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Jueves, 30 de diciembre de 2010
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Amat Escalante y su hermano imaginaron la película en base a relatos de compatriotas

“Quería que la violencia traspasara la pantalla”

El director nacido en España y radicado en Guanajuato asegura que en Los bastardos su intención fue reflejar el sentimiento y la atmósfera que sentía cuando trabajaba en Los Angeles. “Me baso en sensaciones y en tratar de articularlas en el ambiente”, explica.

Por Ezequiel Boetti
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“Siento la necesidad de hacer cosas que me conmueven”, afirma Amat Escalante.

Después de ver Los bastardos, la inmediata sensación es el desconcierto ante una discordancia lingüística: un director cuyo nombre en latín significa “ama” construyó una película desoladora, cargada de una violencia contenida que estalla con una brutalidad inusitada para la cartelera comercial. Escrita a cuatro manos junto a su hermano Martín, la segunda película de Amat Escalante, que se estrena hoy, se centra en Fausto y Jesús, dos jornaleros mexicanos indocumentados que sobreviven en las márgenes del sistema estadounidense. La rutina parece loopearse a diario: se paran en la misma esquina a esperar que un ocasional patrón literalmente los arríe a una camioneta para una jornada laboral bajo el impiadoso sol californiano a cambio de unos pocos dólares. Y así siempre. Los hermanos construyeron el guión basándose en historias y vivencias transmitidas por sus compatriotas (Amat nació en España, pero se siente mexicano), entre ellos su padre, quien cruzó más de diez veces la frontera ilegalmente y hoy lleva cicatrices en sus manos que inmortalizan la patriada. “La historia es parte de mí. Soy de las dos culturas, de los dos países, porque mi madre es norteamericana. De alguna forma quise reflejar el sentimiento y la atmósfera que sentía cuando trabajaba, vivía y caminaba por Los Angeles”, asegura el director a Página/12 a través del teléfono.

El conflicto se desata cuando uno de ellos acepta un trabajo para complementar las changas mal pagas. La irrupción de dos jóvenes en una casa clase media de los suburbios de una megalópolis como Los Angeles ha suscitado críticas y comparaciones temáticas y formales con Funny Games, del austríaco Michael Haneke. “Honestamente, no lo pensé, no fue un acto consciente. Hay otras referencias más claras como La naranja mecánica o A sangre fría. Pienso que la vinculación se da por el trato de la violencia y la influencia de la televisión. Realmente no me da mucho gusto la comparación”, confiesa antes de referirse a la ubicación espacial de la historia en Los Angeles, lugar donde vivió varios años: “Trabajo con cosas que siento cerca y que puedo controlar. No dominaba el lugar, pero quería mostrarlo porque lo conozco. Me baso en sensaciones y en tratar de articularlas en el ambiente”, explica.

Estrenada en Cannes 2008 y elegida mejor película en la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata de ese mismo año, Los bastardos tuvo varias complicaciones previas que la arrimaron a la cornisa. Faltaban apenas dos días para comenzar el rodaje cuando el actor contratado para interpretar a Fausto sintió pavor escénico y abandonó la producción. Pero la suerte estuvo del lado de los Escalante y en la calle dieron con un joven desocupado, Rubén Sosa. “Lo encontramos en Estados Unidos. El cruzó la frontera ocho veces y lo que le aportaba con su voz, su mirada, su actitud, con todo, era muy importante para mí. Ellos son un documental, digamos”, explica el director. La utilización de la primera persona del plural no es caprichosa porque el otro integrante de la dupla, Jesús Rodríguez, también llegó desde tierras ajenas al cine: era obrero de la construcción. “No había manera de que ellos pudieran ser actores. Los dos son completamente auténticos y tienen una historia importante, pero a la vez el elenco norteamericano sí es profesional. A ellos los encontré mediante castings. No tengo un dogma de no-actores”, aclara.

Escalante irrumpió en el ambiente cinematográfico en Cannes 2005 y lo hizo por partida doble. A la presentación de su ópera prima Sangre se le sumó Batalla en el cielo, donde ofició de asistente de dirección de Carlos Reygadas, tres años más tarde productor de Los bastardos. “El fue muy importante para mi desarrollo, sobre todo con la utilización de los detalles de manera un poco salvaje”, reconoce Escalante. El, a la manera de un Tarantino hispanoparlante, cultivó su cinefilia en un videoclub. “Traté de estudiar cine, pero se complicó un poco al término de la escuela secundaria. A los 15 años ya quería dedicarme a esto. Mi falta de educación académica no fue a propósito. Pero cuando uno tiene pasión por algo no hay cómo no estudiarlo. Estuve leyendo muchísimo sobre cine, miré una cantidad enorme de películas. No fui a una escuela de cine, pero siento que lo hice. Hablo con estudiantes o amigos que fueron y es muy similar lo que vivimos: primero la experimentación con los cortos, después los largos. No tuve apoyo de mis padres y tuve que trabajar para ahorrar dinero y hacer cortos. Tardé cinco años en hacerlo. Hacer todo (fotografía, dirección, edición) fue una gran escuela”, asegura.

–Por lo que cuenta fue un camino muy complejo.

–Sí, y a la vez no. Era la única forma en que podía hacerlo, entonces no traté de forzar nada. Si me hubiera dado por vencido cuando no entré en la escuela de cine, entonces habría forzado mis cimientos. Siento que todo transcurrió muy orgánicamente, las cosas se daban por donde podían darse. Por ejemplo, no trabajé en películas antes de Batalla en el cielo. A Reygadas le mostré mi cortometraje, le gustó y me contrató para ser su asistente de dirección. Y ésa fue la única experiencia previa antes de Sangre.

–¿Esa falta de experiencia previa y la ubicación de Los bastardos en un terreno que conoce hablan de un cineasta al que le gusta tener el control total de una película?

–Sí, de la misma forma que no fui a la escuela de cine, no sentía la necesidad de cambiar. Quise abordar lo que podía tocar. Fue algo natural y así llegaron mis dos primeras películas, pero la tercera quizá no sea así, porque estoy tratando de avanzar. Creo que cuando uno comienza a incursionar en el cine es importante hablar de algo cercano. Aunque a la gente le guste o no el producto final, hay que tratar de usar elementos cercanos.

–¿Qué elementos tomó del cine de Reygadas?

–Las formas que permiten manipular la realidad. Creo que haber trabajado en Batalla en el cielo me dejo las herramientas para ver el color de la vida y cómo se transfiere y llega a la pantalla. Me dejó la manera de filmar la realidad de una forma que no tiene que ser necesariamente tal cual es.

–Pero su película muestra un realismo bastante crudo...

–Sí, es que a la vez soy muy cinéfilo. Me gustan el cine negro, el gore, y además escribí el guión con mi hermano, que también es fanático de las películas de género. Si bien tiene un fuerte contenido documental, Los bastardos es a la vez una película de suspenso y de crimen. Me interesa no apegarme a un documental. Ahí no se ven cosas que sí pueden verse en una ficción.

–¿A qué se refiere?

–A que es más bien un realismo pero no documental. Me interesa ser testigo. Cuando rodábamos la película quería que el público fuera testigo de los actos que suceden frente a él y que no pueda despegar los ojos. Esa fue la base. Hay algunas escenas que sí son casi documentales, como la inicial, en la que un grupo de mexicanos habla en una esquina mientras esperan que vengan a levantarlos para trabajar. Todo lo demás está bastante escrito.

–¿La inclusión de no actores se debe a esa búsqueda de realismo? ¿Cómo fue la convivencia con actores profesionales?

–En Sangre trabajé con todos mis vecinos y mis amigos porque en Guanajuato, donde vivo, no había actores profesionales que considerara apropiados para los papeles. Entonces busqué otros rumbos. Pero en Los bastardos no tenía exactamente eso en mente. Más bien, quería diferenciarme de otras películas norteamericanas que me molestan mucho: las que tienen a mexicanos y sudamericanos interpretados por actores conocidos manchados y con bigote. La idea principal de Los bastardos era tener a dos personas que realmente son lo que aparentan ser. Ellos son trabajadores e inmigrantes.

–Más allá de su cercanía con la inmigración, ¿le resulta conflictivo abordar un tema tan político?

–Sí, me causa conflicto, pero a veces pienso de qué otras cosas se puede hablar. No me viene hacer una historia de amor o una comedia. Siento la necesidad de hacer cosas que me están conmoviendo en este momento de la vida, que me llegan por los medios o veo en la calle. Todo lo que es del momento tiene una carga dramática que puede funcionar. Las películas que son potentes e interpelan al espectador cuentan hechos que pasaron o que están pasando actualmente.

–En Cannes dijo que una de las grandes inspiraciones fue la guerra de Irak. ¿En qué punto se toca la historia de dos jornaleros mexicanos con un conflicto armado?

–Creo que se nota en la violencia que tiene la película, en la forma de mostrarla, que es mediante la televisión. Para mí era importante mostrar que ellos están en el sofá y la violencia llega directo desde ese aparato. Quería que esa violencia traspasara la pantalla y se transmitiera en la película.

–¿Y no teme que Los bastardos llame más la atención por la connotación política y social que por sus méritos artísticos?

–Me daría gusto de las dos formas. No me gustaría –ni nunca me gustó– poner en la sinopsis la referencia a Irak, pero son cosas de las que soy consciente. La película tiene que funcionar sola, por su poder, sin que uno tenga que explicarla.

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