Quiero decir esto en algún sitio: he tratado de perdonar. Y sin embargo. Ha habido épocas en mi vida, años enteros, en que la cólera ha podido conmigo. La fealdad me ha sublevado. Encontraba cierta satisfacción en el resentimiento. Le abrÃa la puerta. Lo cultivaba. Miraba al mundo con malos ojos. Nos quedábamos trabados en una mirada de mutua repulsión. Le cerraba a la gente la puerta en las narices. Me pedorreaba donde me apetecÃa. Acusaba a las cajeras de querer estafarme diez céntimos, mientras los tenÃa en la mano. Hasta que un dÃa me di cuenta de que iba camino de ser la clase de schmuck que envenena a las palomas. La gente cambiaba de acera para no cruzarse conmigo. Era un cáncer humano. Y, si he de ser sincero, en el fondo no estaba enojado. Ya no. HabÃa dejado el enojo en algún sitio hacÃa mucho tiempo. Olvidado en un banco del parque. Y sin embargo. Después de tantos años, ya no sabÃa ser de otra manera. Una mañana, al despertar, me dije: Aún no es tarde. Los primeros dÃas fueron extraños. Tuve que practicar la sonrisa delante del espejo. Pero la recuperé. Fue como quitarme un peso de encima. Yo me desembaracé de algo y algo se desembarazó de mÃ. Al cabo de un par de meses encontré a Bruno.
Fragmento de La historia del amor (Salamandra).
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