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Sábado, 22 de marzo de 2014
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DEBERAS AMAR, SEXTO LARGOMETRAJE DE TERRENCE MALICK

Del ridículo a lo sublime

Basada en supuestas experiencias personales del director, la película hace foco en un hombre y sus dos amores. Pero más allá de la trama, el film muestra a un Malick ambicioso y místico, como si Bergman, Whitman y Narosky hubiesen aportado a su realización.

Por Horacio Bernades
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Deberás amar, un auténtico “poema cinematográfico”.

Un axioma de larga data establece que lo sublime y lo ridículo se rozan. La elevación extraordinaria que presupone el primero de esos términos puede generar efectos colaterales: pompa, exceso de solemnidad, un kitsch de alta gama. En la entera historia del cine nadie encarnó jamás esta coexistencia de modo más pleno y absoluto que Terrence Malick, el mítico realizador de Días de gloria, La delgada línea roja y El árbol de la vida. Desde siempre se sabe que este nativo de Illinois es capaz de elaborar poemas visuales de incomparable excelsitud. Excelsitud que, al mismo tiempo, lo pone al borde del ridículo, y eventualmente lo lanza resueltamente a él. Qué mejor prueba de ello que El árbol de la vida (2011) y su ambición de narrar la historia de una familia en relación con el cosmos liso y llano. Como si Walt Whitman, Carl Sagan y el Disney de Fantasía quisieran emprender un imposible viaje juntos.

Ya sin pretender reproducir en imágenes el momento del nacimiento del universo, lo siguiente de Malick lleva el nombre de To The Wonder. El opus 6 de este cineasta de obra laboriosamente macerada se presentó un par de años atrás en el Festival de Venecia y ahora el sello AVH la lanza en DVD, con un título algo insólito, aunque, ya se verá, no del todo impertinente: Deberás amar. Típico de Malick, el rodaje se desarrolló en el más hermético secreto, a partir de un guión reducido a un par de memorias personales y con cambios de marcha que dejaron fuera tanto metraje filmado como actores convocados. El número de los que filmaron y no quedaron podría dar lugar a una serie entera de películas que jamás existirán. Pasaron por el set de To The Wonder (título que, también de modo característico, se conoció sólo cuando la película estuvo terminada) desde Jessica Chastain hasta Rachel Weisz, incluyendo a Amanda Peet, Barry Pepper y el británico Michael Sheen. Para no hablar de Christian Bale, que iba a tener a su cargo el protagónico y se bajó antes de la orden de largada.

No hay problema: Bale va a estar presente (o eso se supone) en las dos próximas películas de Malick, filmadas al mismo tiempo. Basada según dicen en experiencias personales del realizador, To The Wonder hace foco en un hombre llamado Neil (Ben Affleck, finalmente) y sus dos amores: Marina, una muchacha ucraniana a la que conoce en París (Olga Kurylenko, que supo ser chica Bond en Quantum of Solace) y su compatriota Jane (Rachel McAdams). Los datos son tan escuetos como esquivos: de Neil se sabe que es inspector ambientalista (en un momento da con una pérdida tóxica gravísima, cuya investigación el relato deja curiosamente librada a su suerte); de Marina se sospecha, por su tendencia al pliée y el grand écarté, que es bailarina. Jane es, a su turno, heredera de una granja familiar en Oklahoma, al borde de la quiebra.

A ellos se les suma –y es aquí donde se centran los problemas más alarmantes de To The Wonder– el padre Quintana, cura católico al que interpreta Javier Bardem, cuyos agudos tormentos existenciales parecerían salidos de un Bergman a destiempo, si no fuera que sus frases en off dan la impresión de haber contado con el aporte de José Narosky. Si se le saca ese peso muerto –que no deja de representar un costado místico muy propio de Malick–, Deberás amar (insólito mandamiento impuesto por el padre Quintana desde el off) corresponde plano a plano a esa especialidad que hace del realizador de El nuevo mundo alguien tan inigualable como eventualmente repetitivo: el poema cinematográfico. Siempre con el excelso director de fotografía mexicano Emanuel Lubezki como brazo derecho, Malick deja que las imágenes discurran, siguiendo a sus actores con acompasados, extendidos movimientos de steadycam, en medio de sus frecuentes salidas al exterior.

Se sabe: para Malick, la naturaleza es sagrada. Si algo narran La delgada línea roja como El nuevo mundo son crímenes ambientales (o caídas de la Gracia, si se prefiere). Aquí, la costa normanda y, sobre todo, esos anaranjados trigales del Oeste Medio que inundaban ya Días de gloria, vuelven a ondear, como arrastrados por una fuerza superior. Los hombres siguen sin estar a la altura de ese marco siempre majestuoso. Los hombres, que le huyen al compromiso, y no las mujeres, que sí parecen capaces de conectar con la grandeza que prados y atardeceres expresan. Otra vez Bergman, influencia no suficientemente estudiada en Malick. ¿Bergman reescribiendo Hojas de hierba, con asistencia de algún productor de aforismos pretendidamente místicos, entre imágenes que recuerdan la obra de Grant Wood? Si se quiere.

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