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Sábado, 1 de octubre de 2005
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“YO AMO HUCKABEES”

Los viajes de un carrusel delirante

El nuevo film de David O. Russell es una comedia absurda, que tiene puntos de contacto con La vida acuática, de Wes Anderson. Yo amo... abunda en “interrogantes cósmicos” y “detectives existenciales”, que pueden sumergir al espectador en el caos y el desconcierto.

Por Horacio Bernades
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La película de David O.
“Este es el universo, ¿ve?”, dice el hombre, que lleva anteojos de marco grueso y un ridículo flequillo canoso. Lo que le muestra es una sábana, una simple sábana blanca, de la que hace emerger “hechos de la vida”. “Aquí nace usted, ¿ve?”. Y representa el nacimiento como un brote, que es su mano debajo de la sábana. “Acá, un orgasmo, un accidente, un noviazgo”, siempre con la mano haciendo bulto por debajo. “¿Ahora se da cuenta?”, remata como si fuera Einstein en plena demostración de la Teoría de la Relatividad. “Todo es parte de la sábana, todo se relaciona con todo.” El del flequillo es Dustin Hoffman, payaseando otra vez después de Los Fockers. “Detective existencial”, dice la tarjeta de presentación que le presenta a su potencial nuevo cliente, el eternamente perplejo, azorado, problematizado y crédulo protagonista de Yo amo Huckabees.
Estrenada en su país en octubre del año pasado, de no haber existido La vida acuática, Yo amo Huckabees se hubiera consagrado como la película más delirante que el cine estadounidense haya producido después de Los excéntricos Tenenbaum. Hay una estrecha conexión entre esta comedia absurda de David O. Russell y la obra de su colega y cogeneracional Wes Anderson. Con él comparte Russell no sólo la vocación por el disparate sino, incluso, algunos actores icónicos, el gusto por la vastedad del elenco y hasta la elección de la música. De hecho, de no tener Mr. Russell sus propios antecedentes en la materia, bien podría pensarse que Yo amo Huckabees es una suerte de nota al pie de la obra entera de Anderson. El protagonista de Yo amo Huckabees no es otro que Jason Schwartzman, héroe adolescente del opus dos de Anderson, Rushmore, que en la Argentina se conoció con el título Tres es multitud. A su alrededor se amucha un cast que incluye no sólo a Hoffman, Jude Law, Naomi Watts, Isabelle Huppert, Mark Wahlberg y Lili Tomlin, sino –ya que estamos– ese fetiche hitchcockiano que es Tippi Hedren (protagonista de Los pájaros y Marnie), Talia Shire (hermana menor de Mr. Francis Ford Coppola) y hasta, en un cameo, la cantante pop Shania Twain. Todos juntos, en medio de un carrusel que incluye corporaciones triunfantes, ambientalismo naïf, raras formas de terapia alternativa, campesinas españolas que funcionan como pitonisas y refugiados sudaneses que coleccionan autógrafos de famosos.
Miembro de una vaga Coalición de defensa del medio ambiente, Albert Markovski (Schwartzman) está convencido de que ciertas extrañas coincidencias tienen que tener una explicación cósmica. La coincidencia es haberse cruzado tres veces, en el curso de un día y en situaciones muy diferentes, con un gigantesco inmigrante sudanés que trabaja como portero, en el edificio donde viven sus padres. En busca de los misterios del universo que tienen que haber producido esa situación, Markovski recurre a aquellos detectives existenciales, que son en verdad un matrimonio, el integrado por Hoffman y Lili Tomlin, y cuyo método de trabajo consiste en espiar al propio “paciente” para descubrir qué es lo que oculta su intimidad. Con el ejecutivo de ventas encarnado por Jude Law como némesis y otro paciente de los detectives (Wahlberg) como “su otro”, el desconcierto del pobre Albert no hará otra cosa que aumentar durante la “investigación”. Lo cual lo hace consultar a una suerte de gurú francesa (Isabelle Huppert), competidora número 1 de los detectives existenciales, en tanto su filosofía sostiene exactamente lo contrario que aquéllos. Para la Dra. Vauban, en el universo nada tiene que ver con nada, ya que todo es “crueldad, manipulación y sinsentido”.
El edificio teórico de la Dra. Vauban le sienta a David O. Russell, que convierte a su película en un verdadero e incesante caos marxiano (por los hermanos, más que por Karl). Esto no es nuevo en la filmografía de este neoyorquino de 47 años. Así lo demostraban ya el Edipo consumado de Spanking the Monkey (estrenada en la Argentina con abundantes cortes), la psicótica disfuncionalidad de Flirting with Disaster y la miseria humanade Tres reyes, su película más conocida y exitosa, aquí y en el mundo entero. Es posible que la propia película caiga presa del caos, el sinsentido y el vacío, más temprano que tarde. Pero si algo no se le puede negar a Russell es que la suya es una apuesta de alto riesgo. De esas que no sirven precisamente para ganarse la confianza de quienes mandan en el negocio del cine, los Jude Law que siempre terminan triunfando sobre los Markovski de este mundo.

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