En una elección suelen jugar infinidad de factores, algunos no del todo lógicos. En las elecciones que hace la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood juegan algunos que incluso son difÃciles de elucubrar, esos que hacen
enarcar las cejas ante un premiado discutible. Pero hay algo en lo que suele encontrarse coincidencia, y es en el gusto de los académicos por las buenas historias bien narradas, eso que llevó a que una pelÃcula como Shakespeare in love, que seguramente no revolucionó el arte del cine, se llevara siete estatuillas.
Eso es lo que hace plena justicia con el Oscar a El secreto de sus ojos: la pelÃcula de Juan José Campanella tiene muchas virtudes –actorales, técnicas, de puesta en escena, de ritmo, de reconstrucción y recreación fÃlmica de la vida–, y entre ellas brilla especialmente la potencia de la historia que cuenta, y el magnetismo y el músculo con el que está narrada. La pregunta de sus ojos, el libro de Eduardo Sacheri, ya era una gran novela. Campanella la tomó y supo hacer con ella una gran pelÃcula, que se merece todo el ruido que generó antes, las multitudes llenando las salas y el escándalo mayor que vendrá ahora. Todo ello, con su peso y su significado, seguirá siendo sin embargo una piedrita frente a la montaña que significan las narraciones que dejan marca. No sólo por el especial color que da cierto momento de la Argentina que retrata la pelÃcula, sino porque allà no hay cartones pintados sino personas de carne y hueso, movidas por sus pasiones y por ello creÃbles, capaces de generar empatÃa o desagrado, de mover y conmover.
And the Oscar went to... una peli argentina. Pero, mejor aún, el Oscar fue para una obra que cumple por todo lo alto con el honorable arte de contar una buena historia. Todo brindis será merecido.
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