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Miércoles, 4 de noviembre de 2009
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Opinión

Despedida para el siglo XX

Por Ricardo G. Abduca *

Se ha dicho de Picasso que si no hubiese pintado ningún cuadro igual lo recordaríamos como gran escultor, como ceramista. Algo parecido puede decirse de Lévi-Strauss. No deja una obra, deja varias. Fue el autor de Etnografía nambikwara, y otros textos menores, por los años 1940. Hizo luego un tratado de gran alcance, Las estructuras elementales de parentesco. Dejó también tres obras de reflexión personal y estética: su segundo gran libro, Tristes trópicos, de 1955, y dos obras postreras: su relectura de las fotos que tomó en los ’30, Saudades de Brasil y Mirar, escuchar, leer. Tres volúmenes (los dos primeros llamados Antropología estructural) reunieron sus artículos. Quizás en El pensamiento salvaje confluye la red mayor de sus argumentos. Luego se abocó casi exclusivamente a siete tomos de mitología americana: las Mitológicas, y otros tres, quizá más convincentes. En La vía de las máscaras pasó a analizar objetos concretos, en La alfarera celosa desafió a los psicoanalistas, en Historia de lince culminó una reflexión sobre la especificidad de las sociedades americanas.

Su obra también tiene entidad política. Con dos intervenciones centrales en la Unesco: “Raza e historia”, en la posguerra (que tendría que ser de referencia obligada en las escuelas públicas de hoy), y “Raza y cultura”, veinte años después, que matizó y enriqueció sus propias tesis previas. Pero también en Tristes trópicos, esa crónica pesimista que compara los trópicos despoblados de América y los hiperpoblados de Asia. Hasta sus últimos reportajes, siempre se mostró amargadamente lúcido ante el crecimiento de la población y el estropicio del planeta.

Nieto del rabino de Versailles, su obra casi no tiene referencias al mundo judío o cristiano; habló poco de ritual. Pero todo lo que se diga sobre los mitos de ahora en más tendrá que referirse de un modo u otro a su empresa. Desde el tour de force con que presentó la herencia de Mauss, en 1950, inauguró un nuevo pensamiento que está en el horizonte contemporáneo: el estructuralismo (sin él no hay postestructuralismo, ni desconstrucción). Entre los primeros en recibir su influencia, positiva o reactiva, estuvieron Lacan y Althusser. No se entiende la ontología lacaniana de los registros real, imaginario y simbólico, sin su apuesta fuerte por la autonomía de lo simbólico –y si no véanse las lecciones sobre la inyección de Irma en el seminario de Lacan, al cual asistió–. Investigadores británicos ya formados, como Edmund Leach y Mary Douglas, acusaron su influencia, como el norteamericano Marshall Sahlins. Maurice Godelier, Françoise Héritier, Philippe Descola, Eduardo Viveiros, han seguido por rutas que el ayudó a trazar. Desde la Argentina, desde Eudeba, gracias a Eliseo Verón (también Noelia Bastard y Eduardo Menéndez), se lo introdujo al mundo castellano. Describir la estela de las adhesiones y reacciones que suscitó entre nosotros (desde Blas Alberti a Carlos Reynoso, pasando por Cordeu y muchos otros) no es tarea sencilla.

Hemos terminado de despedirnos del siglo XX.

* Antropólogo. Profesor de Antropología Económica (UBA).

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