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Sábado, 28 de julio de 2007
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“NUEVE CANCIONES”

Climax británico del “porno d’art”

Michael Winterbottom hizo la primera película inglesa con sexo explícito.

Por Horacio Bernades
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El protagonista y su partenaire practican con pertinacia el viejo deporte del in & out.

Si existe acaso el subgénero porno d’art, su acta de nacimiento podría ser la fellatio (algo tímida todavía) practicada por la holandesa Maruschka Detmers a mediados de los ’80, en la remake-Bellocchio de El diablo en el cuerpo. Con las fiestas sucesivas de la estadounidense Shortbus (de próximo estreno en Buenos Aires) como expresión más reciente, otras paradas (con perdón de la palabra) del subgénero deberían incluir las portentosas erecciones de Romance X, de Catherine Breillat (1998) y The Brown Bunny, de Vincent Gallo (2003), así como la fellatio que abre y cierra Batalla en el cielo, del mexicano Carlos Reygadas (2004). Como todas las nombradas, fue en Cannes que debutó 9 songs, de Michael Winterbottom, a la que el escándalo o el eslogan (que suelen ser socios) atribuyeron carácter fundacional, designándola “primera película británica con sexo explícito”. Con el título Nueve canciones, sexo en gira, el sello Transeuropa la edita ahora en video, destino que les cupo a otras películas del mismo realizador (ver recuadro).

Nueva manifestación de la tríada sexo, droga y rock and roll en cine, la particularidad de Nueve canciones es que la droga se consume en dosis moderadas (un par de inhalaciones por parte de la pareja protagónica), el rock and roll no tiene carácter de bandera sino que se trata de meros conciertos a los que se asiste, y el sexo se ejerce de modo fisiológico, antes que liberador. En otras palabras, aquella tríada, que en los ’60 y ’70 llegó a adquirir dimensiones de consigna política, aquí se ve reducida a una condición meramente pragmática, muy en consonancia con la época. “Parece un ejercicio de reduccionismo, en el que todo se expresa de modo primario”, se dice en un momento, en referencia al paisaje de la Antártida. La definición puede aplicarse a la propia película, cuya línea argumental se limita a pareja se conoce-va a conciertos de rock-curte-se separa. Filmada en formato digital en cuestión de días, sin guión y con apenas un actor y una actriz (esta última ni siquiera es profesional), Nueve canciones es tan minimalista que a su lado las películas de Lisandro Alonso podrían pasar por superproducciones sobreescritas.

Como el elenco, los decorados de Nueve canciones se reducen al número dos. Uno es el del Brixton Academy, corazón de la movida post brit pop, y el otro el departamento del protagonista, donde él y su partenaire estadounidense practican con pertinacia el viejo deporte del in & out. La estructura narrativa no podría ser más básica: una canción-un polvo-una canción-un polvo. Así sucesivamente, hasta redondear 66 minutos. En función de la estadística deberá consignarse que Primal Scream, Franz Ferdinand y Super Furry Animals son algunos de los grupos capturados en vivo por Winterbo-ttom, que regresa al planeta rock después de la ultracontagiosa 24 Hour Party People. Con la misma asepsia habrá que computar que varias penetraciones, fellatios y cunnilingus constituyen el repertorio no musical de la película, con una eyaculación en cámara como greatest hit.

Este carácter deliberadamente primario coexiste, sin embargo, con una metáfora bastante subrayada, que consiste en comparar la Antártida y el sexo. Sí, suena un poco raro pero es así. Justificado por la condición de explorador polar del protagonista –que recuerda sus días de cama, mientras recorre en aeroplano el continente helado–, el símil se vuelve literal al postularse, desde el off, que “en el Polo, la claustrofobia y la agorafobia están en el mismo lugar, como dos personas en la cama”. Una afirmación cuya compleja ambigüedad no parecería corresponderse con la cruda, elemental fisiología que las imágenes de Nueve canciones exponen, a lo largo de poco más de una hora.

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