Sábado, 31 de diciembre de 2005
Textual
Veinte años tardó en reaparecer la pantera. El asombro que en ambas ocasiones me produjo no puede ser gratuito. La parafernalia de que se revistió ese sueño no puede atribuirse a meras coincidencias. No; algo en su mirada, sobre todo en la voz, hacÃa suponer que no era la escueta imagen de un animal, sino la posibilidad de enlace con una fuerza y una inteligencia instaladas más allá de lo humano. Y, sin embargo, debo confesar que las palabras anotadas eran sólo una enumeración de sustantivos triviales y anodinos que no tenÃan ningún sentido. Por un momento dudé de mi cordura. Volvà a leer cuidadosamente, a cambiar de sitio los vocablos como si se tratara de armar un rompecabezas. Unà todas las palabras en una sola, larguÃsima; estudié cada una de las sÃlabas. Invertà dÃas y noches en minuciosas y estériles combinaciones filológicas. Nada logré poner en claro. Apenas la certeza de que los signos ocultos están corroÃdos por la misma estulticia, el mismo caos, la misma incoherencia que padecen los hechos cotidianos.
ConfÃo, sin embargo, en que algún dÃa volverá la pantera.
La pantera, en Los mejores cuentos (Anagrama).
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