Nos sentamos frente al ventanal y fumamos en silencio. HacÃa mucho tiempo que yo no tocaba un cigarrillo, además de que nunca fumé más que algunos por mes, pero le pedà uno en la esperanza de bajar la comida y asà estar en condiciones de comer la torta. Aunque no la habÃa visto aún, estaba seguro de que en algún sitio ella la tenÃa escondida y yo querÃa cumplir con todos los pasos del ceremonial cuando al fin la trajera, es decir encender las velitas y cantar el feliz cumpleaños y luego comer varios pedazos halagando a la pastelera. Ser un hombre solo, descubrà con beneplácito, no me impedÃa ponerme en el lugar de una persona para quien la soledad era todo menos una dicha, y por eso estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que pudiera disimular la deserción que habÃa sufrido mi anfitriona, incluso bailar si ella me lo pedÃa. Por primera vez en la noche sentà que mi presencia en ese sitio cobraba un sentido, que no por azar era ésa la primera fiesta a la que concurrÃa en años. Incluso llegué a creer (tal vez no a creer verdaderamente pero sà a jugar con la creencia) que Selin me habÃa invitado a mà solo, y puesto que ahora el invitado de piedra dormÃa en la cocina, la fiesta empezaba.
* Fragmento de Muñecas (Emecé).
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