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Jueves, 8 de septiembre de 2011
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Nanni Moretti se desliga de las críticas católicas y también de las que recibió de la izquierda

“No me propuse ser anticlerical ni proclerical”

La idea del director para Habemus Papa era hablar sobre “un hombre frágil, que no se siente a la altura de las circunstancias” cuando resulta elegido para ejercer un poder enorme. “No pretendo denunciar nada, no estoy hablando de un Vaticano real”, explica.

Por Michele Adamo
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“No me propongo ‘hablar de lo que pasa’, sino de lo que me pasa a mí”, asegura Nanni Moretti.

“Berlusconi es una cosa y el Papa otra”, aclara Nanni Moretti, quien tras su película sobre Il Cavaliere (El caimán, 2006) volvió a Cannes –donde hace diez años había ganado la Palma de Oro por La habitación del hijo– para presentar su película sobre el Papa. Pero no exactamente sobre el Papa sino –como el realizador de Aprile se ocupó de aclarar reiteradamente– sobre un papa inventado para la ocasión, que no tiene relación directa con ninguno existente. El cardenal Melville de Habemus Papa ni siquiera es Papa, en verdad, y ésa es toda la cuestión: cuando resulta elegido por sus pares siente que los atributos del cargo son demasiado para él... y huye corriendo del Vaticano, como un niño asustado. Adultos que se comportan como niños (en Habemus Papa, el propio Moretti hace de un psicoanalista que cuando lo contradicen, tiene rabietas), niños que se comportan como adultos (recordar la isla de los pequeños tiranos de Caro diario): esto es pleno territorio morettiano.

Cuando el casi sesentón More-tti (“¡sesentón espléndido!”, aclararía él, seguramente) hace la diferencia entre Berlusconi y el papa, no se refiere sólo a que uno es real y el otro ficcional. “Al papa de mi película lo muestro en todas sus contradicciones, en sus luces y sombras, y a Berlusconi es imposible mostrarlo igual: cuando se trata de él, es blanco o negro, el factor humano no existe”, dice, con toda su furia recuperada, el hombre que años atrás encabezó la resistencia callejera contra Il Primo Ministro. Pero Habemus Papa (que en la Argentina se estrena con un título que mezcla el latín con el castellano) no es una película furiosa, sino antes bien meditativa, lúdica, perpleja y empática. Empática no sólo con el pobre Melville, que no sabe dónde meterse frente a la inesperada fumata bianca, sino también con cada uno de los integrantes del cónclave cardenalicio, que en la visión de comedia de Moretti son como... niños.

Esa visión les sumó, a los preocupados críticos vaticanos, los críticos de izquierda, que cuestionaban la versión demasiado humana que el realizador daba de los conspirativos pasillos episcopales. A ambas críticas responde el realizador romano en esta entrevista, donde además cuenta la génesis del proyecto, la elección de Michel Piccoli para interpretar al cardenal en fuga, su propia condición de ex católico y, sobre todo, su defensa del cine como un espacio paralelo al de la realidad, a la que no tiene por qué aludir directamente.

–¿De que quería hablar en Habemus Papa?

–De un hombre frágil, que no se siente a la altura de las circunstancias, del peso y las exigencias del poder inmenso que debe asumir. Pero eso quería abordarlo en el marco de una comedia que contuviera líneas muy disímiles, ya que había otras cosas de las que me interesaba hablar: mi personaje, el torneo de voley que organiza en el Vaticano, la cuestión del “déficit de amor” que plantea otra psicoanalista, el hecho de que el Papa amara el teatro. Hasta el punto de poder recitar de memoria, una a una, cada línea de diálogo de La gaviota, de Chejov.

–¿Eso es una referencia al papa Wojtyla, que escribió obras de teatro?

–Una referencia sesgada, en tal caso. No es que yo quería usar ese tema del amor del personaje por el teatro para darle al espectador una pista sobre Wojtyla. Nada que ver con eso, trato de no pensar las películas como si se tratara de un sistema de pistas que permita “reconstruir” datos de la realidad. Intento que las películas construyan un mundo propio, una lógica propia. Que no dependan de la realidad, que se relacionen con ella –si es que se relacionan– desde un lugar de independencia.

–¿Cómo fue que eligió a Piccoli para el papel?

–Pensé en él y le propuse hacer una prueba de seis escenas. Obviamente, no porque necesitara probar cómo actuaba (no se trataba de un principiante, precisamente) sino porque en su condición de cardenal tenía que hablar en italiano, y yo no sabía si podría. Fui a París, le tomé la prueba y me di cuenta de que sí podía. Me felicito por haberlo elegido: él le dio cuerpo al personaje, identidad. La manera de hablar y de callarse, la forma de caminar y de observar, todo: él creó su propio Melville.

–¿Qué piensa de las acusaciones de anticlericalismo que se le hicieron?

–En primer lugar, quiero aclarar que no hubo una reacción “oficial” del Vaticano en contra de la película. Hubo expresiones diversas, algunas a favor y otras no tanto, pero ninguna de ellas fue oficial. Todas fueron opiniones personales de particulares. Se produjo una confusión cuando se señaló que L’Avvenire (diario católico que expresa la opinión del Episcopado) había llamado a la gente a boicotear la película, antes del estreno. No fue eso lo que sucedió, en realidad: lo que hubo fue una carta de un particular, manifestando su opinión contraria a la película. Pero la propia crítica cinematográfica de ese medio tuvo una opinión mucho más benévola de la película, y varios referentes católicos y hasta sacerdotes y prelados mostraron simpatía hacia ella.

–¿Cree que toda esta bambolla favoreció la difusión de la película?

–Supongo que sí, pero no sé si en un sentido que la favorezca. Quiero decir: Habemus Papa no se propone ser anticlerical ni proclerical, respetuosa o herética. Va por otro lado. Pero toda esta “bambolla”, como usted dice, la corre hacia un lugar de denuncia que la película no se propone asumir, en absoluto.

–¿Puede ampliar un poco eso?

–Aunque en ocasiones aluda a la realidad (y éste no es el caso), yo hago películas de ficción. No practico el periodismo cinematográfico, no me propongo “hablar de lo que pasa”, sino de lo que me pasa a mí. El Vaticano de Habemus Papa no es el Vaticano: es mi Vaticano. El cardenal Melville es una invención mía, la situación en la que se encuentra también. Trato de evitar contarle al público lo que espera oír. No ignoro los escándalos recientes que involucran a la Iglesia Católica, trátese de la pedofilia o las cuestiones financieras. Soy consciente de que la Iglesia Católica atraviesa un momento complicado. Sobre eso se han hecho libros, documentales, artículos de prensa, programas de televisión. Se seguirán haciendo y me parece perfecto que sea así. Pero en este caso yo quería hacer una película de ficción sobre temas que me interesaban, que tenían la particularidad de tener al Vaticano por escenario.

–Su película no sólo fue criticada por allegados a la Iglesia: hubo críticas de izquierda, que le reprochaban haber tratado demasiado bien a los cardenales.

–Habemus Papa es mi película y hago la película que quiero. Con respecto a esas críticas, lo que puedo decirle es lo que le dije antes: no pretendo denunciar nada, no estoy hablando de un Vaticano real, sino de unos cardenales que son personajes de mi película. Y a mí me gusta que los personajes de mis películas no respondan a ningún cliché. Pueden ser waterpolistas comunistas, reposteros trotskistas o, como en este caso, cardenales que juegan a las cartas, arman rompecabezas u organizan un mundial de voley cardenalicio.

–Otra crítica “de izquierda” apuntaba a que usted humanizaba al Papa.

–No es el Papa, es el protagonista de una película. No representa sólo al Papa, sino a cualquier persona que haya tenido miedo de asumir una responsabilidad que sentía que lo superaba, y que haya querido huir de ella. O sea: representa a cualquier persona.

–¿Incluido usted mismo?

–¡Por supuesto! Hay cosas mías en el personaje del psicoanalista, que es el que interpreto en la película, pero más en el del cardenal Melville: cada día me siento más inseguro, más autocrítico, menos confiado en poder estar a la altura de las circunstancias.

Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades.

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