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Jueves, 9 de diciembre de 2010
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Kelly Reichardt habla de Wendy & Lucy, su tercer largometraje

“Filmo sobre la pérdida del sueño americano”

Celebrada por Gus Van Sant y Todd Haynes, Reichardt es una auténtica independiente del cine estadounidense. “No me considero parte de una industria, sino de un grupo de gente: los técnicos eran todos voluntarios y filmamos en 18 días”, afirma.

Por Jeff Goldsmith
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“Me gusta mantener las películas dentro de ciertos límites”, asevera Kelly Reichardt.

Tras un elogiado debut con la ultraindependiente River of Grass, presentada en la edición 1994 del Festival de Sundance (“una ópera prima admirable”, aseveró Todd Haynes), la carrera de Kelly Reichardt tendió a ralentarse. En la década siguiente, la realizadora produjo sólo un mediometraje y dos cortos. Recién en 2006 volvió a un lugar destacado en el panorama del cine indie, al estrenar Old Joy. Ganadora de uno de los premios mayores de Rotterdam, presentada en competencia oficial del Bafici 2007 y considerada por el crítico J. Hoberman “una versión reducida y grunge de Busco mi destino”, Old Joy confirmó a esta nativa de Miami como voz distintiva de esa corriente.

De allí en más la filmografía de Reichardt, siempre al margen de la industria, se atuvo al clásico “una cada dos” (una película cada dos años), estrenando Wendy & Lucy en 2008 (Bafici 2009) y el western Meek’s Cutoff en la última edición de Venecia. Teniendo en cuenta que los personajes de sus tres últimas películas intentan fugar (y a la vez son segregados) de la civilización, podría considerarse a Old Joy, Wendy & Lucy y Meek’s Cutoff como una posible trilogía. Reichardt coescribió las tres junto a Jonathan Raymond, escritor admirado por Gus Van Sant. Narración de un viaje radicalmente solitario –que la protagonista emprende de Oregon a Alaska, en busca de alguna fuente de subsistencia–, Michelle Williams interpreta a Wendy, poco después de la muerte de su pareja, Heath Ledger. En cuanto a Lucy, única compañía estable de la itinerante protagonista, la interpreta la perra Lucy, cuya dueña en la vida real es la propia Reichardt.

–Su trayectoria es bastante atípica. Tras su debut hace una pausa de once años y luego, tres películas consecutivas.

–Después de River of Grass no pude completar otro largo. Hasta que conocí a Jonathan Raymond, con quien coescribí Old Joy y que me devolvió las ganas de filmar. Trabajar con él mejoró mi cine, sin dudas. Por otra parte, como a Old Joy no le fue mal en boleterías, estuve en condiciones de filmar Wendy & Lucy más o menos en continuidad y con otro presupuesto. Old Joy la había hecho por una cifra misérrima, 30.000 dólares. Para Wendy & Lucy pude multiplicar ese presupuesto por diez. De todos modos, sigue siendo muy poca plata y eso generó no pocos problemas durante el rodaje.

–Para Meek’s Cutoff contó con un presupuesto bastante más generoso.

–Debía ser necesariamente así, ya que por tratarse de una película de época requiere un vestuario, reconstrucción de decorados, todo eso.

–Igual, da la impresión de que presupuestos más altos desnaturalizarían sus películas, que se caracterizan por ser pequeñas, esforzadas y artesanales.

–Me gusta mantener las películas dentro de estos límites. No me considero parte de una industria, sino de un grupo de gente: un par de productores, un guionista, unos actores, unos técnicos y yo. Me gusta trabajar así, en grupos chicos, porque eso permite conversar todas las decisiones. Para Old Joy fuimos seis personas en total. Para Wendy & Lucy, diez. Los técnicos eran todos voluntarios y filmamos en 18 días. Como las historias son mínimas, todo encaja. La falta de plata que en la película aqueja a Wendy es como un espejo de mi situación durante el rodaje.

–Por más que el rodaje haya sido muy breve, tenemos entendido que la pre y post producción no lo fueron tanto.

–Estuve seis meses recorriendo estacionamientos de supermercados, que es donde la protagonista intenta tirar su bolsa de dormir todas las noches. En esos seis meses confirmé que los lugares se han vuelto cada vez más impersonales en mi país. Antes, uno viajaba de Miami a Montana y podía reconocer cada estado, al paso, por sus lugares y características peculiares. Ahora todo parece el mismo decorado de supermercados, estacionamientos gigantescos, hamburgueserías...

–¿Y el montaje, cuánto le llevó?

–Otros seis meses.

–Usted comentó por ahí que los rodajes industriales no le gustan nada.

–¿Estuvo alguna vez en uno? Parece un ejército en maniobras. Basta comentarle al director de fotografía que uno quisiera mover la cámara diez centímetros para que alguien grite: “¡Movemos la cámara!” Y todo el mundo se pone en acción, con walkie talkies y blackberrys, para preparar el movimiento de cámara de diez centímetros. Así que le aseguro que me hace muy feliz que mis proyectos puedan hacerse entre diez personas que hablan bajito y no corren histéricamente de un lado a otro.

–El viaje de Wendy en busca de trabajo, a dedo y casi sin equipaje, recuerda aquellas películas de los años ’30, en tiempos de la Gran Depresión.

–Creo que la última crisis financiera hizo que esta época se parezca a aquélla. Las diferencias sociales son las mismas, sigue habiendo mucha desocupación. El Katrina expuso que en algunas zonas de Estados Unidos se vive como en los enclaves más pobres de Estados Unidos. Cuando filmamos Wendy & Lucy tuvimos eso muy presente.

–¿La situación de la protagonista, que no tiene ni para comer, evoca alguna circunstancia que usted haya vivido?

–Para comer siempre tuve, por suerte. Pero hubo un período de mi vida en que tuve que vivir de prestado, en casas de amigos. Eso fue durante unos cinco años, estando en Nueva York.

–La película también se parece a las desoladas road movies de los ’70.

–Me gusta el cine de esa época. Mi favorito es Monte Hellman, realizador de Two-Lane Blacktop, que también filmaba por su cuenta y con muy poca plata. Las restricciones presupuestarias daban por resultado un modo peculiar de usar el espacio, de plantar la cámara frente a los actores, de dejarlos actuar libremente.

–A diferencia de muchas road movies, Wendy no parece estar embarcada en alguna clase de trip existencial, sino que en su caso es cuestión de simple sobrevivencia.

–Es una persona práctica. No sale al camino a ver cómo es la vida allá afuera. Cuando comprende que en Indiana, donde vive, no tiene posibilidades de subsistir, hace sus cosas y sale en busca de trabajo. Lo de los jóvenes que se iban a trabajar a Alaska era bastante común unos años atrás, porque las enlatadoras de pescado daban empleo. Los chicos iban, trabajaban un tiempo y hacían suficiente plata como para tener después un “colchón”.

–Eso fue antes de que Sarah Palin llegara a la gobernación.

–Aunque las últimas elecciones en Estados Unidos parezcan demostrar lo contrario, espero que el de Sarah Palin sea un fenómeno pasajero.

–Otra influencia fuerte para la película parece haber sido el neo-rrealismo italiano.

–Sin duda. Con Jonathan nos la pasábamos diciendo que la película nos recordaba algo, hasta que nos dimos cuenta de que se trataba del neorrealismo. Entonces nos pusimos a rever películas neorrealistas y cuando vimos Umberto D. pegamos un salto. “¡Es la misma película!”, dijimos a coro. Creo que también hay algo del cine inglés de los ’60, esos personajes que se sienten marginados de la sociedad por no tener ninguna posesión personal.

–¿Ve a Wendy & Lucy como pieza central de una trilogía?

–Creo que tanto Old Joy –donde dos amigos intentan revivir el sueño de Whitman y Thoreau– como Wendy & Lucy, como Meek’s Cutoff –que vuelve sobre el tiempo de los pioneros–, todas ellas hablan del “sueño americano”. Más precisamente de la pérdida del sueño americano. Uno sale a la ruta, maneja cinco días, y después de pasar por enésima vez delante de la misma cadena de comidas rápidas se pregunta: ‘¿Es acá donde queríamos llegar? ¿Es éste el paisaje que anhelamos para nuestro país?’ Qué pérdida, qué falta de visión”.

Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades.

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