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Miércoles, 8 de agosto de 2012
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Opinión

El océano de Luis

Por Eduardo Fabregat

¿Cómo memorar una ausencia que no se termina de aceptar? Cada vez que quien escribe esto manda al aire de la AM 750 una canción de Luis Alberto Spinetta, el peso específico de la obra del Flaco lo convierte en una presencia más contundente que la de varios vivos. Invariablemente, en la audiencia se percibe un disfrute y un agradecimiento que demuestra una necesidad de escuchar a Spinetta, de hacer que su obra suene, brille, se expanda y se difunda, que sirva como antídoto, como bálsamo. Como una cura chamánica, algo que ayude a sobrellevar ese momento en que ponemos los pies sobre la tierra y tenemos que repetirlo para creerlo: la puta, se murió el Flaco.

Pasaron seis meses y podría ser cualquier otra medida de tiempo, la cuestión es que no nos acostumbramos. El acto de amor que pondrán en marcha hoy cien músicos en la ciudad, con el aporte a Conduciendo a Conciencia como ingrediente esencial, viene a recordarnos eso que no podemos digerir desde el 8 de febrero. Pero por suerte oficia como celebración de la vida, antes que como morboso recordatorio. Es que las canciones de Spinetta están tan vivas, vibran de tal manera y crecen de tal modo, que encierran en sí la paradoja de dolernos y sanarnos a la vez. Algunas se vuelven casi inescuchables, producen un nudo instantáneo, a veces por su mera belleza y a veces por el agregado de la historia personal, la foto íntima que acompaña esos versos, ese estribo, esa viola rasgueada, ese solo que rompe los conos. Otras cargan menos dramatismo, son tan solo –nada menos– la comprobación de qué clase de artista inmenso hemos perdido... y la comprobación de que no lo hemos perdido. Puro jardín del presente, a Spinetta se lo puede reencontrar cada día, al momento que se desee, listo para masajearnos el alma: alcanza con zambullirse en el océano de su obra inmortal y salir a la superficie, despejados y felices, agradecidos, siempre con una perla diferente apretada en el puño.

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