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Sábado, 8 de junio de 2013
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Seis sesiones de sexo, dirigida por Ben Lewin

Las necesidades de un hombre

Aun con un protagonista discapacitado y virgen y un cura canchero y poco ortodoxo, la película consigue evitar los lugares comunes en los que podría caer una y otra vez. Y consigue el milagro de hacer reír a pesar de su trasfondo de cierta tristeza.

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Por su trabajo en la película, Helen Hunt recibió una nominación en la última edición del Oscar.

Más de veinte años atrás, un poeta llamado Mark O’Brien publicó una crónica titulada On Seeing a Sex Surrogate, donde contaba sus experiencias junto a una sustituta sexual. El término, sin equivalente en castellano, designa a una persona que cumple una tarea sexual, pero no es una prostituta (o prostituto). De allí que en algunas crónicas se aluda al rol como “terapeuta sexual”. Lo cual no es del todo exacto. La relación que existe entre un surrogate y un terapeuta se parece más a la que puede haber entre un paramédico y un médico. La cuestión es que a los 38 años O’Brien era virgen. Tenía razones muy concretas: de niño contrajo poliomielitis, enfermedad que lo dejó postrado de por vida, pudiendo mover sólo del cuello para arriba. Lo cual no quiere decir que de la cintura para abajo el hombre estuviera paralizado por completo... Por eso mismo O’Brien necesitó de los servicios de la sustituta. Esa relación recrea The Sessions, que en la última entrega del Oscar obtuvo una nominación y que la Fox acaba de lanzar en DVD en Argentina, con el título Seis sesiones de sexo.

Con dirección del veterano y poco conocido Ben Lewin (nacido en Polonia, criado en Australia, radicado en Estados Unidos), el notable John Hawkes interpreta a O’Brien, Helen Hunt es quien ameritó una nominación en el papel de la sustituta Cheryl Cohen-Greene y William H. Macy hace del padre Brendan, confesor del protagonista. El pelo largo, luciendo eventualmente vincha y ropa deportiva y fumando algún que otro cigarrillo (de tabaco), el padre Brendan es uno de esos curas heterodoxos que de Don Camilo para acá cada tanto aparecen en cine. De hecho es él quien sugiere a O’Brien, en esos fines de los años ‘80, la conveniencia de poner fin a su virginidad. Tal vez sea para evitar unas sesiones de confesión en las que Mark, trasladado en camilla por un asistente, lo pone al tanto, en voz un poco demasiado alta, de la capacidad eréctil de su pene.

El sentido del humor, tirando a negro, así como la sincera afección de Lewin para con sus personajes, permite a Seis sesiones de sexo ponerse a años luz del “deber ser” (caritativo, solidario, sensible) con que Hollywood carga, a la hora de abocarse a toda clase de discapacitados. Hay una razón para esa mezcla de empatía, ligera crueldad y permisividad humorística: créase o no, el Sr. Lewin también sufrió de poliomielitis de niño, desplazándose de allí en más con muletas. Tampoco es que Seis sesiones de sexo sea una comedia reidera. Es comedia y produce risas. Cómo no hacerlo cuando O’Brien informa que “un par de accidentes espectaculares” lo obligaron a dejar de lado la silla de ruedas que solía manejar.

Pero risas no son lo único que el film de Lewin, ganador del Premio del Público en San Sebastián 2012, produce. Una marcada corriente de dignidad, calidez y melancolía baña a unos personajes (y unos actores) que parecen reflejarse la falta. Sólo Perogrullo sería capaz de detallar todo lo que le falta al protagonista, quien aun así jamás se permite hacer uso de la piedad ajena. No es una discapacidad física sino institucional lo que priva al padre Brendan de lo mismo que está necesitando su parroquiano. Y Helen Hunt, cuya Cheryl es una mujer casada y con un hijo, tiñe al personaje de una tristeza cuyas razones, por suerte, nunca se explicitan: es también el psicologismo lo que Seis sesiones de sexo sabe mantener a raya

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