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Sábado, 27 de noviembre de 2010
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El acantilado rojo, del hongkonés John Woo

Un regreso a toda orquesta

Como las mejores películas del realizador de A Better Tomorrow, su nuevo film no es en verdad una épica, sino una elegía. Se imponen el sentido de pérdida, un franco lirismo, la valorización del pequeño detalle y una imparable espiral emocional.

Por Horacio Bernades
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Basada en hechos históricos, El acantilado rojo transcurre en el siglo III de nuestra era.

Maestro indiscutible del género “acción asiática”, John Woo arribó a Hollywood con bombos y platillos, a comienzos de los ’90. Tras dirigir las consagratorias Contracara (1997) y Misión imposible 2 (2000), una década más tarde un par de películas inconvincentes (Códigos de guerra, 2002, y El pago, 2003) bastó para hacer de él un paria cinematográfico. En franca caída, Woo filmó el piloto para una serie jamás emitida (The Robinsons: Lost in Space, 2004), un cortito para un film en episodios (All the Invisible Children, 2005) y un videogame en el que se autofagocitaba (Stranglehold, lanzado en 2007). Tal como unos años antes les sucedió a sus compatriotas Tsui Hark y Ringo Lam, finalmente al legendario realizador de The Killer no le quedó más remedio que regresar a la ex Hong Kong. Allí revivió. Red Cliff, la película de la resurrección, circula desde hace un par de semanas en el mercado local de DVD, con el título El acantilado rojo.

Fue Terence Chang el que salvó a Woo. Productor de todas sus películas de las últimas dos décadas, un par de años atrás Chang gestionó para Woo el más alto presupuesto en toda la historia del cine chino, asegurándose la presencia de dos de las más grandes estrellas de la región. Con un costo de casi 200 millones de dólares y Tony Leung (que ya había trabajado para Woo en Bullet in the Head y Hard Boiled) y Takeshi Kaneshiro como protagonistas, Red Cliff resultó tan grande que hubo que dividirla en dos partes. Con una duración total de cinco horas, Red Cliff (2008) y Red Cliff 2 (2009) terminaron siendo el mayor éxito de boletería en el país de los osos panda. En el resto del mundo se conoció una versión reducida a la mitad, que es la que en la Argentina viene de editar Emerald Video.

Basada en hechos históricos, El acantilado rojo transcurre en el siglo III de nuestra era. Un intrigante primer ministro llamado Cao Cao convence a un inexperto emperador de exterminar a los representantes de tres reinos rebeldes, a quienes la película presenta como nobles y justos. Con su combinación de intrigas políticas y grandes escenas de batallas, de sofisticadas estrategias militares y delirantes acrobacias de wu xia pian (nombre que el género de capa y espada recibe en Asia), El acantilado rojo se parece, al menos en su planteo, a miles de superproducciones chinas. Pero la alquimia de los cineastas de genio consiste en convertir lo común en raro. A diferencia de la mayoría de las superproducciones épicas, Red Cliff no tiende a la expansión sino a la concentración. Con excepción de la secuencia inicial, el resto de la película tiene por única localización el acantilado del título, donde se librará una larga serie de batallas, terrestres y navales.

Todo el despliegue que puede imaginarse está aquí: miles de naves digitalizadas, miles de extras de carne y hueso, miles de enfrentamientos espada en mano, menos ralentis que los presumibles e infinidad de explosiones. Sin embargo, todo en El acantilado rojo tiende a la implosión, a la melancolía. Como las mejores películas del realizador de A Better Tomorrow, su nuevo film no es en verdad una épica sino una elegía. Se imponen el sentido de pérdida, un franco lirismo, la valorización del pequeño detalle, una imparable espiral emocional. “Todos hemos perdido”, dice al cabo de la última batalla, entre humo y cadáveres, el general victorioso. Todos menos el cine, podría decirse, frente a esta resurrección del hombre que, tal vez por pudor, disfraza de hiperacción la más pura emoción.

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