La microficción moderna es un invento de nuestra Iberoamérica. Tradicionalmente, México y la Argentina se disputaron el privilegio de ser su patria. Concedámosles a los mexicanos poseer el pionero absoluto, Julio Torri, quien a principios del siglo XX produjo los primeros ejemplos que suman ambigüedad, ironÃa, juego e ingenio, cualidades que hoy la caracterizan. Nosotros, en cambio, produjimos la primera antologÃa, Cuentos breves y extraordinarios (Borges y Bioy Casares, 1955). Allà no aparece Torri, pero sà su connacional Alfonso Reyes, y también Virgilio Piñera, fundador de la microficción cubana. En 1959, México publicó El dinosaurio, microrrelato arquetÃpico del género que escribió Augusto Monterroso, quien no era mexicano sino un guatemalteco nacido en Honduras; pero también apareció allà Bestiario, de Arreola, cuya mexicanidad es indiscutible. En el mismo año, Guirnalda con amores, del argentinÃsimo Bioy Casares, intentó restablecer el equilibrio, y a principios de los ‘60 quisimos rematar con las magnÃficas microficciones contenidas en El hacedor de Borges, en las Historias de Cronopios y de famas de Cortázar y las Falsificaciones de Denevi. México replicó con Salvador Elizondo más Arreola; produjo la revista El Cuento (que difundió la microficción de América y del mundo durante décadas) y llevó el género a España en la obra del catalán Max Aub. Nosotros hicimos lo mismo con la del querido y admirado Ramón Gómez de la Serna.
Pero el panorama se complicó: el número de autores creció con rapidez y otros paÃses reclamaron reconocimiento. Venezuela desarrolló velozmente su microficción a partir de los ’70. Colombia produce en Cali, a principios de los ‘80, la primera revista literaria dedicada exclusivamente al género: Ekuóreo. Uruguay, México y Chile aportan a la microficción polÃtica. Se fundan en Santiago talleres exclusivos de microficción que perduran hasta hoy. Ya hay una antologÃa de la microficción panameña y otra aún inédita de la ecuatoriana. Jóvenes escritores peruanos publican en Lima libros del género. Estamos descubriendo la microficción de Brasil, de la que Carlos Drummond de Andrade es uno de los más altos exponentes, y en los catálogos de las editoriales españolas proliferan las antologÃas y libros de microficciones. Como era deseable que fuera, la patria de la microficción se extiende como lo hizo la misma lengua. Pero al revés: primero borra las fronteras nacionales de nuestro continente y luego salva el Atlántico.
* Escritor.
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