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Sábado, 31 de julio de 2010
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Cacería implacable, la obra maestra de Lee Myung-se

Piedra libre para un policial

El cineasta coreano aborda aquí el género como si se tratara de un laboratorio experimental. La historia de acción queda reducida al mínimo: un policía obsesivo intenta dar caza a un genio del crimen, cuya inteligencia lo supera largamente.

Por Horacio Bernades
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En Cacería implacable el contenido es la forma.

Nadie ignora que no hay cinematografía reciente que haya abordado los géneros cinematográficos con la energía y creatividad con que lo hizo la de Corea del Sur. Los realizadores de películas como Sympathy for Mr. Vengeance, Old Boy, Memories of Murder, The Host, The Foul King, A Tale of Two Sisters, Die Bad y No Blood No Tears (todas vistas en el Bafici, varias de ellas lanzadas en DVD) no se abocaron a copiar o replicar géneros cinematográficos, sino a reinventarlos por entero. A esa lista habría que añadir Nowhere to Hide, que a fines de los años ’90 –cuando el cine de su país comenzaba a invadir las pantallas del mundo entero– recordó que en Asia la más sofisticada estilización de la acción no se detenía a las puertas de Japón o Hong Kong. A mediados de la semana próxima, el sello SBP, que en Argentina editó varias de las nombradas más arriba, lanzará el opus magnum de Lee Myung-se, con el título –irreprochable, teniendo en cuenta lo que la película narra– de Cacería implacable.

Con media docena de películas previas en las que intentó abrirse paso, sin mucha fortuna, en distintas variantes de la comedia –y dos películas posteriores en las que franqueó lo que va de la voluntad de estilo al exceso estilístico–, en Nowhere to Hide Lee Myung-se (n. 1957) aborda el policial y la acción como si se tratara de laboratorios experimentales. La historia queda reducida al mínimo: un policía obsesivo hasta el borde mismo de la sanidad mental (y más allá también), intenta dar caza a un genio del crimen, cuya inteligencia lo supera largamente. Eso es todo. Eso es nada, en realidad, porque se trata sólo de una plataforma de despegue. Si con un material semejante William Friedkin se entregaba, en Contacto en Francia, a un escaneo de la mente compulsiva, Lee Myung-se utiliza el mecanismo más básico del policial (policía-persigue-criminal) del modo en que el jazzman encara un standard: para practicar, a partir de él, una serie infinita de variaciones, fugas, figuras de estilo que se disuelven en el aire.

Lee Myung-se fragmenta, disgrega, tritura la línea narrativa, reconvirtiendo el relato cinematográfico en una sucesión de momentos visuales culminantes. Lo hace desde el comienzo, con una escena que parece salida de una película de John Woo: tormenta a baldazos, ralentis, miradas que se congelan, prefiguraciones de la acción y finalmente sangre, caos, corridas arriba y abajo de una escalera empinada. De allí en más el realizador recurre a clímax construidos con fotos fijas (a la manera del gran Kinji Fukasaku), una pelea en una terraza que deviene tango bailado entre dos pesados, un enfrentamiento a pura sangre musicalizado con un clásico de los Bee Gees, un único travelling lateral para narrar una persecución completa, barridos y mascarillas de montaje y una batalla a patadas de la que lo único que se ve son sombras sobre una pared. Hasta llegar a una gran secuencia de screwball comedy, a bordo de un convoy en movimiento y con media policía de Seúl disfrazada de guardias de tren, camareros y chocolatineros.

¿Que todo esto suena a pura forma y ningún contenido? No exactamente, sino que –como en cualquier variante de arte abstracto– en Nowhere to Hide el contenido es la forma.

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