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Viernes, 25 de septiembre de 2009
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Textual

Lauchi: –Ella estaba mal; estaba mal. Se puso loca; decía que era pecado. Que tenía una penitencia. Se agujereó la mano a propósito. No eran los clavos de Cristo, como dicen las viejas; eso sí que es verso, se lo juro por Dios... (Se besa los dedos en cruz) porque yo lo vi, yo estaba. Estaba desarmando el altarcito. Lo tiraron a la mierda al altarcito; la mamá y la tía abuela del Conchi. Casi se les quema la merca que tenían escondida ahí. Porque su hija con las piedras tiró las velas y les prendió el mantel. Era un aparador viejo de madera que tenían ahí, que también agarró fuego. Y ahí guardaban el paco y la merca las viejas. Casi se les quema. Lo movieron acá y lo movieron allá, hasta que al final lo tiraron a la mierda porque no servía para nada. Yo fui por los tablones. Juntamos tablones nosotros. Lo estaba desarmando para llevarme los tablones, y viene Rosa llorando a pedirme las estampitas. Yo no las tenía más. Y se puso mal. (Reflexivo de pronto) ¿Por qué estaría mal, si al final había ganado? Porque al final la Rosa les ganó: les hizo tirar a la mierda el altar, y el santito “fue”. Y además los tumbearon a todos, ¿no? Les encontraron la merca en la casa. (Continúa con la verborragia de la confesión.) Pero Rosa decía que todo era culpa suya. “Vos no hiciste nada, Rosa”, le digo. “Nadie es inocente”, me dice. Y me quiere sacar las estampitas, y como no las encuentra, se pone loca y se empieza a golpear con las maderas, y se clava un clavo en la mano. Agarró un tablón con un clavo, así, y se lo clavó en la mano. Y después me lo mostró. Se lo juro. “Mi sacrificio”, dijo.

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