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Viernes, 8 de enero de 2010
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Ezequiel Acuña habla de la construcción de Excursiones, su tercera película

“¿Para qué romper una química de trabajo?”

El director señala que la realización de su nueva película significó la oportunidad de volver a divertirse, abriendo el juego para que los actores terminaran de construir el guión: “Tenía que cerrar temáticas abiertas en las películas anteriores”.

Por Ezequiel Boetti
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“Después de Como un avión... estuve un año fuera del ambiente cinematográfico, sin saber qué hacer.”

Marcos y Martín son amigos. O eran: forjaron una amistad que se presumía inflexible e incondicional durante el secundario, pero el tiempo y las circunstancias de la vida se encargaron de tijeretearla. Una década después, el primero, protagonista de los actos escolares devenido diseñador de envoltorios de golosinas, logró que el dueño de una sala teatral se interesara en su proyecto, una especie de unipersonal supraterrenal con Lucifer incluido. El segundo, mientras tanto, se gana la vida como guionista de cine, televisión y teatro, esta última su especialidad. Con más voluntad que talento, Marcos recurre a Martín para que depure su idea. Sobre ese reencuentro, las asignaturas pendientes, la fidelidad y el compromiso gira Excursiones, el opus tres de Ezequiel Acuña, que desde hoy se exhibe los viernes y sábados a las 22 en el Malba porteño y en los espacios Incaa de Unquillo y Rosario.

Lejos de los veinteañeros abúlicos de constante pulular sin un norte preestablecido de Nadar solo (2003) y Como un avión estrellado (2005), el director de 33 años retoma la historia de Rocío, el corto iniciático que rodó una década atrás mientras cursaba el segundo año de la carrera de realizador, y que se centra en un par de amigos inmersos en el duro proceso de crecer. Definida por el catálogo del último Bafici –donde se vio fuera de Competencia en la Selección Nacional–, como “una película que va de la comedia al drama melancólico ida y vuelta”, Excursiones significó para Acuña la clausura de una etapa cinematográfica. “Tenía que cerrar temáticas abiertas en las películas anteriores”, reflexiona el también guionista, para quien el rodaje significó un páramo en la usual rispidez de la industria. “Quería hacer una película con amigos y conocidos”, dice a la hora de justificar la repetición de Matías Castelli y a Alberto Rojas Apel como pareja protagónica. “Nunca dejé de verlos”, afirma.

–¿Cuándo surgió la idea de retomar los mismos personajes?

–Después de Como un avión estrellado, cuando me replanteé el rumbo. Estuve un año fuera del ambiente cinematográfico, trabajando en una librería y sin saber muy bien hacia dónde ir, dudando sobre qué hacer y cómo seguir para que esto sea un disfrute. Entonces empecé a ver retrospectivamente qué cosas habían sido las más auténticas que hice mientras estudiaba cine, y todo se remitía a ese corto filmado durante un fin de semana con un par de técnicos y dos actores. Ahí me di cuenta de que la química entre los dos personajes podía ser la previa para otro proyecto.

–¿Fue suya la idea de que fueran los mismos personajes?

–La película tenía sentido si eran ellos dos. Un día nos juntamos y les tiré la idea sin tener un argumento muy definido, pero con la certeza de repetir ese trabajo: improvisar y filmar los ensayos. Nos juntábamos para armar algunas cosas que después quedaron. No quería que fuera un proceso eterno y dar vueltas por distintas ideas.

–Buscaba algo concreto.

–Claro, que tuviera accionar. Juntarnos dos veces por semana, improvisar y armar un guión. Un trabajo más conjunto donde el actor aporte también como guionista.

–En una entrevista dijo que la película fue una excusa para volver a divertirse en un rodaje. ¿Lo logró?

–Sí, totalmente, sobre todo después de las dos experiencias anteriores. Quería sacarme ese problema y hacer una película para disfrutarla, con amigos y conocidos desde que estudiaba cine. Era una forma de volver a cosas muy seguras y curativas.

–¿Los rodajes anteriores fueron más complejos?

–El segundo sí. Es lo de siempre: cuando no tenés un presupuesto tan grande aparecen imprevistos y cosas inesperadas. Pero eso me sirvió para empezar a pensar formas de producir, que si quiero rodar en un bar puedo recrearlo en mi casa, y que es más importante el contenido de la escena que el lugar donde se filme.

–¿Cuál es el rol que juega la melancolía en sus películas?

–Es difícil de explicar, creo que es cuestión personal, de haber nacido así y de tenerlo incorporado. Son cosas que salen automáticamente. El primer corte de la película no era gracioso y nos parecía muy triste.

–Sí, de hecho los personajes no se ríen. Es más bien una comicidad externa.

–Totalmente. Me gustan todos los tipos de comedia, pero sobre todo ése. En el tono inicial de la película no funcionaba ningún chiste, entonces tuvimos que darle más agilidad. La melancolía está impuesta también en términos musicales y visuales, pero nunca la pensé como una película melancólica.

–Pero el blanco y negro la refuerza, más allá de la decisión formal de respetar el formato original del corto.

–Estoy de acuerdo, pero hubiera pasado lo mismo si la hacía en color. Además insertamos planos de Rocío y no me resultaba atractivo mezclar las dos tonalidades.

–¿Sigue pensando que la melancolía es “un estado de salud jodido”?

–La definición que da el diccionario es depresión. Quizás el regodeo en ese estado es jodido. Si uno lo lleva a un extremo y lo vuelca en una actividad cotidiana, en un trabajo o en una obra de arte, se hace un disfraz que después cuesta sacárselo de encima, todo lo ligás a eso. Cuando hay motivos verdaderos para estar melancólico se te vuelve en contra.

–Los protagonistas de sus películas anteriores eran adolescentes. Los de Excursiones, en cambio, rondan los treinta. ¿Los personajes crecen a la par suya?

–Esa fue la idea. El fin del colegio en Nadar solo, el deambular de los veinte en Como un avión estrellado y los treinta en Excursiones, una edad donde empecé a vivir las cosas de otra forma y a conocer cómo es el sistema del cine. Con dos películas encima, uno ya entiende más o menos qué es lo que viene.

–¿Qué es lo que viene en su cine?

–Me siento muy cómodo con el equipo de Excursiones. Trataré de trabajar con el mismo equipo pero sin repetirme. ¿Para qué romper la química de trabajo o seguir probando cosas una vez que ya encontrás la correcta?

–¿Imagina una tercera parte, quizá con ambos ya casados y con hijos?

–Me lo propusieron en el Festival de Albacete, y confieso que por un instante lo pensé, que fueran a presentar la obra de teatro y se pierdan en un lugar desconocido. Se armó un buen grupo de trabajo con el que me gustaría seguir. No sé si en una secuela, pero quizá repitiendo la fórmula de Judd Apatow, donde un mismo grupo de actores se repiten en todas las películas y se complementan y potencian las capacidades de cada uno.

–Tanto en Nadar solo como en Un avión estrellado el silencio jugaba un papel preponderante. En Excursiones, en cambio, los protagonistas hablan durante todo el metraje. ¿A qué se debe ese cambio?

–Queríamos hacer una película más dialogada, veníamos con esa idea del cine norteamericano y además trabajamos el guión desde la improvisación. Buscamos construir escenas más largas, más habladas, y que en el fondo tengan un contenido.

–¿Hubo mucha improvisación durante el rodaje?

–Hubo durante la elaboración del guión, un año antes de rodar. Como director es un trabajo más seguro porque hay un trabajo grupal: Martina Juncadella le aportó el patinaje a su personaje y Martín Piroyansky hizo lo mismo con el aeromodelismo. Mucha información me la dieron los actores cuando entendieron que ellos también construían la película.

–Durante varios años tocó la guitarra en una banda (Regency Club). ¿Qué papel juega su rol de músico en la utilización de la banda sonora?

–Es importante. Ahora me doy cuenta de que haber estudiado y leído música, y no ser bueno tocando ni componiendo, me sirve para transmitirle elementos al compositor o buscar la forma de crear una determinada sensación desde ahí.

–Por eso sus películas transmiten mucho a través de la música. La usa como algo complementario y no como aditamento.

–Trato de investigar y escuchar. Hay canciones que uno sabe de manual que funcionan, pero me da curiosidad qué otras bandas y qué otros sonidos puedo encontrar para sorprender al espectador. Trato de buscar sonidos nuevos para mezclarlos con una imagen y generar una sensación nueva.

–Excursiones se estrena en el Malba, una sala fuera del circuito tradicional de exhibición. ¿Su cine no es comercial?

–Es muy difícil pensar en esos términos. Creo que Excursiones es mucho más accesible que gran parte de las 85 películas que se estrenaron en 2009. Hay demasiadas variables a la hora de un estreno, pero la más importante es que la ecuación entre costos, equipo técnico y espectadores sea proporcional. En este caso yo filmé una película barata y con pocos actores. Quiero que el público que la vea no vaya obligado, no quiero invadir otro terreno.

–¿Ese pensamiento surge de las experiencias anteriores?

–Sí, sobre todo después de la segunda. Además soy bastante seguidor de los números y sé cuáles medios publicitarios sirven y cuáles no. Hay cosas que ya no tienen la misma fuerza que antes. Un trailer en el cine argentino tenía sentido, hoy para algunas películas no sé si lo tienen.

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