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Viernes, 14 de julio de 2006
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El baúl de los recuerdos de infancia

¿Cómo recuerda la génesis de Las pequeñas patriotas?

–Norma (Aleandro) me llamó hace catorce años y me dijo: “Adriana, ¿qué te parece si hacemos algo juntas?”. Empezaron a salir estas niñas, la llamamos a la directora Helena Tritek. La premisa era no hacer de..., sino ser esas niñas. Aquí no hay burla, no hay sarcasmo, no hay parodia. Te exige tanto o más que un Shakespeare: no hay que llevarlo al guiño al espectador. Es una cosa ingenua... Es mi primera niña.

–¿La remite a cosas de su infancia?

–Yo tuve un pasar muy agradable por la primaria, lleno de recuerdos. En ese baúl encontré mucho material. Tiene un valor personal muy alto, lo que la hace gratamente agradable. Iba a una escuela pública de provincia. Nunca fui a una schule, nada que ver. Eramos muy abiertos. Mi padre, Chiche Aizenberg, era más criollo que el mate habiendo venido de Rusia. Tuvimos una crianza y una educación muy abierta, muy buena, con mucho contacto con la cultura.

–La suya fue pura infancia rosa...

–También era muy traviesa, y no era buena alumna. Mi hermana, la Rulito, era la buena. Y yo venía de regalo. Me decían: “Vos no te vas a colgar del éxito, de la sapiencia de la Rulito”. Yo era la Colo, a la que cargaban: fideo con tuco, fosforito encendido, puré de zanahoria. Yo no quería ser colorada. ¡Era única! En los años ’50, mi hermana se recibió de maestra... Papá nos compró un departamento y nos dejó viviendo solas, algo atípico para la época. Sufrí el destino de las hermanas menores: cuando las nenas jugaban al doctor, me quedaba afuera. Más allá de eso, no recuerdo ningún episodio traumático. Sería injusta con mi vida.

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