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Lunes, 2 de enero de 2012
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Opinión

La verdad del blanco y negro

Por Juan Sasturain

En una famosa (para los que la recordamos) secuencia de la rarísima El estado de las cosas, la película del irregular pero tan querido Wim Wenders filmada en Portugal en los ochenta, aparecía Sam Fuller. Como actor, pero siendo el Fuller director, haciendo de sí mismo o de personaje equivalente. A Wenders le han gustado siempre esos homenajes al relato yanqui de género (ese “Amigo americano”) a través de actores o hacedores varios, emblemáticos: Nicholas Ray, el mismísimo Peter Falk empilchado de Columbo. Pero volviendo: en aquella secuencia memorable –una charla en un bar de Lisboa adecuadamente cachuzo– Sam Fuller decía, entre otras cosas, que –en términos de representación– si bien lo que llamamos o convenimos en denominar realidad es (a sol y a Dios gracias) “en colores”, el mejor “efecto de realidad” en el cine lo da el blanco y negro. Quería y quiero decir con él: aunque las cosas sean/pasen en colores, el blanco y negro es “más real”. Y también en la fotografía y también –sobre todo– en la historieta.

La sospecha inconsciente/subyacente en este tipo de especulaciones es la que formuló sin pudores mi hija Lola cuando tenía cuatro años, tras ver imágenes paternas y oír algún comentario: “Papá, cuando vos eras chico, ¿el mundo era blanco y negro?”. Qué le iba a contestar sin mentir.

Viene al caso porque tres de las cuatro cosas que tengo que decir sobre historieta argentina 2011 son en blanco y negro y tan pesadamente verdaderas que perdonen la tristeza: ni la vida y muerte y obra de Solano López, ni la obra, vida y muerte de Carlitos Trillo se pueden/deben colorear para recordar. El dibujante del mayor personaje de la historieta argentina y el más influyente guionista de su generación y alrededores se fueron este año y uno los recordará (más de medio siglo de aventuras nacionales) siempre en blanco y negro.

También en blanco y negro leímos y analizamos en diferido –ya que fue editada en el 2010 pero disfrutamos plenamente con presencia de los autores este año en Buenos Aires– el Carlos Gardel de Muñoz y Sampayo, obra maestra absoluta, ejemplo de madurez plena de dos autores que, como suele suceder con los creadores en serio, hace décadas que están haciendo lo que ahora parece que necesita tener un rótulo para poder/merecer existir: la graphic novel.

En fin: disculpen las referencias acaso demasiado marcadas generacionalmente. Pero es (algo de) lo que hay. Les dejo los colores a tantos que saben y pueden manejarse con ellos.

Pero cabe, además, celebrar tres cosas de este año. Primero, el espacio creado en distintas editoriales para la producción historietística, ya que media docena larga de sellos, grandes y chicos, han editado álbumes de autores nacionales. Segundo, el festejo del ya institucionalizado Día de la Historieta (4 de septiembre) en Mendoza, con una muestra que destacó, sobre todo, la potencia de la producción del Interior. Tercero, la reciente iniciativa de Télam de lanzar, desde la agencia oficial de noticias, un suplemento gratuito de HN (Historietas nacionales) nuevas y originales para todos los medios que quieran publicarlas.

Finalmente, podemos reivindicar una muy buena y estimulante noticia en colores: la edición brasileña de Fierro, en la que el material original de la revista argentina se mezcla con pizcas de cuadrinhos sobre todo paulistas, una sinergia interesantísima. Es que la novedad este año es –también– la creciente vivacidad de la conexión latinoamericana. Ojalá.

De a poco, veo, la crónica se ha ido coloreando. Es que tal es, como le gustaría titular a Wim Wenders, el estado de las cosas hoy en la saludable historieta argentina.

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