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Viernes, 16 de septiembre de 2005
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“LLAMADA PERDIDA”, DE MIIKE TAKASHI

Los ringtones, el nuevo vehículo del terror japonés

El film de Takashi abunda en mensajes desde el más allá y muertes violentas.

Por Horacio Bernades
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En Llamada perdida vuelven a aparecer colegialas, una de las obsesiones del “j-terror”.
Si el frenesí hiperproductivo suele ser la norma para buena parte de los realizadores asiáticos, en el caso de Miike Takashi esa fiebre llega a extremos tales que lo suyo es, desde hace años, un caso digno del Guinness. O de neurobiólogos, expertos en freakología humana o psicopatólogos, vaya a saber. En apenas tres lustros y con 45 años recién cumplidos, Miike lleva ya una sesentena de largometrajes filmados, desafiando lo que la mente humana puede llegar a concebir. De ese lote, la última la estrenó hace unos días (aunque, en su caso, decir que estrenó una hace unos días es casi redundante), en el marco del Festival de Venecia. Hasta Argentina llegó una decena de ellas, con los festivales de Buenos Aires y Mar del Plata como cabeceras de desembarco y un único estreno en salas (Audition, que se vio en una sola sala y en una mala copia de video ampliado).
Es por ello que no deja de ser una curiosidad que ahora se edite una de sus películas en Argentina. Se trata de Llamada perdida (One Missed Call, según el título de distribución internacional), que el sello SBP acaba de lanzar en VHS y DVD. Claramente inscripta dentro de lo que ha dado en llamarse j-terror o terror japonés (ver recuadro), Llamada perdida es una de las cinco que su autor despachó en el año 2003, cuando el Festival de Cannes le dedicó una importante retrospectiva. Film de encargo, basta ver la película para que el cálculo de los productores salte a la vista. Si Ringu, cabecera de flota de esta tendencia y enorme batacazo internacional, trabajaba sobre la idea de mancha venenosa a partir de un video que iba asesinando gente a su paso, aquí se reemplaza el casete por un celular y se obtiene algo parecido. Lo mismo en cuanto al protagonismo de una chica, que se pondrá a investigar la extraña maldición a su pesar, acompañada de un caballero de turno.
Lo otro –las apariciones fantasmales, los pixeles de la tele como materia propicia para esas apariciones, los fantasmas sumamente pilosos– viene no sólo de Ringu, sino también de otro montón de exitosas muestras de esa corriente, desde Pulse de Kiyoshi Kurosawa hasta Ju-On, pasando por la coreana Phone. Todo empieza el día en que dos colegialas (las colegialas, otra obsesión del j-terror) reciben un llamado en el celular de una de ellas. El llamado tiene ciertas peculiaridades. No sólo viene del futuro, lo cual no suele ser frecuente, sino que además lo envía la propia receptora, que dice algo, pega un grito y muere. Dos días más tarde, claro, la chica muere, después de gritar algo a través de su celular, con ella misma como receptora del llamado, en el pasado. De allí, los ringtones, los mensajes desde el más allá (tanto en sentido espacial como temporal) y las muertes violentas se vuelven costumbre entre el grupo de amigos de Yumi, la protagonista (la relinda Kou Shibakasi, que ya había llamado la atención en Batlle Royale). Como es obvio, la propia Yumi terminará recibiendo el llamado y luchando contra la muerte, en un largo enfrentamiento final, en un hospital abandonado.
Narrada con el cuidado, la pulcritud y la sugerencia que son características del j-terror, Llamada perdida resulta una película sumamente atípica para quien es uno de los grandes kamikazes del exceso cinematográfico. Quienes conocen e idolatran al parafinado Miike se quedarán esperando algo parecido al final de Dead or Alive (donde un duelo de pistolas crecía hasta hacer explotar el planeta, literalmente), a las largas y detalladas torturas de Audition o Ichi, the Killer, a los muñequitos de plastilina vomitados en La felicidad de los Katakuri o a la inexplicable salida de un señor a través del conducto vaginal de una chica, en Gozu. Aquí todo pasa por la creación de climas y el trabajo sobre la aparición inminente, refractarios a todo zafarrancho cinematográfico. Al menos, hasta la última media hora, en que Miike tira todo aquello por la borda y hace aparecer un cadáver en avanzado estado de putrefacción, con una piel que se cae a jirones y unas falanges que se doblan para el otro lado.

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