuando el investigador a cargo toma una a una las fotos que testimonian los abusos, torturas y malos tratos de Abu Ghraib y se pone a clasificarlas como testimonios de crímenes de guerra o de simples “procedimientos estándar”. Entre estas últimas están las que muestran prisioneros atados, con el rostro cubierto con bombachas o magullados y sangrantes, por los castigos recibidos. A consecuencia de esa categorización de los investigadores, todos los que infligieron esos castigos fueron absueltos de culpa y cargo. Y siguen prestando servicio.

Lo que convierte a Procedimiento estándar en documento invalorable es lo mismo que le daba un carácter extraordinario a Niebla de guerra: los que tienen la palabra en ambas son los protagonistas directos. Así como aquélla no era otra cosa que un largo monólogo del célebre estratega militar Robert McNamara –brazo derecho de Kennedy y diseñador de la guerra de Vietnam—, en ésta Morris consiguió entrevistar si no a todos, a casi todos los soldados y oficiales que aparecen en esas fotos. Incluida, cómo no, la chica de la correa, Lynndie England, uno de los siete sometidos a juicio militar. Morris la filma en la cárcel, donde purga una condena de tres años, a punto de concluir. Otra que presta testimonio a cámara es Sabrina Harmann, policía militar que en varias de esas fotos aparece sonriendo alegremente, al lado de un iraquí muerto por torturas. O señalando, feliz, el pene de un prisionero desnudo, al que sus camaradas obligaron a masturbarse para divertirse un rato.

Se asiste a Procedimiento estándar como quien consulta material desclasificado. En lo que por momentos parece una sesión de exorcismo colectivo, los propios soldados confiesan su culpa, su horror, su complicidad directa o indirecta con torturas y crímenes de guerra (como también sucede en Z32, documental del israelí Avi Mograbi que acaba de exhibirse en el doc-

BsAs). Eso no quiere decir que Morris haya acertado en todas sus decisiones. Una duración excesiva, la discutible iniciativa de incluir dramatizaciones actuadas y una orquestación y fotografía inapropiadamente lujosas (a cargo de Danny Elfman y el eminente Robert Richardson) conspiran contra el conjunto. Pero basta ver a la mismísima comandante a cargo de Abu Ghraib, Janis Karpinski (destituida por sus superiores a consecuencia de los hechos), denunciar, mirando fijo a cámara, el carácter semi-ilegal de esa prisión, para que cualquier reparo se torne insignificante y menor.

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