Se ha dicho tanto en el intento de desentramar al arte. Se han escrito libros, bibliotecas completas; obras de toda una vida –de muchas vidas de muchos artistas– han querido llegar al fondo de cuestiones para las cuales tal vez nunca haya una respuesta por completo satisfactoria: ¿Qué es el arte? ¿Cuál es el elemento que le confiere al artista ese carácter? El artista, pelÃcula dirigida por la dupla Cohn-Duprat, se propone explorar ese territorio, vadeando pretenciosas declamaciones o extensas parrafadas teóricas. Y las elude del modo más eficiente. No negándolas, sino atravesándolas con humor.
Justamente el elemento humorÃstico es el presupuesto central de El artista. Sin ser una comedia, más allá de que cuando sus directores deciden aplicar la fórmula del chiste lo hacen con un timming sumamente preciso, es imposible aceptar la premisa básica de la historia sin, como mÃnimo, contemplar la posibilidad bastante concreta de que todo sea, en el fondo, una gran broma.
RamÃrez es enfermero en un neuropsiquiátrico tan triste como la realidad misma. Su madre acaba de morir y en el departamento donde vive sólo lo espera su propio silencio. No es muy distinto el panorama en el trabajo. Ahà ha adoptado a Romano, un hombre enorme y viejo postrado en una silla de ruedas, que apenas dice una única palabra: pucho. Es imposible no pensar en todos esos silencios como tabiques de un laberinto que enmascaran otras realidades paralelas. En la casa, RamÃrez amontona innumerables rollos de papel en un ropero; cada dÃa, al volver del hospital, agrega uno o dos a la pila. En todos ellos hay dibujos que RamÃrez planea exponer. En ese intento demostrará una ineficiencia para la comunicación en el lÃmite de la subnormalidad. Sin embargo la obra de RamÃrez parece ser buena y a partir del llamado de un galerista muy interesado, su vida dará un vuelco que se irá completando con el avance del relato. Pero al espectador le podrán quedar dudas respecto del verdadero talento de RamÃrez y esas sospechas no serán infundadas. Es Romano, el de los problemas mentales, el de la palabra única, quien hace esos dibujos que crÃticos y académicos aclaman de forma unánime. O casi: cuando a alguno de ellos se le ocurra escribir que esos trazos secretos (nada de aquella obra es revelada nunca al espectador) no presentan absolutamente nada novedoso, será de inmediato tildado de imbécil. Nada es casual.
¿Romano o RamÃrez? ¿Quién es entonces el artista? Se plantea por un lado que es esa mirada crÃtica la que pudiera legitimar al arte como hecho previo al acto de creación: para el crÃtico es el artista quien pretende alcanzar el arte a partir de la acción y, de alguna manera, es su mirada atenta la que lo corrobora como acontecimiento y le da valor. RamÃrez entonces no es artista por la belleza o los valores propios del trabajo de Romano, sino porque la obra puede ser explicada y encuadrada desde un discurso dentro de una teorÃa determinada. Es decir, lo opuesto a Romano y a RamÃrez, incapaces de todo discurso. Cohn y Duprat desactivan el mecanismo crÃtico con esta herramienta sencilla: la ironÃa.
En oposición pero tal vez más próximo al espÃritu de la pelÃcula, aparecen reiteradas citas al Duchamp del mingitorio aquel: el arte está en el ojo capaz de descubrirlo. Y asà el no parece ser otra cosa que la capacidad evocativa que es propia del artefacto en sà y por completo ajena a la voluntad del hacedor. Más allá de todo intento de legitimar una obra a partir de su encuadre o presunción teórica, su verdadero valor estarÃa dado por todo aquello que es capaz de provocar una vez finita. Lo cual, como la pescadilla devorando su propia cola, incluye también la posibilidad de una mirada crÃtica.
Brillantes entonces Cohn y Duprat. No sólo en el notable manejo que demuestran a través del trabajo no menos eficiente de sus protagonistas, el histriónico escritor Alberto Laiseca y el crooner Sergio Pángaro, quien se revela como un transmisor emotivo poderoso y minimalista; también en la riqueza narrativa invertida en el relato, que se traduce en potencia dramática y en una certera mirada plástica, capaz de descubrir arte en las chorreaduras de brea sobre un fondo de salpicré grisado de mugre.
Que El artista cierre como comenzó, con un final, es un detalle que augura el continuo y saludable nacimiento de nuevos ciclos, con las mismas viejas preguntas todavÃa sin responder. Y quizá sÃ, como se ha dicho, todo esto –arte, artista, pelÃcula– no sea más que un chiste. Uno bueno.
8-EL ARTISTA
Argentina, 2009.
Dirección: Gastón Duprat y Mariano Cohn.
Guión: Andrés Duprat
Música: Diego Bliffeld.
FotografÃa: Mariano Cohn, Gastón Duprat.
Intérpretes: Sergio Pángaro, Alberto Laiseca, Ana Laura Loza, Diego Perdomo, Enrique Gagliesi, Andrés Duprat, Luciana Fauci.
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