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Sábado, 20 de julio de 2013
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BERNIE, DE RICHARD LINKLATER, LA PREVIA DE ANTES DE LA MEDIANOCHE

Entre sátira y documental

Con un caricaturesco Jack Black en el protagónico y una octogenaria Shirley MacLaine a su lado, es inevitable que la penúltima película de Linklater a la fecha tenga aire de comedia. Aire engañoso: detrás aguardan la negrura, el odio, el crimen.

Por Horacio Bernades
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MacLaine fusiona a Rico MacPato con Cruella DeVille. Y Black pretende heredarla.

“¿Quién es Bernie?”, pregunta un cartel al inicio de la película. El decurso de la película deja claro que esa pregunta no tiene respuesta. Basada en un caso real sucedido a mediados de los ’90, Bernie es un curioso cruce entre documental y ficción. Entre sátira y documental, para ser más precisos. Con un caricaturesco y muy caracterizado Jack Black en el protagónico y una octogenaria Shirley MacLaine a su lado, es inevitable que la penúltima película de Richard Linklater a la fecha tenga aire de comedia. Aire engañoso: detrás aguardan la negrura, el odio, el crimen. En el fondo de todo ello, la imposibilidad de conocer al prójimo. En medio de la ficción se escanden testimonios a cámara. Algunos, de quienes conocieron al tipo, que no hay forma de saber si era un ángel o un granuja. Otros, actuados. Cuáles son unos y otros es también imposible de saber, obturación que atrapa al propio espectador en aquello que a Linklater le interesa exponer.

Estrenada en Estados Unidos un par de temporadas atrás y unánimemente ensalzada por la crítica de su país, el sello Transeuropa acaba de lanzar en DVD la película que Linklater terminó justo antes de Antes de la medianoche. Inmejorable comienzo, con el protagonista (Black, en otra de sus caretas humanas) dictando, frente a un grupo de alumnos de Ciencias Mortuorias (sic), clase de cómo maquillar a un cadáver. Inmejorable porque en él está contenida la película entera, con el nativo de Louisiana Bernhardt Tiede actuando, y el tema del maquillaje, la cosmética, eso tan estadounidense que podría llamarse “técnica del show”, puesto en primer plano. Mudado a la pequeña ciudad de Carthage, Texas, el pío, lisonjero, relamido regordete de eterna sonrisa, bigotito y cabello renegrido se convierte velozmente en una suerte de mascota de la pequeña comunidad. Presta como nadie los servicios fúnebres, saluda uno por uno a los asistentes, está siempre listo para ayudar, consolar, servir al doliente. Gran detalle, lo otro que fascina a Bernie es la actuación y dirección de ese reino del artificio que son los musicales.

“Todas las viudas estaban enamoradas de él”, asegura una vecina. Contacto con viudas no le falta al bueno de Bernie, teniendo en cuenta su profesión. Así conoce a Mrs. Nugent (MacLaine, a siglos luz de sus muchachitas multisonrientes). Dueña del lugar, “turra odiosa y malvada”, según otra vecina, MacLaine fusiona a Rico MacPato con Cruella DeVille. A fuerza de amabilísimas arrastradas, Bernie se convierte en su esclavo, su perro faldero, su trapo de piso... y su único heredero. Mrs. Nugent ya pasó los 80, pero aún así puede que Bernie no tenga la paciencia de esperar hasta el día de su muerte natural. ¿Cálculo o hartazgo? Vaya a saber. ¿Quién podría decir quién era Bernie en realidad? Sus vecinos, seguro que no. Sureños crédulos, unos lo siguen viendo como un angelote. Sureños creyentes, otros ven en él un demonio. Y están los que primero una cosa y luego otra.

Entre los que siempre sospecharon de Tiede funge, como es lógico, el fiscal de distrito. Papel en el que Matthew McConaughey desparrama, como de costumbre, la clase de efluvio viril que Cosmo Kramer llamaba “kavorka”. Eso, y un acento sureño que se diría sobreactuadísimo, si no fuera porque la gente del lugar habla exactamente con el mismo acento. Nacido en Austin, Texas, Linklater se hace una panzada riéndose del folklore de la zona. Los interiores como de Liberace, las señoras muy peinadas, los señores de sombrero Stetson, el chupacirirismo generalizado, la homofobia (¿era gay el amigo de las viudas?), los increíbles campeonatos de ver quién aguanta más tiempo con las manos apoyadas sobre una camioneta (¡!). Sátira, sí. Pero una sátira que frena la sonrisa a la altura de la comisura, al dejar picando preguntas sobre la máscara, el prójimo, la verdad. La identidad.

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