de Steven Spielberg. Con Daniel Day-Lewis, Sally Field y D. Strathairn.
2012, 150 min.
Fox Video.

Tarantino se toma la historia en joda, para Spielberg es asunto serio. No por solemne (el protagonista se la pasa contando historias cĂłmicas, de gaucho ladino), sino por el modo en que se refleja en el presente. Ver en el Lincoln de Spielberg un Obama del siglo XIX es pura simplonerĂa: el actual presidente de los Estados Unidos es un polĂtico de tan escasa altura como la mayorĂa de sus colegas, mientras que el hĂ©roe de Spielberg es un gran hombre. No es real, es mĂtico. Aunque no deja de ser un polĂtico y por lo tanto es frágil, falible y hasta envuelto (literalmente: ver la fotografĂa) en las sombras más flagrantes. Se parece más a Tiresias que a Obama: ve hacia dĂłnde debe ir la historia, aunque ese destino sea trágico.
de Michael Haneke. Con Jean-Louis
Trintignant y Emmanuelle Riva.
2012, 127 min.
Transeuropa.

La Ăşltima pelĂcula del austrĂaco Michael Haneke es una obra maestra trunca, por un final que esta secciĂłn considera lisa y llanamente abominable. Con hondura y despojamiento extremos, el director de La cinta blanca se concentra en dos Ăşnicos personajes, acantonados en un interior. Universalidad absoluta de la vejez, la enfermedad terminal y la muerte, encarnados en unos Trintignant y Riva que se entregan a sus personajes como el toro embanderillado al torero. Con elegancia seca y precisa, Haneke va al hueso y halla en ambos una humanidad asediada pero firme, absolutamente inĂ©dita en su cine. AhĂ, con la misma inoportunidad del Alzheimer, el sadismo llama a la puerta, embarrando una pelĂcula hasta ese momento Ăşnica.
de Q. Tarantino. Con Jamie Foxx, Christoph Waltz y L. DiCaprio.
2012, 165 min.
Sony Video.

Tarantino vuelve a meterse con la historia. Esta vez no es el nazismo sino el esclavismo, que el nativo de Tennessee convierte, como lo hacĂa con Hitler y sus muchachos, en farsa, caricatura y opereta. Artista adolescente (aunque acaba de cumplir 50), Quentin suele brillar más en las presentaciones que en el largo plazo, más por explosiones que de forma sostenida. En Django sin cadenas todo eso queda más a la vista, seguramente por dos razones: por lidiar con un tema con pretensiones de seriedad y por intentar hacerlo no en forma episĂłdica, sino de saga continua. Los primeros 45 minutos son para arrellanarse y gozar. De allĂ en más, Tarantino se va perdiendo en mil caminos divergentes, insatisfactorios o lisa y llanamente fallidos.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.