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Sábado, 6 de noviembre de 2010
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La última estación, con Christopher Plummer y Helen Mirren

La pérdida de una inocencia

En la película dirigida por Michael Hoffman, el joven Bulgakov descubre que su admirado Tolstoi no es el viejo santón que él creía y se ve atrapado en el cerco alrededor del escritor que forman su albacea y la tempestuosa condesa Sofia.

Por Horacio Bernades
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Plummer y Mirren están al frente de un elenco que incluye a Paul Giamatti y James McAvoy.

Viejo, enfermo y harto de pelearse con su esposa, a los 82 años Leon Tolstoi hizo algo que suele hacerse en la adolescencia, pero difícilmente a esa edad: dejó su casa, sin tener muy claro a dónde ir. En compañía de unos pocos allegados se tomó un tren sin rumbo fijo, recalando en la minúscula ciudad de Astápovo, en el límite sur de Rusia. Allí, y tras recibir una última visita de su esposa, un par de semanas más tarde Lev Nikolayevich Tolstoi falleció de pulmonía. Era el 20 de noviembre de 1910, y esos últimos días del autor de Anna Karenina son los que recrea La última estación, en la que Christopher Plummer encarna al autor de La guerra y la paz y Helen Mirren a su mujer, la condesa Sofía Andreyevna Tolstaia. Estrenada en enero en Estados Unidos, Sony Pictures acaba de lanzarla en DVD en Argentina.

“Informame de todo lo que haga o diga la condesa”, pide o exige Vladimir Chertkov a Valentin Bulgakov. Presidente de la Sociedad Tolstoiana, Chertkov (a quien sus enemigos apocopaban como “Chert”, demonio en ruso) es el albacea de quien sus compatriotas reconocen como leyenda viviente de la literatura universal. El joven Bulgakov, admirador del coloso –a quien además de genio novelístico considera poco menos que un santo–, acaba de ser contratado por aquél para desempeñarse como secretario privado del octogenario. Llegado a la vieja propiedad señorial de Yasnaya Poliana, el hasta entonces crédulo Bulgakov descubrirá que el santo no es tan santo, será testigo de tremendas borrascas matrimoniales y se verá atrapado entre los fuegos cruzados de ese Rasputín laico que es Chertkov y la tempestuosa condesa Sofía. Ninguno de ambos quiere ceder un palmo en la batalla por la herencia material y espiritual de quien, además de campeón literario, representa a un poderoso linaje aristocrático.

Con Paul Giamatti en el papel de Chertkov y James McAvoy (protagonista de Expiación, deseo y pecado) en el de Bulgakov, La última estación narra la pérdida de una inocencia. De una inocencia y una virginidad: una de las razones por las que el veinteañero Valentin admira al autor de Anna Karenina es porque aquél, pacifista de nota, condena la promiscuidad sexual, tanto como la propiedad privada y las posesiones materiales. Simpatizante de una forma romántica del anarquismo, predicador de la resistencia pasiva (fue él quien transmitió esa idea a Gandhi, su corresponsal), el Tolstoi de Christopher Plummer se muestra como un vitalista sanguíneo, amante de las cabalgatas (incluidas las sexuales, en tanto el cuerpo se lo permita), antes que como un santón célibe. Para no hablar de la Sofía de Helen Mirren, capaz de montar escenas más propias de Verdi que de Tolstoi.

Basada en una novelización, el cerrojo que el conspirativo albacea tiende alrededor del enfermo, en compañía de su hija y su médico personal e intentando mantener a la condesa a distancia, hace pensar en una versión rusoliteraria de la muy criolla teoría del cerco. “El Tolstoi que querés perpetuar es más Chertkov que Tolstoi”, le dice en algún momento Bulgakov a Chertkov, abriendo una veta muy actual, sobre la cuestión de la apropiación y perpetuación de la memoria. La película dirigida por Michael Hoffman abre en verdad tantas líneas tan diversas (hay un relato de iniciación, un costado de espionaje literario, alla El escritor oculto, apuntes sobre la construcción mediática de las celebridades, un toquecillo de familia disfuncional y atisbos de biopic) que su principal problema es justamente no ser una película, sino demasiadas.

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