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Sábado, 22 de julio de 2006
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JOHN CARPENTER SIEMPRE VUELVE

El talento también sabe meter miedo

Cuatro recientes ediciones en DVD permiten revalorar el aporte de uno de los grandes del terror.

Por Horacio Bernades
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El enigma de otro mundo, La niebla, Escape de New York y En la boca del miedo, clásicos de Carpenter.

En momentos en que el cine estadounidense parecería no saber qué hacer con los géneros clásicos, cuando da la impresión de no poder ir más allá de la réplica o la parodia, tiende a agigantarse la dimensión de los que vinieron antes. Aquellos últimos mohicanos, que por los años ’70 y ’80 revivificaron y renovaron el cine de género. Cineastas como Coppola a la hora de releer el cine de gangsters, Brian de Palma navegando en las inmediaciones del terror (o metido a fondo en él), Walter Hill en relación con el western y el cine de acción y, last but not least, John Carpenter revisitando el legado de las horror movies. Convocadas por vaya a saber qué azar o extraño designio, cuatro recientes ediciones en DVD permiten revalorar el aporte de este último, que en años recientes viene siendo puntualmente (des)honrado a la hora de las remakes.

Los títulos editados son La niebla, Escape de New York, En la boca del miedo (todos a cargo de Gativideo) y El enigma de otro mundo, que hace unos meses lanzó AVH. Selección particularmente afortunada, en tanto permite echar luz sobre los muchos rostros de este nativo de la ciudad de Cartago, estado de Nueva York, que como tantos se crió yendo al cine. Y parece no haber salido jamás de él. Cuarto opus de quien desde hace rato luce el pelo enteramente blanco (consecuencia de una grave enfermedad cutánea que contrajo durante el rodaje de The Thing), sucesora de Dark Star (1974), Asalto a la prisión 13 (1976) y Noche de brujas (1978), La niebla es de 1979 e ilustra la pasión del realizador por los viejos cuentos de fantasmas. Le siguen Escape de New York (1981) y El enigma de otro mundo (1982), con Carpenter consolidado ya como cineasta de culto y corriéndose hacia el interior del complejo industrial llamado Hollywood. Complejo con el que, de todos modos, nunca llegó a mantener relaciones cordiales.

Tras algunos altos (la paranoica Sobreviven, de 1988) y bajos (con la livianísima Memorias de un hombre invisible, 1992), la lovecraftiana En la boca del miedo (1995) es, posiblemente, su última gran película. Vendría luego una etapa menos lucida, que se extiende hasta el presente e incluye El pueblo de los malditos, ese duelo de hinchadas que es Vampiros y la cambalachosa Ghosts of Mars. Más que hasta el presente, habría que decir que esa fase llega hasta el año pasado. En 2005, a los 57 años, Carpenter fue convocado para la serie de televisión Masters of Horror. Su unitario, Cigarette Burns, pudo verse en la última edición del Bafici y muestra, más allá de alguna que otra disparidad, un provechoso lazo con En la boca del miedo. Mientras se aguarda la llegada de Cigarette Burns al video argentino (un sello local tiene en carpeta la edición completa de Masters of Horror), es tiempo de retroceder hasta La niebla, la más viejita de las películas editadas ahora en DVD.

Cuento de fantasmas climático, redondo y virtuoso, La niebla es el primer Carpenter que funciona a la vez como fábula política, a partir de la historia de ese pueblo que, el día de la celebración de su centenario, descubre que su acto fundacional consistió en un crimen abominable. No llama la atención que el héroe de su película siguiente, Escape de New York, sea un marginal que, cuando le anuncian que tiene que rescatar al Presidente, pregunte, con gesto de desprecio: “¿Presidente de qué?”. Basta poner esta frase en perspectiva con el Hollywood oficial para ver la clase de vínculo que el cine de Carpenter entabló desde siempre con él. Y si no, tiéndase una línea que vaya del héroe anarco de Escape de New York a la dj de La niebla, encerrada en su radio-faro. Vincúlese a ambos con la situación básica de El enigma de otro mundo, donde todos se ven obligados a desconfiar de todos. Piénsese ahora en el protagonista de En la boca del miedo, encerrado por loco cuando tal vez sea el único sano.

El resultado de todas esas operaciones lleva a intuir que detrás de todo esto hay un tipo solitario, convencido de que la realidad tiene forma de traición (las “gracias” del Presidente a Snake Plissken, al final de Escape de New York) o de encerrona (chequear la progresiva reducción de los espacios en casi todas sus películas). Y que lo único en lo que parecería creer, fanáticamente, es en el poder de las historias. Historias oídas (el relato oral del comienzo de La niebla) y leídas (ver En la boca del miedo). Pero sobre todo vistas, en épocas en las que en Kentucky, donde el hombre se crió, existían todavía salas de mala muerte. Y filmadas más tarde en Panavisión, ese formato en el que cada plano da la sensación de ser un mundo completo y autosuficiente.

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