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Sábado, 26 de abril de 2008
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Las horas perdidas, de Richard Kelly

Neomarxistas apocalípticos

El segundo largo del director de Donnie Darko imagina a un nuevo grupo guerrillero en el marco de la Tercera Guerra Mundial.

Por Horacio Bernades
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Tratándose de una película de dos horas 40 minutos, que prolifera, prolifera y prolifera, dejando al espectador con la sensación de no haberse movido nunca del lugar, el título de Las horas perdidas con que AVH lanza Southland Tales en DVD podría ser tomado como un peligroso rapto de autorreferencia por parte de la editora local. Presentada en competencia en la edición 2006 del Festival de Cannes, Southland Tales es el opus dos de Richard Kelly, cuya ópera prima, Donnie Darko, se había convertido, a comienzos de este siglo, en caso testigo del film de culto automático. Para muchos, la estrella que allí brilló con luz encandilante se apagó para siempre, poco más de un lustro más tarde. Y todo gracias a Southland Tales. Es posible que se trate de una doble exageración, muy típica de la época: se derrumba, en cuestión de segundos, el mismo mito que tiempo atrás se construyó de apuro.

Basta darle una ojeada al elenco de Las horas perdidas para presentir ya las dosis de desmesura, capricho o excentricidad que el film desparramará más tarde. Allí se amuchan desde estrellas del cine mainstream como Dwayne Johnson (el fisicoculturista conocido como The Rock) y Sarah Michelle Gellar hasta has beens del tamaño de Christopher Lambert. Como en un colectivo con demasiados pasajeros, en el interior se hacen lugar la dama de prestigio Miranda Richardson, veteranos del Saturday Night Live como Nora Dunn y Jon Lovitz, winners profesionales como Justin Timberlake, un campeón de los secundarios de comedia como Wallace Shawn y hasta Zelda Rubinstein (¡la médium enana de Poltergeist!). Donnie Darko transcurría en 1988, en época preeleccionaria, con Bush (padre) a punto de disputar el país con Michael Dukakis. Aquí las elecciones que están por tener lugar son las de ahora, las de junio próximo, con Hillary Clinton como candidata demócrata (dos años atrás, el nombre Obama no sonaba a nada).

Como en Donnie Darko, Kelly (n. 1975) vincula acto eleccionario con apocalipsis liso y llano. Allí, un hombre-conejo gigante (sic) susurraba al oído del protagonista que faltaban sólo 28 días para el fin del mundo. Aquí, el fin del mundo tiene lugar al comienzo, cuando una fiestita infantil campestre es interrumpida por el estallido de una bomba H, lo cual da lugar a la Tercera Guerra Mundial. De allí en más la(s) trama(s) comienza(n) a saltar y retorcerse, como conejos epilépticos. Pasando en limpio los 160 minutos, sucede más o menos que un famoso actor fisicoculturista, casado con la hija de un senador texano y candidato republicano (The Rock, en obvia referencia cruzada a Schwarzenegger, cuya esposa pertenece al tronco familiar de los Kennedy) es secuestrado y luego liberado por un grupo guerrillero “neomarxista” (sic), tras haber perdido la memoria. Sin recordar su parentesco político, el hombre se relaciona con una porno star (Gellar) que quiere filmar con él un thriller ridículo, cuyo guión escribió.

Mientras tanto (la película necesitaría, casi en cada escena, de esta fórmula típica de la historieta), un gurú de las nuevas formas de energía, que se peina con rulo al costado (Shawn), se comporta como un yakuza, pero es en verdad un científico loco que quiere dominar el mundo. Conducidos por Nora Dunn y contando con la participación de Jon Lovitz, los neomarxistas (que tienen nombres como Dion, Sueño o Zora) secuestraron también a un policía, llamado Roland, con la intención de reemplazarlo por Ronald, su hermano mellizo. O viceversa. Miranda Richardson acaba de abrir un site destinado a controlar la vida privada de todo el mundo, Justin Timberlake hace de francotirador loco, recién regresado de Irak y Christopher Lambert se ve que pasaba por ahí en el momento en que filmaban la película. Suerte de El mundo está loco, loco, loco del preapocalipsis (fílmico), como toda sátira sobredimensionada Southern Tales quiere decir tantas cosas sobre el mundo y la época, que corre el peligro de un doble fracaso: no decir nada sobre el mundo y la época, y tampoco funcionar como sátira.

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