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Jueves, 31 de marzo de 2011
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Los británicos Muse cumplieron con su rol de teloneros

El aperitivo de una fiesta ajena

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Aunque confinada al rol no siempre prestigioso de “telonera”, la banda británica Muse ratificó anoche en el Estadio Unico de La Plata que posee atributos suficientes para ser el acto central de cualquier encuentro rockero (con excepción, claro, de una noche que tenga a U2 como protagonista). A una escala indudablemente menor que la impuesta por el cuarteto irlandés, Muse mostró sus pergaminos: la actitud interpretativa del rock en confluencia con el clasicismo compositivo del pop. Un cóctel interesante que terminó diluyéndose en la realidad incontrastable de la jornada: el 99 por ciento del público había ido a ver otra cosa. De todos modos, un sentido y respetuoso aplauso despidió a estos cuatro músicos británicos que no se sintieron acobardados por el marco.

Ya conocían al público argentino, aunque en su visita de 2008 se habían encontrado con sus fans incondicionales y ahora debieron rebuscárselas como aperitivo de una fiesta ajena. Con el material de su disco Black Holes And Revelations (de 2006) como eje, Muse tocó solamente ocho canciones, que le bastaron para dar cuenta de su estilo: un rock filoso, atravesado por ciertas reminiscencias progresivas y una búsqueda conceptual orientada hacia la épica. Arrancó con “Uprising”, que despertó –especialmente en las primeras filas del campo– un entusiasmo nunca convertido en euforia. En ese sentido, puede decirse que el pico de su presentación se vivió con “Starlight”, cuando el público replicó batiendo palmas el característico pattern de redoblante. Claro, es el máximo hit del combo británico. Y llegó casi sobre el final del set, cuando prácticamente el 70 por ciento del estadio ya estaba completo. Otras canciones reforzaron el espíritu que Muse tenía para transmitir: “United States of Eurasia”, “Hysteria” y “Knight of Cydonia”.

El rato que les tocó a los ingleses sirvió para que el cantante Matt Bellamy se luciera, no sólo frente al micrófono, sino también incursionando en los teclados y entregándose a raptos de violencia guitarrística. El sonido disminuido (una constante que sufren las bandas teloneras desde tiempos remotos) afectó particularmente al bajista Christopher Wolstenholme. Una pena, porque junto al baterista y percusionista Dominic Howard constituye una sólida base rítmica que no pudo apreciarse en su plenitud. Muchas de las sutilezas que la banda registra en estudio quedaron esta vez eclipsadas por la pobreza sonora general.

En definitiva, un buen show que no alcanzó el nivel (ni la conexión) logrados por Franz Ferdinand (su equivalente en el difícil rol de teloneros de U2) cinco años atrás. El aplauso general que los despidió expresó, de todos modos, un consenso aprobatorio.

Producción: Luis Paz

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