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Sábado, 26 de diciembre de 2009
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Balance de un rubro en estado de crisis por la piratería

El Apocalipsis llega antes del 2012

El cierre de dos de las tres editoras major y la drástica reducción de videoclubes en actividad marcaron el año más agorero en la historia del video local. ¿Causa? La piratería, que hoy en día en la Argentina mueve 700 millones de pesos al año.

Por Horacio Bernades
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Los piratas dominan el ochenta por ciento del total del mercado.

El auge de la piratería a vista de todos, el cierre de dos de las tres editoras major y la drástica reducción de videoclubes en actividad marcaron el año más agorero en la historia del video local. De las tres condiciones nombradas una resulta, como es obvio, causa de las otras dos. De continuar gozando el comercio ilegal del nivel de impunidad del que hasta hoy disfruta, no sería raro que, para el video argentino, el Apocalipsis anunciado por el film 2012 se haga realidad, más o menos para esa fecha. Si no antes. ¿Se llegará a ese punto? Esa es la pregunta para hacerse, copa en mano, en estos días de brindis y festejos.

700 millones de pesos al año es la cifra que el negocio ilegal del video mueve hoy en día en Argentina. 115 millones, la cantidad de discos vírgenes que la industria trucha importa anualmente para el multicopiado. 80 es el porcentaje de mercado total dominado por los piratas. 25 mil puestos de trabajo están en peligro, en caso de que la industria se desplome definitivamente. 765 son los videoclubes abiertos a la fecha, contra más de 1100 registrados un lustro atrás: un 35 por ciento de ellos cerró durante ese período. Estas cifras de terror marcan la actualidad del rubro video en Argentina. Actualidad que nadie desconoce: la Unión Argentina contra la Piratería, integrada por todas las partes afectadas (incluido el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales, así como los distribuidores y exhibidores cinematográficos) las viene difundiendo ampliamente en los últimos meses.

Pero nada ha cambiado. Allí están, a vista de todo el mundo, los “manteros”, con sus novísimos devedés truchos desplegados en cualquier vereda. Allí están también los kioscos de diarios y revistas, que ofrecen a entre 5 y 10 pesos el “tanque” recién estrenado. Allí están los motoqueros del delivery cyberpirata, haciendo sus entregas en casas y edificios. Allí están los videoclubistas a quienes proveen los equivalentes locales del Perla Negra. Allí están, sobre todo, las superferias truchas del rubro, algunas de ellas mojándoles la oreja a los grandes shoppings (el de Abasto, por ejemplo) desde la vereda de enfrente. Como en esos shoppings se asientan las grandes cadenas de exhibición cinematográfica, el resultado es que el respetable público puede elegir entre ver 2012 –para seguir con el multisignificativo ejemplo– en una sala del Hoyts... o comprarla, a menos de la mitad de precio, en el trucherío de enfrente. Pero, bueno, qué se puede esperar de un mercado en el que el megaemporio del producto por izquierda (el de La Salada) tiene página de Internet pública y notoria.

Tal como consignó en su momento Página/12, el 27 de octubre pasado se celebró en el cine Gaumont el mayor acto contra el comercio ilegal registrado en el país hasta el momento. Convocado por la Unión Argentina contra la Piratería, estuvieron presentes representantes del campo del cine, el video y la música, así como de asociaciones gremiales y estamentos oficiales, como el Incaa. Adhirieron notables de la cultura, desde Susana Rinaldi hasta Juan José Campanella, pasando por Roberto Cossa, Atilio Stampone, Carlos Sorín, Leopoldo Federico y siguen las firmas. Miembros del Sindicato Unico de Trabajadores del Espectáculo Público colmaron la sala, atronando con sus bombos y cantando consignas antipiratería. Se leyó una fuerte declaración, que comprometía a las autoridades al cumplimiento de la ley. Todo parecía servido para que desde áreas oficiales se empezaran a coordinar acciones concretas contra el comercio ilegal. ¿Qué pasó desde entonces? Nada.

“Los representantes del cine, el video y la industria musical consideramos que es a los organismos oficiales a quienes les corresponde ponerse a la cabeza del combate contra la piratería”, dice Aldo Fernández, presidente de la Unión Argentina de Videoeditores. “Pero no vemos que lo estén haciendo”, remata. El sostenido crecimiento de la ilegalidad trajo por consecuencia que en el curso del año dos de las tres empresas major bajaran la cortina para siempre. El cierre de Gativideo, que tenía la representación exclusiva de Disney y Fox, y LK-Tel, que hacía lo propio con los catálogos de Sony y Columbia, dejó en pie a una única major, AVH, y un ramillete de independientes, de las cuales sólo SBP y Transeuropa cuentan con una capacidad de producción estimable. Basta ver el top ten de las más alquiladas del año (ver recuadro) para comprobar hasta qué punto lo que antes era un mercado repartido ahora tiende a ser un campeonato para un solo equipo.

Con Gativideo y LK-Tel fuera del ring, en los últimos meses del año una nueva empresa, Blu Shine, tomó a su cargo la distribución de todos los sellos major que habían quedado vacantes. Al mismo tiempo se reestructuraba la distribución independiente, reestableciendo parte del equilibrio perdido. Pero sólo parte: cada vez se editan menos títulos, menos interesantes y para menos público. Este tiende a ser capturado por la piratería, que saca el máximo partido no sólo del no pago de impuestos, sino también de la falta de decisión de las grandes editoras, a las que les cuesta un horror bajar precios y “mover” sus catálogos. En términos de calidad e interés, si se busca por debajo de las diez mejores del año (ver recuadro) se dará con un mar de medianía.

En ese mar se ahogan las esperanzas del rubro, sin que las editoras se dignen a recurrir algo más seguido al salvavidas de las ofertas y la exploración en profundidad de sus fondos de catálogo. Más allá de algunos estimables boxsets lanzados a buen precio por AVH (uno con un par de películas de Polanski, otros dedicados a Stanley Kubrick y Clint Eastwood) y SBP/Transeuropa (sobre todo una Colección Pino Solanas, ver recuadro “Las 10 mejores”), las compañías en pie no supieron hacerse fuertes en un terreno en el que llevan todas las de ganarles a los del parche en el ojo: el de las ediciones de colección y los lanzamientos de calidad, con extras abundantes y atractivos. Hay un público dispuesto a gastar unos pesitos más a cambio de esas ventajas, pero las grandes editoras tienden a no darle bolilla. Salvo cuando se trata de series de televisión, rubro que perdió menos altura que el resto.

La ceguera no se detiene allí, por cierto. Tal vez por falta de experiencia previa, quizá por simple desinterés, algunos de los nuevos jugadores del rubro parecen manejarse, en relación con la prensa especializada, como si se tratara de convidados de piedra. Ante la falta de provisión de copias de trabajo, para poder cubrir a tiempo los lanzamientos de esas compañías a los periodistas no les va quedando más remedio que bajarlas de Internet, unos días antes de su salida a la calle. Con lo cual todo conduce a un brete típicamente nacional, en el que por desdén, negligencia o capricho, algunos de los afectados por la piratería obligan a otros al pirateo de copias. Destinos argentinos.

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