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Jueves, 24 de julio de 2008
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Un impiadoso anatomista de las pasiones humanas

Acerca de la dualidad

Que todo este vaudeville transcurra entre canapés y vinos de guarda y se vea enriquecido por el ridículo coro de las fuerzas vivas de una ciudad de provincia le da al film su carácter discretamente subversivo.

Por Luciano Monteagudo
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Ludivine Sagnier y François Berléand, amores que matan.

Sí, es verdad, quizás a simple vista no hay nada nuevo en la nueva película de Chabrol, como si su universo fuera siempre el mismo, sólido, incólume, monolítico: la burguesía –que para Chabrol es hoy la única clase social (ver entrevista)– con sus pequeñas miserias cotidianas, su mezquindad, su arribismo, su afán de éxito, de ascenso social y figuración. El punto de partida también sigue siendo más o menos el mismo: un fait divers, un vulgar caso policial, tomado de las páginas olvidadas de la prensa amarilla. Y todo el asunto visto con un humor ácido, vitriólico, que va marcando –ligeramente, como al pasar– apuntes de sus criaturas, como si les arrancara gajos enteros de su personalidad.

Pero en Una mujer partida en dos –“La muchacha” o “La mujer joven” serían términos más adecuados al título original y a la edad de la protagonista–, hay sin embargo una diferencia, un matiz de cambio que ya se insinuaba en uno de los films inmediatamente anteriores de Chabrol, La dama de honor (2004), también protagonizada por una belle fille poseída por la fiebre de un amor loco, por una pasión fuera de todo cálculo racional o material (cálculo que fue lo que marcó siempre a fuego a los muchos personajes que Isabelle Huppert compuso en su momento para Chabrol). Sin embargo, si en La demoiselle d’honneur había alrededor de ese personaje un aura misteriosa, inquietante, aquí en cambio Chabrol prefiere volver a la más chata, crasa realidad, esa que él es capaz de ver descarnadamente, como “un impiadoso anatomista de las pasiones humanas”, según lo definió un crítico francés.

La chica de marras es Gabrielle Deneige, un nombre que irónicamente alude tanto a su carácter virginal (“de nieve”) como a la naturaleza banal de su trabajo: presentar el informe meteorológico en una cadena de televisión. Quizá por esa frescura, esa simplicidad elemental que emana de su figura y su tarea, Gabrielle (Ludivine Sagnier, tan ascendente como su personaje) recibe propuestas que no son necesariamente sólo laborales. Pero además de los lances que elude en los pasillos del canal –del conductor del noticiero, del gerente de la emisora– la blonda Gabrielle también se convierte en el oscuro objeto de deseo de dos hombres a su manera poderosos, aunque de carácter bien distinto.

Uno es Charles Saint-Denis (estupendo François Berléand), escritor consagrado, Premio Goncourt, pagado de sí mismo, siempre con una cita ingeniosa en la punta de los labios y por sobre todas las cosas un hedonista consumado. Más erotómano que gourmand, Charles vive rodeado por dos bellas mujeres: su esposa (“una santa”) y su editora, que encarnada por Mathilda May no puede dejar de darle a su personaje una evidente insinuación perversa, de insaciable animal sexual, aunque jamás aparezca siquiera desnuda. Que una vista siempre de blanco y la otra de riguroso negro es apenas uno de los detalles con los cuales Chabrol se divierte sumando contrastes, simetrías y dualidades a un film cuya cifra es el número dos.

El rival de Saint-Denis en el corazón de Gabrielle es no menos arrogante: Paul Gaudens (Benoît Magimel), heredero de una enorme fortuna familiar que él parece empeñado en dilapidar, con su conducta tan presumida como extravagante. Tanto que su madre (la magnífica Caroline Silhol) ha puesto a su disposición, para que lo siga a sol y a sombra, no tanto a un guardaespaldas sino más bien a una suerte de “superyó” de la conciencia, que todo el tiempo se ocupa de llamar a Paul a recato.

Escindida en dos por estos dos hombres, Gabrielle siente que pierde la cabeza por el escritor lujurioso, capaz de ofrecerle placeres tan humillantes como desconocidos, al mismo tiempo que no puede resistir la tentación de ser para Paul la mujer pura y virginal de la cual él cree haberse enamorado. Que toda esta comedia cruel transcurra entre canapés y vinos de guarda (como siempre en Chabrol, hay no menos de media docena de escenas alrededor de mesas bien servidas) y que este vaudeville se vea enriquecido por el ridículo coro de las fuerzas vivas de una pujante ciudad de provincia (en este caso Lyon) le da al film su carácter discretamente burlón y subversivo. Sí, es cierto, la cuerda que pulsa Chabrol es quizás –con las variaciones del caso– siempre la misma. Pero nadie la pulsa mejor que él.

8-UNA MUJER PARTIDA EN DOS

(La fille coupée en deux, Francia/Alemania, 2007).

Dirección: Claude Chabrol.

Guión: Claude Chabrol y Cécile Maestre.

Intérpretes: Ludivine Sagnier, François Berléand, Benoît Magimel, Marie Bunel, Mathilda May, Caroline Silhol.

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