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Domingo, 4 de diciembre de 2005
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OPINION

La política como juicio estético

Por Daniel Mundo

Heidegger planteó que el pensamiento fundamental de un pensador es aquel que queda impensado, ése al que todo el ser y la obra del pensador tiende pero que se retrae a su enunciación. Esta fórmula le cabe sin dudas a Hannah Arendt.
A Arendt le gustaba definirse como una pensadora política. Si se escuchan un poco detenidamente los dos conceptos, no puede dejar de percibirse un pequeño cortocircuito, ya que lo político remitiría a aquel tipo de actividad que sólo puede consumarse con la participación de muchos, mientras que el pensamiento sería una especie de tarea que se realiza en el recogimiento de la soledad (aunque no de manera solitaria: nunca se está solo cuando se piensa). Arendt se propuso tal vez sin saberlo hacer de esta conjunción un modo de vida. Alrededor del juicio a Eichmann comienza a vislumbrarse en la manera de pensar de Arendt lo que se convertiría en su búsqueda teórica de los próximos quince años: la valorización del lugar del espectador. Es por esta época que Arendt vuelve a leer a Kant. ¿Qué hace con él? Lo corre unos milímetros del lugar donde la filosofía lo había encasillado y le da a la tercera Crítica, a la Crítica de la facultad de juzgar, un sentido político que hasta ese momento había sido acaparado por la Crítica de la razón práctica. Arendt sostiene algo así como que la esencia de la política no se encuentra en el actor sino en la capacidad de juzgar que despliega el espectador frente a lo visto: el sentido que provendría del espectáculo no reside en él, pues depende de la palabra del espectador para desplegarse. La política, así, consistiría en el poder de discriminar, pero no en discriminar lo que está bien de lo que está mal –lo que moralizaría a la política– sino en distinguir lo que me gusta de lo que no me gusta. Y a partir de este juicio estético elemental, que forma parte del bagaje con el que contamos todos los seres humanos, ser capaces de crear una opinión. Pues es esta opinión la que preserva el gran objeto de amor de Arendt: el mundo común que no pertenece a nadie.
Es un lugar común de los comentadores referir que cuando Arendt murió en su máquina de escribir había una hoja en la que estaba escrito el título del tercer capítulo de La vida del espíritu, su libro póstumo e inconcluso: El Juicio, decía. Alrededor de esta página en blanco se yergue lo fundamental del pensamiento de Arendt que Arendt nunca dejó de pensar.

* Autor de Crítica apasionada, una lectura introductoria de Hannah Arendt (Prometeo Libros).

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