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Miércoles, 3 de octubre de 2012
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Opinión

Literatura argentina y política

Por Américo Cristófalo *

“Con otras palabras,
Borges no tendrá cuerpo, habrá abdicado
de él, pero es un ángel de la cultura.”
De Sarmiento a Cortázar, David Viñas.

De literatura argentina y realidad política a literatura argentina y política hay una precisión espacial o, mejor, una topología crítica de la interpretación que identifica una o más exterioridades, “la literatura” en un campo segundo que referiría el acontecer de la “realidad” política. Para la “nueva” crítica, hacia los años ’70 primero y tras la dictadura después, Viñas habría entendido la política como “nexo causal” de la literatura y habría construido en consecuencia un sistema “extraliterario” de aproximación a la literatura. La precisión de la que Viñas habla en el cambio de título de su libro mayor acerca de nuestra literatura apunta precisamente a dar testimonio de ese malentendido. Se trata del modo de ser, de la naturaleza de la literatura argentina y no tanto, aunque también de las modalidades en las que representa el orden político. La lengua literaria y la lengua política argentinas derivan de la misma pulsión, de una violencia genealógica común que Viñas sitúa alrededor de la generación romántica del ’37. “Una violencia de la carne sobre el espíritu”: en El Matadero, en Amalia. Acompañada por una torsión sobre la lengua libresca del período colonial como sobre las vacilaciones idiomáticas que van de Mayo al ’37.

El programa romántico, espiritualista, toma la literatura como instrumento de civilización. Europa es el espíritu y América la materia; la burguesía romántica argentina parte del deseo de “ser hablada por Europa” y concibe las letras y el libro en cuanto figuras ideales en el contexto excluyente del siglo XIX: civilización o barbarie. “Alguien se hace escritor –escribe Viñas– para no ser América, para conjurar ese espíritu excesivamente carnoso y material.” Esta genealogía constituye para Viñas el núcleo persistente de la literatura argentina, el modelo histórico dominante, cuya síntesis son las tensiones entre el discurso liberal y el discurso nacionalista, y que se mueve según un curso de “constantes con variaciones” y matices. La lógica del ’37 se expande y consolida en el ’80, se reajusta en el Centenario, se prolonga en los años ’30, en las escrupulosas vanguardias, en Sur, en Borges. El registro gauchesco y el registro inmigratorio, en el sentido de que abren una distancia heterodoxa respecto de las literaturas centrales europeas, salen excepcionalmente de ese foco de hegemonía que culmina revirtiendo la alegoría inicial sobre el cuerpo de Rodolfo Walsh, último episodio de la serie que aborda Viñas.

Política y literatura resultan entonces intersecciones de un escenario histórico sujeto, por así decir, a reglas de repetición, ciclos de continuidad y discontinuidad, de fuerzas en movimiento sin reposo, en conflicto permanente; literatura y política son actores de ese gran drama histórico. Es en esa teatralidad donde hay que leer las figuras históricas de Viñas, el escritor liberal romántico, el escritor como hombre blanco, el gentleman, el modernista, el escritor de vanguardia; pero también y centralmente es esa proyección dramática el espacio y correlato del estilo Viñas, su extraordinaria invención de lenguaje, su retórica teatral en la escritura de la crítica y en la escritura de la novela.

* Director del Departamento de Letras de la UBA.

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