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Jueves, 17 de noviembre de 2011
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Entrevista al notable director coreano Lee Chang-dong, que hoy estrena su nuevo film aquí

“Hoy la poesía y el cine no están en auge”

Primero fue novelista afamado, luego cineasta premiado en Cannes y hasta llegó a ministro de Cultura de Corea del Sur, aunque sólo estuvo en ese puesto un año, porque la política no era para él. En la Argentina, todas sus películas se vieron en el Bafici.

Por Noelle Démichet
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“Pensé en el guión como si se tratara de una página en la que está escrito un poema: con espacios en blanco.”

Los antecedentes de Lee Chang-dong (Daegu, 1954) están lejos de ser los de un cineasta típico. Graduado en literatura, fue docente de lengua en colegios secundarios y luego se convirtió en un afamado novelista. Tan afamado que, cuando a fines de los ’90 resolvió dedicarse al cine, su decisión sorprendió a más de uno. Tras su debut con Green Fish, su película siguiente, Peppermint Candy, lo consagró rápidamente como autor esencial del cine de su país. El héroe de la intensa y desesperada Peppermint Candy (que en la Argentina pudo verse en el Bafici, como el resto de sus películas) atravesaba dos décadas en la vida política de Corea del Sur. Pero con la peculiaridad de que ese trayecto lo llevaba del presente al pasado, y no a la inversa. En 2003 y luego de ganar, con Oasis, el León de Plata a la Mejor Dirección en Venecia, Lee fue nombrado, otra vez para sorpresa de muchos, ministro de Cultura de su país.

En ese carácter defendió la cuota de pantalla para el cine coreano, en contra de los intereses de las compañías estadounidenses. Por ese motivo el gobierno francés le concedió, algo más tarde, la Legión de Honor, en reconocimiento a su defensa de la diversidad cultural. La carrera política no era para él, sin embargo, por lo cual un año más tarde renunció al cargo. De 2007 es Secret Sunshine, que le valió una Palma a la actriz protagónica en Cannes, así como tres años más tarde Poetry le permitió llevarse, en el mismo festival, la correspondiente a Mejor Guión. En la entrevista que sigue, Lee Chang-dong explica cómo construyó el guión de Poesía para el alma, hasta qué punto es fiel a lo que escribe cuando llega el momento de rodar, por qué la heroína de la película se dedica a la poesía y no a cualquier otra cosa, qué es lo que hace que según él cine y la poesía se parezcan, de dónde salió la maravillosa protagonista y por qué los actores que actúan con él se consideran sobrevivientes, como si volvieran de una guerra.

–En Poesía para el alma se cruzan líneas narrativas disímiles. Está la historia de la chica violada, la de la relación entre la abuela y su nieto, la del grupo de padres del colegio, la del anciano discapacitado al que la protagonista cuida, la de la mujer con Alzheimer. ¿Cómo estructuró el guión?

–El primer disparador fue la historia de la violación, que sucedió en realidad, tal como en la película: sus violadores fueron chicos de secundario, y tras la violación la chica se suicidó. Me enteré de esa historia por la televisión y estuvo dándome vueltas, hasta que decidí incluirla en una película. Por otro lado, tenía ganas de tratar un personaje como el de la protagonista, que si bien está en los últimos tramos de su vida tiene el entusiasmo de una muchachita. Por su carácter, ella tenía que iniciar una nueva vida en forma tardía, y su iniciación en la poesía resultó ser esa segunda vida.

–¿Por qué la poesía y no cualquier otra actividad?

–Porque la poesía responde a una búsqueda de belleza y sentido, es una actividad de carácter luminoso. Y esa luminosidad se confronta con lo siniestro que ella descubre al mismo tiempo.

–¿En su país son comunes los talleres de escritura poética, como el que usted muestra en la película?

–¡No, para nada! Es como en cualquier otra parte: la poesía no es algo que esté en auge. Pero siempre va a haber gente que la lea o la practique... Es como el cine.

–¿A qué se refiere?

–Yo no diría que el cine es una actividad floreciente. Me refiero, al menos, al cine que requiere alguna clase de compromiso por parte del espectador. Cada vez parecería haber menos público para la clase de películas que plantean problemas o preguntas. Se cierran salas que antes se dedicaban a ese tipo de cine... Y no son ésas las películas que se ven por Internet. Soy de los que creen que el cine hay que verlo en una sala, en pantalla grande, con gente alrededor y una disposición particular a entregarse a lo que uno va a ver. El tipo de cine al que me refiero, al menos. Las películas que son más de consumo sí pueden verse en un monitor de televisión o de computadora. Da lo mismo.

–¿Entonces?

–Entonces yo, por mi parte, seguiré haciendo la clase de películas que me gusta hacer y ver, mientras me pregunto qué sentido tiene hacerlo.

–En un momento, el profesor de poesía inculca a los alumnos “ver” aquello de lo que quieren hablar. Es una forma de igualar poesía y cine, ¿verdad?

–Así fue como lo pensé. Para escribir un buen poema es conveniente ver las cosas, y el cine nos permite ver. Se puede ver de distintas maneras, depende de cada clase de película. Algunas películas nos hacen ver lo que queremos ver. Otras nos impiden ver nada. Y están las que nos permiten ver el mundo bajo una luz distinta.

–¿Las suyas serían de esta última clase?

–Si lo son, mejor. Pero no soy yo quien puede afirmar eso, sino los espectadores.

–Los guiones de sus películas parecen escritos para que el espectador los complete.

–En el caso de Poesía para el alma, pensé en el guión como si se tratara de una página en la que está escrito un poema: con muchos espacios en blanco. La idea es, efectivamente, que sea el espectador quien rellene esos espacios.

–Volviendo a la cuestión del guión, ¿usted es de los que se atienen férreamente a él, o de los que no respetan mucho lo escrito previamente?

–Me gusta improvisar, pero eso no quiere decir que fuerce la improvisación. Estoy a la expectativa de que se den las condiciones para eso, pero sé que depende de la dinámica que uno establezca con los actores y el equipo. Si se da, bienvenido. Y si veo que no, me atengo a lo que está escrito.

–Como sucedió recientemente con Kym Hye-ja, veterana actriz de teleteatro a quien su colega Bong Joon-ho rescató del olvido en Mother, usted hace lo propio con Yun Jeong-hie, legendaria estrella del cine coreano en los años ’60 y ’70, que desde mediados de los años ’90 no actuaba en cine.

–Había podido cruzarme con ella en festivales y eventos por el estilo, y me impresionó la luminosidad que irradiaba. Esa luminosidad se correspondía exactamente con la del personaje que yo había imaginado, por lo cual no dudé en llamarla.

–Usted tiene fama de ser un director difícil, al menos en el trabajo con los actores.

–Es verdad que tengo esa fama. Es común que los actores con los que trabajé hablen muy mal de mí. Lo dicen a los cuatro vientos. Eso me hace pensar que en realidad se jactan de ello. Es como si dijeran: “Mirá, trabajé con Lee Chang-dong y sigo vivo” (risas).

–¿A qué atribuye esa fama?

–Supongo que tendrá que ver con que no me conformo con que el actor meramente actúe. Pretendo que se convierta en el personaje. Para eso no dudo en recurrir a lo que sea. Los pongo en papel sin que se den cuenta. Si es necesario tensionarlos, angustiarlos o violentarlos, lo hago.

Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades.

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