Lograron invertir los ejes. “Los objetos, los muñecos, las tijeras, las agujas determinan mi desplazamiento, mi ritmo, mi espacio. De hecho, me pasan por encima. Determinan mis acciones como actor y determinan el camino de la obra. Ahí es cuando los objetos comienzan a tener un discurso propio, que no es el de uno, y que no está cerrado sino que se completa en el imaginario del espectador”, asegura el intérprete que encarna al sastre y que también manipula las marionetas y demás cuerpos inanimados. Así, propone al espectador instalarse en una zona ambigua. “Tiene que ser una obra divertida como para que se pueda disfrutar y lo suficientemente cruel como para arruinar ese goce; debe resultar verosímil como para creer en ella, y lo suficientemente falsa como para no tomarla por real”, señala.
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