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Sábado, 29 de julio de 2006
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“EMPIRE FALLS” EN DVD

Esa polémica entre cine y literatura

Basada en un libro de Richard Russo, la miniserie de HBO tiene indudables virtudes novelísticas, que en el plano cinematográfico producen un efecto de sobrecarga.

Por Horacio Bernades
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Paul Newman encabeza un elenco notable.

Basada en una novela que ganó el Pulitzer, dirigida por el conocido Fred Schepisi (Plenty, La casa Rusia) y con uno de esos elencos que se reúnen muy cada tanto (Paul Newman, Joanne Woodward, Ed Harris, Philip Seymour Hoffman, Helen Hunt, Robin Wright Penn y siguen las firmas), la miniserie de HBO Empire Falls reúne todo lo que el prestigio puede dar. Emitida en mayo de 2005 en cuatro emisiones sucesivas de 50 minutos cada una, a fines del año pasado Empire Falls fue la gran candidata para los premios Emmy. Terminó resultando la máxima derrotada: de 10 nominaciones ganó una sola, la de Mr. Newman como Mejor Actor Secundario. Ahora, el sello AVH la edita en Argentina, permitiendo reactualizar una vieja discusión alrededor de las relaciones –siempre problemáticas, jamás sencillas– entre novela y relato audiovisual.

Nacido en el estado de Nueva York en 1949, el novelista Richard Russo tiene a esta altura un amplio training televisivo y cinematográfico. A mediados de la década pasada, Robert Benton llevó al cine su novela Nobody’s Fool, con Paul Newman en el protagónico y estrenada en Argentina con el originalísimo título de Las cosas de la vida. La experiencia fue buena. Poco más tarde, autor, director y actor volvieron a reunirse en Crepúsculo, que tenía guión original de Mr. Russo y representaba un decidido intento (nada apolillado, por cierto) de reflotar el film noir. Raro caso de empatía entre novelista y actor, Empire Falls resulta ser la tercera reunión Newman-Russo. Entre tanto, el escritor no se quedó quieto, escribiendo varios guiones originales para cine y televisión. Uno de los más recientes es el de La cosecha de hielo, que AVH editó directamente en video un mes atrás y donde Russo vuelve a vincularse con la tradición del noir, en clave de comedia negrísima.

Lo de Empire Falls es otra cosa. El tono de comedia sigue estando, pero esta vez al servicio de una tradición literaria bien distinta. Esa tradición es la de la novela realista, tal como la entendió el siglo XIX. En la senda de Dickens o Balzac, en la voluminosa Empire Falls Russo se propone dar a luz un mundo completo. Mundo representado por la ciudad del título, enteramente ficticia pero enormemente parecida a montones de ciudades del este de los Estados Unidos. “Los Whiting no eran dueños de todo el pueblo, sino sólo de lo que valía la pena”, informa en los primeros tramos el narrador en off, tan omnisciente como en toda novela clásica, aunque más cáustico. El largo brazo de Francine Whiting (Joanne

Woodward, pelo enteramente blanco y energía casi juvenil) se extiende por toda la ciudad y llega hasta el Empire Grill, modestísimo bolichito cuyo nombre parecería una cruel ironía. Lo regentea Miles Roby, protagonista de la miniserie, tan venido abajo como el grill y la ciudad toda (un Ed Harris cada día más calvo).

Francine es la viuda de C. B. Whiting (Philip Seymour Hoffman). Antes de suicidarse –única forma, tal vez, de huir de su esposa–, C. B. supo ser amante de la mamá de Miles (Robin Wright Penn). Helen Hunt es la ex del protagonista, Dennis Farina su nueva pareja y Aidan Quinn su hermano. Last but not least, por allí anda dando vueltas, convertido en un viejo sucio y medio loco, el papá de Miles, Max Roby, que nunca fue un padre ejemplar y sigue sin serlo (Newman). Escrito por el propio Russo, el guión de Empire Falls cuenta con evidentes cualidades novelísticas. Hay una generosa proliferación de historias y personajes, abundantes desvíos y subtramas, libre fluctuación entre presente y pasado, brillantez en la definición de personajes, diálogos perlados, igual atención prestada a lo grande (la historia de la ciudad, sus sucesivas reconversiones económicas, su estructura de clases) como a lo nimio (las migas y restos de comida que el viejo Max lleva siempre prendidas a su barba, sin que le importe un cuerno).

Pero ese mismo peso novelístico, presidido por un marcado horror al vacío y volcado sin mediación por Fred Schepisi (que jamás fue dueño de ningún talento), termina teniendo el efecto de una camisa de fuerza sobre la materia filmada. Es que existen diferencias esenciales entre lo escrito y lo visto, y si se las ignora la tortuga se escapa. En literatura, lo que no se escribe, y describe, simplemente no existe. En cine todo existe, no hay imagen que esté vacía. Pretender llenar el relato con la clase de detalles que suelen enriquecer una novela –cosa que sucede aquí todo el tiempo– conduce inevitablemente al exceso acumulativo, la sobrecarga y, finalmente, el ahogo. Gana la literatura, pierde el cine.

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