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Sábado, 21 de agosto de 2010
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La mentira original, dirigida y protagonizada por Ricky Gervais

El día que inventaron a Dios

El genial creador de The Office y Extras lidera una comedia que transcurre en un mundo sin mentiras... hasta que a alguien se le ocurre imaginar la religión. Por momentos, la farsa es tan herética que hubiera hecho recular hasta a los Monty Python.

Por Horacio Bernades
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La mentira original incluye una parodia de Moisés con las Tablas de la Ley.

La idea es tan buena que no se explica cómo a nadie se le ocurrió antes. La mentira original transcurre en un mundo paralelo, que tiene una única diferencia con éste en el que vivimos: allí la mentira no existe. Un día a un tipo se le ocurre una, funciona bárbaro y de ahí en más pone en práctica su invento, que le permite resolver rápida y eficazmente toda clase de problemas. Hasta que termina produciendo su mayor mentira: inventar a Dios. La idea se le ocurrió a Ricky Gervais, genial creador de las series The Office y Extras. Además de protagonizar The Invention of Lying (tal el título original, que suena casi austeriano), este británico regordete e impasible debuta con ella en cine, como (co)guionista y (co)director. En ambos roles lo acompaña un tal Matthew Robinson, desconocido hasta ahora. Con un elenco rebosante de famosos y de cameos, La mentira original se estrenó en el Norte a fines del año pasado. Aquí, AVH acaba de lanzarla en DVD.

Un mundo sin mentiras es un mundo ingenuo, franco y brutal. “Perdón por la demora, me estaba masturbando”, dice una chica, como si hubiera estado regando las flores, ante el caballero que pasa a buscarla para la primera cita. “Usted es feo y no me interesa en lo más mínimo; acepté su invitación por amabilidad”, refrenda la chica con sonrisa gentil, tras un rápido estudio del candidato. “Hola, soy Tal, me avergüenza trabajar aquí”, se presenta el mozo que los atiende, antes de tirarse todos los lances posibles con la dama. En ese mundo sin mentiras no existen las excusas, los eufemismos, las ficciones: todo es plano y directo, como la verdad absoluta. Todo es aburridísimo, claro.

Mark Bellison (Gervais) trabaja como guionista en una productora de cine llamada Lecture Films (“Películas Conferencia”). La productora debe su nombre a que en ese mundo el cine consiste en un tipo que le lee el guión al público. “Hoy véanme leer El siglo XVIII”, anuncia por televisión, y uno se duerme de sólo verlo. Las producciones de Lecture Films son simples clases de Historia, con guionistas especializados en cada siglo. A Bellison están por echarlo, porque a su último guión (La peste negra) se le fue la mano de aburrido. Si todavía no lo hacen es porque su jefe (ese maravilloso secundario de comedias que es Jeffrey Tambor) no se anima a decírselo. Y como no sabe mentir... La que no tiene ningún problema en anunciar la inminente patada en el traste es su secretaria, que lo odia (la gran Tina Fey, en un papelito secundario).

Componiendo a otro de sus solterones irritantemente modoso-hesitantes, Gervais se rodeó de un elenco que además de los nombrados incluye a Jennifer Garner (como la chica a la que Bellison quiere conquistar), ese gran comediante que es Brad Lowe (como el jefe, que lo odia más todavía y desde ya que se lo dice) y el Jonah Hill de Supercool (también desaprovechado, como vecino suicida), sumando cameos a cargo de Jason Bateman y Christopher Guest. Hasta Philip Seymour Hoffman y Edward Norton aportan los suyos, haciendo un par de caricaturas al paso.

La mentira original incluye una parodia de Moisés con las Tablas de la Ley, que de tan herética hubiera hecho recular hasta a los Monty Python. “Fuck the Man!”, aúlla la gente, reaccionando contra ese “señor en el cielo” que Bellison acaba de inventar, indignados porque el tipo aquel se la pasa generando tragedias, castigos y muertes de seres queridos. Es verdad que a partir de determinado momento a Gervais le da por desviar la cosa para el lado de la autoindulgencia, con el solterón demostrando que es capaz de conquistar a la chica linda. Por suerte, el desliz no llega a borronear del todo el derroche de inspiración previa.

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