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Sábado, 9 de febrero de 2013
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Opinión

Una oportunidad para transgredir

Por Ricardo Talento *

Yo soy de la generación que jugó al Carnaval tirando agua entre los vecinos, grandes y chicos, todos juntos. Después íbamos todos a los corsos y jugábamos con serpentina y papel picado. Y cuando a las cero hora se daba por terminado el corso, íbamos a los distintos bailes (íbamos dice el mosquito). En realidad, me llevaban mis padres, porque el Carnaval era la fiesta de todos (aclaro que nací en el ’48 y evidentemente en esos tiempos había ánimo de divertirse juntos). Luego vinieron las distintas dictaduras, que aunque algunas no lo prohibieron, había que sacar permiso en la policía si querías disfrazarte. Recuerdo la humillación que era estar disfrazado con un cartelito colgado con el permiso.

Pero la cosa después vino peor: ¡Se prohibieron los carnavales! O sea, se prohibió el encuentro y la transgresión o, lo que es peor, el ánimo para divertirse con el otro. Pero estamos en 2013, con el Carnaval recuperado. Somos muchos los que participamos, en el caso de Buenos Aires, siendo parte de una murga o asistiendo a los corsos que se arman en los distintos barrios. Y como por suerte estamos en libertad, me permito opinar sobre los actuales carnavales, y no lo hago de nostalgioso, sino todo lo contrario: hace 18 años que salgo acompañando a mi murga Los Descontrolados de Barracas en mi rol de letrista y dramaturgo y desde mi lugar trato que cada año todo salga mejor.

Creo que nos estamos perdiendo una excelente oportunidad para opinar, transgredir, imaginarnos distintos, divertirnos con el otro. Hay muchos corsos, hay muchas murgas, hay mucha gente participando, hay mucho público. Pero hay demasiada mediocridad, demasiado poco cuestionamiento sobre lo que hacemos, demasiada oscuridad y mal sonido en los corsos, demasiada uniformidad. Cada corso es un maratón de murgas, una detrás de otra hablando de la alegría del Carnaval. Demasiado público con cara de nada (a veces me pregunto si están mirando y escuchando o están ahí porque no tienen otro lugar adonde ir). Demasiada espuma, demasiado aislamiento, nadie se conecta con nadie y no hay peor soledad que estar solos entre la multitud.

No le puedo echar la culpa al público; nosotros los murgueros y los corseros somos responsables si estamos haciendo del Carnaval una fiesta aburrida o, lo que es peor, “autista”. Nos divertimos entre nosotros, participando de la murga, pero nos interesa muy poco qué queremos transmitir y cómo. Y el corsero prepara el corso para que pasen las murgas, no para que la gente se divierta.

Tengo la sensación que febrero sería una excelente oportunidad para hacer la gran asamblea popular, quizá la más divertida: murgas opinando de sus barrios, público viendo la realidad de los otros barrios, como debe ser una asamblea popular carnavalesca, con alegría, picardía, humor, ironía, transgresión. Y como se trata de arte, porque la murga es arte popular, de suma calidad. Una fiesta donde el público (los vecinos) pueda comunicarse con el otro desde la alegría, sin miedos ni paranoias.

¡Hemos recuperado los carnavales! ¡Aprovechémolos!

* Director del Circuito Cultural Barracas.

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