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Sábado, 30 de mayo de 2009
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Palabras verdaderas, un documental imperdible sobre el autor uruguayo

“Benedetti no se cree Benedetti”

La definición de Eduardo Galeano es una de las tantas perlas del documental de Ricardo Casas que Página/12 ofrece a sus lectores a partir de mañana. La película incluye imágenes y entrevistas nunca vistas del escritor fallecido hace dos semanas.

Por Silvina Friera
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A las palabras del propio Benedetti se suman Gelman, Vázquez Montalbán, Saramago y Serrat, entre otros.

Mario no llora, pero se acuerda de esa Montevideo de mediados de los años ’50, “absolutamente verde y con tranvías”, en el documental Palabras verdaderas, de Ricardo Casas, que Página/12 ofrecerá mañana junto con el diario. La ciudad evocada en su poesía y en su narrativa ya no existe. Ahora las avenidas, quizá por un efecto óptico, parecen más grandes por lo vacías. Y por el vacío que dejó Benedetti, ese hombre bajito, modesto y cordial que murió hace dos semanas, un domingo de mayo, a las seis de la tarde en punto, como si hubiera hecho un trato con la muerte para despedirse con la misma puntualidad maniática que profesó en vida. Cuesta aún hablar de Benedetti y escribir sobre él con los tiempos verbales del pasado. La lengua, en su pulseada inmediata contra la muerte, siempre prefiere el presente, hasta que se acostumbra o se resigna a conjugar las variantes del pretérito. El relato que construye el documental, con la voz de Mario, pero también a través de los testimonios de Eduardo Galeano, Juan Gelman, Manuel Vázquez Montalbán, José Saramago, Idea Vilariño, Joan Manuel Serrat y la participación especial de Miguel Angel Solá, tiene un humus de nostalgia por ese Uruguay que lo vio nacer y crecer, donde bosquejó sus primeros poemas con su inconfundible trazo directo y sencillo. De ese país tuvo que exiliarse para salvar el pellejo y sobrevivió al dolor de extrañarlo durante doce años. Regresó a su aldea y siguió cantando y escribiendo. Pero hasta cuando se reía, los ojos de Mario no podían disimular las capas de tristezas acumuladas en la mirada.

Palabras verdaderas, estrenado en 2004, demuestra que es imposible retratar a Benedetti sin contar al Uruguay, como si el apellido del escritor fuera un sinónimo de su país. Las imágenes iniciales en blanco y negro de Paso de los Toros, donde nació el 14 de septiembre de 1920, se ensamblan con los testimonios de Mario. Cuando tenía dos años, su padre, un químico farmacéutico, rumbeó con la familia para Tacuarembó. “Inocente y confiado”, así recordaba el poeta a ese hombre que decidió comprarle la farmacia a un amigo. Como no hizo un inventario, se encontró con cientos de cajitas de medicamentos vacías que lo llevaron a la ruina. En 1924 la familia inició la segunda escala de su itinerario hacia una pensión de Montevideo. Las penurias económicas se ensañaban con los Benedetti. Sólo las páginas de Salgari y Verne podían conjurar ese exceso de realidad no apta para un niño. “No sé cómo aprendí a leer –confesaba el escritor con ese tono campechano que lo caracterizaba–, pero tenía una obsesión por leer. Si me daban un libro, me quedaba leyendo toda la noche.” El botija aprendió a escribir a máquina para hacer un diario con noticias policiales que vendía a los vecinos. Su padre decidió mandarlo al Colegio Alemán de Montevideo. Pero el ingreso de Mario a esa escuela, en 1928, coincidió con el ascenso de Hitler al poder. “La admiración de mi padre por la química alemana no llegaba al nazismo”, aclaraba.

Una antología de Baldomero Fernández Moreno que leyó en Buenos Aires, donde vivió hacia fines de los ’30 y comienzos de los ’40, le cambió la mirada. “Para mí fue una revelación. Era un poeta claro, sencillo, se entendía lo que escribía, y me dije que este es el camino por el que puedo andar.” Y vaya si anduvo el poeta. Poco a poco fue masticando esa iluminación en Poemas de la oficina, en los relatos de Montevideanos y en el ensayo El país de la cola de paja, tres libros que articulan una crítica sobre la ciudad y el empleado público. Los testimonios suman pinceladas al retrato. Galeano plantea que en la obra de Benedetti se percibe “la necesidad de recuperar esa Montevideo verde y con tranvías” que describe en el poema “Dactilógrafo”. Este poema recitado por el actor Miguel Angel Solá –vehículo afinado y preciso para multiplicar los efectos que genera la poesía de Benedetti– conmueve hasta las piedras. Vázquez Montalbán señalaba que en el escritor uruguayo se “reúne lo verdadero, en el sentido de la literatura, y una propuesta de acción a través de la palabra”. Más allá de los pruritos que pueda generar el vocablo compromiso, el creador del famoso detective Pepe Carvalho encontraba en el autor de La tregua a “un portavoz de mensajes que tratan de emancipar”.

“Fue más importante la Revolución Cubana que el estallido del ’68 de París, que no me movió un pelo”, afirmaba el escritor. “Por primera vez el socialismo hablaba en español y lo entendimos mejor; que un país pequeñito como Cuba pudiera enfrentar a los Estados Unidos nos daba esperanza; clarificaba la realidad continental y nuestra inserción en la realidad nacional.” Las imágenes de Montevideo se detienen, particularmente, en 1970. La mirada de Mario se torna sombría, como si el repaso de esos años que vivió en peligro le removiera una vieja herida que nunca cicatrizó del todo. “Con la creación del Frente Amplio se unieron por primera vez las alas progresistas de los partidos tradicionales. Me incorporé al Frente con ganas, con fuerza, pero no tenía la menor vocación de dirigente político”, reconocía Benedetti. En 1973 el terror de la dictadura uruguaya eclipsó las esperanzas. Los compañeros le advirtieron que si se quedaba en Uruguay lo iban a meter preso. Optó por regresar a Buenos Aires, pero la Triple A lo amenazó y tuvo que buscar otro refugio. En Cuba se enteraron de la compleja situación del escritor y le mandaron un pasaje para que viajara inmediatamente hacia La Habana. “Yo tengo bastante poder de adaptación para meterme en otras sociedades”, ponderaba el escritor su experiencia durante los doce años en que estuvo exiliado. “Sabía que la cosa no era breve, que iba a ser larga.” Aunque los escritores en general soportan mal el exilio, “Benedetti escribe desde su memoria y eso puede viajar con él”, sugería Vázquez Montalbán. Volvió en 1983, pero se encontró con un Uruguay que no era el mismo que había dejado una década atrás. “Los dos habíamos cambiado: el país y yo”, subrayaba. “Una de las peores huellas que nos dejó la dictadura fue la mezquindad.”

La sencillez y la claridad de su escritura, que le permitió llegar a muchos oídos y corazones, no ha sido fácil de digerir. Esa virtud en manos de sus detractores devino en el látigo con el que han pretendido castigar y denostar, a veces con una brutalidad desmesurada, la totalidad de la obra del uruguayo. El documental no esquiva el meollo de este asunto. Que los libros de Benedetti se lean y se vendan mucho es para algunos “un pecado que no tiene redención”, desliza el autor de Las venas abiertas de América latina. “Habría que alegrarse de que alguien logre conseguir tantos lectores para la poesía”, añade Gelman. Un momento delicioso del documental, muy bien aprovechado por Casas, es el cruce de las voces de la entrañable Idea Vilariño, que murió a fines de abril, y la del propio Mario. Los dos se achacan mutuamente lo mismo: una suerte de muralla que impedía la expansión de la intimidad de esa amistad. “Mario es un poco inaccesible”, opinaba Vilariño. “Todos los demás hemos sido más íntimamente amigos, pero Mario ha sido más reservado. Uno siente que no lo toca.” El escritor, en tanto, precisaba que se conocieron a través de la revista Número. “Ha sido una buena relación de amistad, que no es tan fácil con Idea”, admitía Benedetti. A continuación, Vilariño despeja cualquier atisbo de rencores enquistados cuando confiesa que Mario “es la única persona por la que pondría las manos en el fuego”.

Casas encontró materiales fílmicos que son auténticas joyas, como las imágenes de Paso de los Toros de la década del 20 o las del Colegio Alemán, donde estudió el escritor, además de una entrevista en Cuba y otra de la TV española. El rompecabezas fílmico se completa y potencia con la música de los uruguayos Daniel Viglietti, Francis Andreu y Eduardo Darnauchans. El retrato del poeta más leído de habla hispana, según Vázquez Montalbán, “sin dignidad autoral”, el modo en que define Saramago la falta de soberbia de Mario, el sobreviviente de una generación que conoció el infierno, el hombre fiel a un ideal, “a pesar de todas las derrotas en estos años”, como apunta Gelman, alcanza una síntesis perfecta en las palabras de Galeano. “Su modestia no es frecuente. Benedetti no se cree Benedetti, no sé cómo hace pero es así.”

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