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Jueves, 26 de enero de 2012
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Clint Eastwood presenta su película sobre J. Edgar Hoover

“Fue el hombre más poderoso del país más poderoso del planeta”

El realizador de Los imperdonables explica las razones que lo llevaron a filmar J. Edgar, un retrato íntimo del hombre que fundó el FBI y que lo condujo por medio siglo. “Fue más poderoso que los propios presidentes, considerando que sobrevivió a ocho de ellos”, afirma Eastwood.

Por Will Barnes
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Para Clint Eastwood, revisar la vida de J. Edgar Hoover, que creció y envejeció al frente del FBI, parece haber sido una forma de revisar la suya propia. “Yo también llegué a un punto en que estoy en condiciones de mirar hacia atrás”, reconoce el director de Los imperdonables. Pero no es sólo una cuestión de edad y perdurabilidad, sino del rol de algunos de sus personajes, lo que fomenta la identificación del hombre que supo encarnar a justicieros de toda laya con el todopoderoso que durante casi medio siglo se obsesionó con el combate a “los enemigos de la Nación”. “Mucha gente me sigue viendo como el cowboy machote que alguna vez encarné”, dice Eastwood, llevando a pensar que J. Edgar tal vez sea para él un modo sesgado de ejercer la misma clase de autocrítica que caracteriza su obra de las últimas décadas.

–¿Qué lo motivó a filmar un biopic de J. Edgar Hoover?

–Varias cosas. Una es que crecí oyendo hablar de él. Tenga en cuenta que en 1930, cuando nací, Hoover llevaba seis años como director del FBI. Ya desde su nombramiento tuvo una gran repercusión, en tanto fue la persona en quien el presidente Coolidge confió para sanear una agencia estatal que se hallaba seriamente corrompida. Y los años 30, cuando yo era niño, fueron los de su mayor fama. Fue entonces cuando emprendió –otra vez con una gran repercusión mediática– la guerra contra el gangsterismo. Y después se siguió hablando de él. Lo otro que me interesó fue el guión en sí. La forma en que Dustin Lance Black lo había estructurado, yendo y viniendo de la juventud de Hoover hasta su vejez, permitía asistir al arco de su declinación. La vida de Hoover es un ejemplo de cómo el poder absoluto corrompe absolutamente.

–¿Cree que el hecho de que usted también tiene sus años puede haber influido en el interés que le despertó el guión?

–Creo que sí. Yo también llegué a un punto en que estoy en condiciones de mirar hacia atrás y revisar mi vida. ¡En realidad soy más viejo de lo que él nunca llegó a ser! Por otra parte, sé que mucha gente me sigue viendo como el cowboy machote que alguna vez encarné, por lo cual narrar la vida de este hombre representaba para mí un desafío particular.

–¿Cuál era su visión sobre Hoover, antes de empezar la película?

–Creo que durante mucho tiempo fue el hombre más poderoso del país más poderoso del planeta. En algún sentido, más poderoso que los propios presidentes, teniendo en cuenta sobrevivió a ocho de ellos. No hay que olvidar que Hoover se mantuvo nada menos que medio siglo al frente de la agencia de investigaciones más importante del país, atravesando la Gran Depresión de los ’30, el gobierno de Roosevelt, la Segunda Guerra, el gobierno de Eisenhower, el de Kennedy, el de Nixon, la Guerra de Vietnam...

–¿Realizó algún trabajo de investigación sobre él o dejó ese trabajo en manos del guionista?

–Releí todo lo que Dustin Lance Black había leído previamente sobre él. Pero además visité las oficinas del FBI en Washington, hablando con los actuales empleados y con los ex empleados de Hoover que todavía viven.

–¿Pueden establecerse comparaciones entre Hoover y algunos representantes de la ley que usted creó para el cine? Pienso en Harry el Sucio, pero también en Little Bill, el sheriff de Gene Hackman en Los imperdonables.

–Todos ellos son gente que para hacer cumplir la ley eventualmente llegan a violarla. Son personajes llenos de contradicciones, y eso es lo que los hace interesantes. Hoover logró avances importantes en la lucha contra el crimen, pero a la vez se dejó llevar por su sed de poder. Era incorruptible, pero el cultivo excesivo de la imagen podía llevarlo a mentir, a engañar, a fabular. Perfeccionó todos los sistemas de fichaje de datos preexistentes, pero llegó a usar esa información como forma de chantaje personal, para defender y sostener su propia posición de poder.

–¿Encuentra paralelos entre el poder acumulado por Hoover a lo largo de medio siglo y algún personaje de la política contemporánea?

–Creo que más que en el mundo de la política, donde el poder suele no ser tan duradero (un político llega a presidente y, en el mejor de los casos, si es reelecto, va a estar en el sillón ocho años), para encontrar paralelismos habría que buscar en otras áreas. El director de un estudio de cine, el director de una corporación, el dueño de una cadena de medios, todos ellos pueden llegar a acumular un poder equiparable al que tuvo Hoover. A escala, desde ya.

–¿Algún representante del FBI mostró intención de leer el guión de la película durante el rodaje?

–No, para nada. No recibimos ninguna clase de presión.

–Siempre hubo fuertes rumores en el sentido de que Hoover habría sido un gay en el armario, y de hecho mantuvo una larga relación íntima con su segundo, Clyde Tolson. Sin embargo, en la película la cuestión homosexual queda latente.

–Es que no hay pruebas de que esa relación se haya consumado. Es evidente que entre ambos había algo: andaban siempre juntos, salían a cenar, eventualmente convivieron. Por otra parte, más allá de alguna aventura ocasional, a ninguno de ambos se le conocieron mujeres. ¿Pero qué era eso que había entre ellos? ¿Atracción sexual, amor platónico, confianza mutua? No se sabe con certeza y, por lo tanto, preferí mantener esa ambigüedad.

–Usted incluye, al final de la película, la información de que los famosos archivos de Hoover jamás se encontraron tras su muerte. ¿Hay alguna presunción sobre su contenido?

–Ninguna. Era tal el nivel de secreto del que este hombre se rodeó, que es imposible suponer nada. De hecho, hay quienes sostienen que en realidad esos archivos no contenían nada, o casi nada. Que eran algo así como un arma ficticia, que Hoover usó para mantener dominados a sus posibles adversarios.

–Para la época de Gran Torino usted anunció que ése sería su último papel. ¿Sigue pensando igual?

–No estoy tan seguro. De hecho, ya hace como treinta años me había planteado dejar la actuación, ya que sentía que mientras pudiera seguir dirigiendo películas iba a estar todo bien para mí. Sin embargo, desde ese momento, cada vez que sentí que un papel podía representar un desafío para mí no pude resistir la tentación de encararlo. Y no puedo jurar que eso no siga ocurriendo.

Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades

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