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Sábado, 10 de enero de 2009
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El hijo de Rambow, de Garth Jennings

Vagabundos y aventureros

La película británica posiblemente sea el primer caso de cine infantil dentro del cine. Narra la audaz experiencia cinematográfica de dos niños, uno de ellos obsesionado con Rambo. Es, también, una de esas historias de amistad que en los papeles parecen imposibles.

Por Horacio Bernades
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Will –con vincha y todo– y Lee, los entrañables protagonistas del film.

Créase o no, aún hoy, amparados en la idea de que la imagen corrompe, ciertos grupos fundamentalistas prohíben a los niños exponerse al más mínimo influjo audiovisual. De hecho, Paul Schrader, célebre guionista de Taxi Driver y La última tentación de Cristo y criado en un hogar calvinista, vio su primera película a los 18 años, momento a partir del cual la cinefilia se le hizo vicio. Algo parecido le sucede, pero ya en la ficción, al pequeño Will Proudfoot. Con la diferencia de que su obsesión no pasa por el cine de Carl Dreyer, Robert Bresson y Yasujiro Ozu (como le ocurrió a Mr. Schrader) sino por un héroe ligeramente menos sofisticado: el Rambo de Stallone. Son los primeros ’80, Will no tiene papá y la del tipo con las venas hinchadas es la primera película que ve en su vida. De allí en más se imaginará a sí mismo como El hijo de Rambow, título de esta verdadera “tapada” de origen británico (la doble v de más obedece a las diferencias de pronunciación de uno y otro lado del Atlántico), que AVH acaba de lanzar en DVD.

El hijo de Rambow es el opus 2 de Garth Jennings, tras el delirio algo forzado de Guía del viajero intergaláctico, adaptación de la infilmable novela homónima de Douglas Adams, que en la Argentina se editó unos años atrás. El hijo de Rambow es, básicamente, una de esas historias de amistad que en los papeles parecen imposibles. En este caso, la que el solitario Will –que despunta su inminente vocación, animando secuencias dibujadas en clase– entabla con el “chico malo” del colegio, un pequeño truhán llamado Lee Carter. El modo en que se conocen no suena prometedor. Will espera en el pasillo que el profesor termine de proyectar un audiovisual que, para él, equivale poco menos que al Demonio. En ese momento echan a Lee, por hinchar con una pelotita de tenis. Lee ve a Will y le tira la pelotita por la cabeza: es el inicio de una bella amistad.

Inicio, también, del que posiblemente sea el primer caso de cine infantil dentro del cine, a partir del momento en que el pequeño vagabundo introduce al otro en sus dominios. Lo hace como el Dodger de Oliver Twist, cuando guía a Oliver –ese otro huérfano– a la guarida de Fagin. El equivalente al rey de los ladrones sería aquí el hermano mayor de Lee, que con sus modales de líder de barrita tiene al otro trabajando como esclavo personal. Lo cual no impide a Lee la administración de sus propios negocios, que incluyen la venta de grabaciones piratas. Cámara de video ya tiene: una camcorder, de esas que vistas hoy parecen armatostes prehistóricos. Ahora, Lee cuenta también a su lado con un cineasta en potencia. Y un modelo cinematográfico: la película del tipo ese de las venas hinchadas. De exteriores están llenos los alrededores. Sólo falta que el dúo de minicineastas en potencia se anime. Uno, plantando en medio del campo un trípode medio mocho. El otro, pintándose la cara y atándose una vincha en la cabeza. El hijo de Rambow empieza a rodarse.

Los méritos son varios aquí. El estar contada a la altura de sus protagonistas, sin glamorizarlos ni minimizarlos, no es el menor (así como los miembros de la secta integrista no son degradados a la subhumana condición de monstruos o caricaturas). La identificación del realizador con Will y Lee (según sus declaraciones, la película se inspira en experiencias infantiles) alcanza niveles verdaderamente gozosos, a partir del momento en que los chicos emprenden su temprana quijotada cinematográfica. Las escenas de riesgo, sobre todo, comunican la felicidad de hacer cine, con una cualidad física que no se veía desde las primeras de Jackie Chan. “¡Acción!”, grita Lee, y su amigo sale disparado como bala humana. O se tira de cabeza desde la copa de un árbol. O se lanza de una liana a un lago. Will no sabe nadar, pero qué importa. Lo que importa es la película, aventura que un cuarto de siglo atrás era todavía concebible como tal. Sobre todo, si se tenían diez u once años y una familia que lo prohibía.

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